Hace casi un año, la escritora Cynthia Rimsky entró en una oficina y, un rato después, salió de allí con la obra completa de la autora que falleció en 1967. Eran dos tomos con miles de páginas que, en total, pesaban casi dos kilos.
Le habían encargado seleccionar, hacer una antología de narrativa breve titulada Cuentos Escogidos: Brunet (Alfagurara, 2020).
Marta Brunet nació en 1897 y creció en una familia adinerada, en un fundo en Pailahueque, a once kilómetros de la ciudad de Victoria. Era hija única y no asistió al colegio; se educó con profesores particulares e institutrices.
Quizás las pocas posibilidades de compartir con gente de su edad estimularon su interés por la lectura y la escritura. Pero no sólo eso, también un oído sensible al entorno que la rodeaba, un espacio rural, campesino, donde el tiempo avanzaba más despacio en paisajes que parecían detenidos.
Cuando cumplió catorce años, viajó junto a su familia a Italia y otros países de Europa. Se le abrió un nuevo mundo social y, sobre todo, literario. Conoció los libros de autores como el francés Marcel Proust y el italiano Luigi Pirandello, escritores que construyeron obras que destacan por la profundidad psicológica de sus personajes; tal vez, ahí se encuentra una raíz esa cualidad que desarrolló la autora de María Nadie (1957).
Con el inicio de la Primera Guerra Mundial, la incipiente escritora y su familia regresaron a Chile.
La niña que quiso ser estampa
La escritora chilena, Cynthia Rimsky, vive en la localidad de Azcuénaga, ubicada en plena pampa bonaerense. En el pegajoso verano de esta zona trasandina, tenía en su casa los dos tomos que componen la edición crítica de los cuentos y novelas de Marta Brunet —realizada por la académica Natalia Cisterna.
Ahí Rimsky tomó decisiones, estableció criterios de selección.
Ninguno de los relatos que Brunet escribió en la década de 1910 forma parte de esta selección de cuentos, pero, aun así, Brunet ya en ese entonces trabajaba en su obra propia.
En 1922, Marta Brunet envió un correo a Santiago, al prestigioso crítico Hernán Díaz Arrieta (Alone). El sobre contenía un poemario de un amigo suyo, acompañado por con una carta de recomendación escrita por ella. El literato respondió: “Los poemas de su amigo son malos, pero la carta es muy buena”.
Luego él le preguntó a Brunet si tenía versos propios, y ella le envío algunos. Pero a Alone tampoco le gustaron, así que le preguntó si escribía prosa.
Cuando el crítico recibió ese texto, quedó sorprendido.
Se inició un intercambio epistolar entre Brunet y Alone, quien la instó a publicar su primera novela, Montaña adentro (1923).
En esos años, la tutela del crítico le fue útil para abrirse camino en la escena literaria. De ahí en adelante comenzó a publicar obras como las novelas Bestia dañina (1926) y Raíz del sueño (1949), poemas para niños, textos periodísticos y, claro, libros de cuentos como Reloj de sol (1930) y Aguas abajo (1943).
En los círculos literarios de la época, buena parte de su obra se clasificó como criollista; la mayoría de relatos se ambientan en lugares campestres y provincianos. Pero esa etiqueta resultaba insuficiente para su obra: ignoraba el juego con el misterio en sus historias, las situaciones incomprensibles que inventaba, su habilidad para eludir las florituras y la profundización en la psicología de sus personajes. Son textos ricos y complejos.
De hecho, entre los cuentos que componen la antología hecha por Rimsky, reúne relatos tan diversos como “Lirio blanco”, una historia sensorial, y “La niña que quiso ser estampa”, narración de tono cómico.
A propósito del encasillamiento que se le dio a la obra de Brunet, en 2017, la investigadora Natalia Cisterna, al ser entrevistado por la Universidad en Chile, expuso: “Es una literatura cada vez más compleja, pero se la seguía tildando de criollista, neocriollista, porque para el campo cultural definir la literatura de una mujer como transformadora, vanguardista, era muy incómodo”.
Nuevos aires
Brunet alcanzó reconocimiento mientras vivía, aunque desde cierto segundo plano, en un ambiente literario impregnado de machismo. “La mujer es de inteligencia menos vigorosa que el hombre”, escribió el literato de esos años, Pedro Nolasco. “Las hay de inteligencia superior; pero no es lo normal”; esas palabras pueden entenderse como una forma —algo peyorativa— de destacar la escritura de Marta Brunet.
El propio crítico, Alone, celebró a Brunet “por su frase rápida, nutrida de hechos, limpia de inciso, directa, clara, franca, por su horror a las digresiones inútiles y a las vagas languideces femeninas”.
En 1928, Gabriela Mistral escribió en París, Francia, un texto en que destacaba a la autora de Montaña Adentro, expresando lo mucho que disfrutaba releyéndola y que su escritura “se traduce en regalo útil de paz, Marta Brunet se ha veteado, se ha surcado, se ha amamantado de chilenidad. Chilenidad de paisaje, de acento, de costumbre, de carácter”.
Es evidente, Brunet conocía los campos sureños del país como pocos escritores, y su interés por estos lugares era profundo, arraigado desde la infancia.
Sin embargo, aunque es faceta la más conocida de Brunet, lo primero que hizo Cynthia Rimsky “fue dejar de lado los cuentos criollistas; mi intención es que aparezca otra Brunet”, explica a Culto.
Rimsky quería mostrar el despliegue que tuvo la autora de Montaña adentro durante los años en que se desempeñó como diplomática en Montevideo, La Plata y Buenos Aires, donde se vinculó con la legendaria revista, Sur (fundada por Victoria Ocampo); ahí publicaron autores como Jorge Luis Borges, Alfonso Reyes y Adolfo Bioy Casares
Rimsky describe que en ese periodo hay un giro en la escritura de Brunet, quien “observa con sus ojos prácticamente ciegos la celda en la que están recluidas sus personajes y también, la ventana por la que entran los sonidos, la luz del deseo”.
Con esa premisa definida, la antologadora desechó los criterios más evidentes tales como “los mejores”, “los representativos” y “orden cronológico”. “Me liberé de la culpa, el temor, la equidad, y me arrojé al azar, las casualidades y lo arbitrario”, relata Rimsky. Escogió los dos cuentos que irían al principio y al final de la selección y, después, armó un camino en que la lectura en que se transita “por la pasión, la ilusión, la pérdida, el sueño, la ironía, el goce y la tristeza”. Como cuenta ella, cada lector “puede detenerse a observar un lirio, el otoño, e imaginar los relatos que no están”.
Crítica ayer y hoy
El ensayista y crítico literario español, Guillermo de Torre, en el prólogo de la novela Montaña adentro para la edición argentina (1953), escribió: “Los hombres que en ella aparecen solo están vistos desde el lado de la mujer, en función de ella, como sus reflejos mentales creando un universo femenino (...) que solo una sensibilidad de mujer sabe captar”.
En 1955, el escritor Luis Merino señaló, respecto a la novela María Rosa, Flor de Quillén (1927), que hay un incipiente “feminismo” en la obra de la escritora, percibiendo en el texto una manifiesta intención de “vengar el vejamen ancestral de la hembra sorprendida en su buena fe”.
Antes, en el mismo texto parisino de 1928, Mistral dice compartir con Brunet el gusto por el mundo rural (ambas vivieron parte de su juventud en lugares con características similares), sin embargo, critica que esos “fenómenos colectivos” campesinos también se cuelen en el habla de los personajes. “Yo los detesto en el lenguaje”, escribió.
Aunque las opiniones de Pedro Nolasco solían ser positivas para Brunet, tras leer varios libros de la autora, mencionó que “me encuentro con la puebla, la meica, el fuerino, la muchacha templá, el peón, el vaquero, el ‘Siempre mi habís gustao hartazo’, si me encuentro con esto, digo, cierro inmediatamente el libro y no, lo leo”.
Varios años después, en 2017, la académica Natalia Cisterna redactó en una columna en Palabra Pública, que plantea que la crítica del pasado ignoró toda una dimensión en la obra de Brunet, quien configuró un universo en que “la idea de una sociedad en la que, independiente de los avances modernizadores, persiste una jerarquía rígida en donde las mujeres, y sobre todo las mujeres pobres, constituyen el sector más marginado y explotado de la comunidad”.
Un movimiento
Cinthya Rimsky, autora de la novela Los perplejos (2009), pasó los últimos meses releyendo en profundidad a Brunet.
Ambas tienen en común haber vivido algunos años en Argentina y, si bien Rimsky se encuentra lejos de un cargo diplomático, implícitamente establece un paralelo con Brunet como escritora:
—Mi escritura, diría que también mi cabeza, ha cambiado al entrar en contacto con un campo literario menos conservador, en que las diferencias tienen espacio y se gozan y, al mismo tiempo, se valoran las tradiciones y, dentro de eso, se las subvierte sin culpa ni temor a represalias.
Luego declara: “Los cuentos de la Brunet me despertaron el deseo de conocer nuestras tradiciones literarias para hacer una lectura y una escritura crítica”.
Para Rimsky, la edición de Cuentos Escogidos es parte de un movimiento que involucra a los diversos actores del mundo literario: escritores, editores, académicos y lectores, que busca rescatar a autores que —ya sea por el olvido circunstancial o una injusta lectura crítica— no obtuvieron el reconocimiento merecido.
“Es una de las cosas interesantes que están pasando en Chile y que puede llegar a tener resonancia en las escrituras actuales”, expone Rimsky. “Es genial, leer de otras maneras lo que siempre te enseñaron a leer desde un punto de vista moral y conservador”.
Luego de Gabriela Mistral, Brunet fue la segunda mujer en recibir el Premio Nacional de Literatura en 1961.
Seis años después, en octubre de 1967, fue nombrada integrante de la Academia Nacional de las Letras de Montevideo. Como en un mítico gesto final, mientras leía el discurso de agradecimiento en Uruguay, Brunet se habría desplomada en el piso y muerto horas después.
La imagen es tan impactante que, incluso, resulta difícil de creer.