Lo más grande de la trilogía de “periodismo cash”, que culmina con Un dios portátil (Planeta, 2020) es el golpe de originalidad narrativa de Juan Pablo Meneses que consiste en comprar a sus protagonistas, vivir una experiencia radical junto a ellos y solo después ponerla en el papel en forma de crónica. Así sus libros se proyectan en 3D antes de escribirse. De hecho, la mayor parte de los comentarios y entrevistas sobre Un dios portátil se escribieron antes que existiera el libro.
En esta sociedad de consumo, para abordar con propiedad ciertos temas y ser tomado en serio como periodista, a Meneses se le hizo que la pura teoría es barrera. Extremando el punto le vino la revolucionaria idea narrativa de comprar al protagonista como forma de disminuir la distancia entre el narrador y el lector, porque todos los habitantes de las sociedades de consumo entienden bien la experiencia de comprar. Entonces para escribir sobre la fe y crear una Religión Portátil que le permitiera llegar a ella, le pareció lo más lógico comprar un dios en la India con dinero en efectivo, cash, y solo después fundar la religión.
Por absurdo que pareciera a quienes se lo iba planteando, a medida que lo explicaba crecía también el entusiasmo por un proyecto que de imposible llegaba a ser noble; mientras paseaba por Varanasi, Katmandú, Silicon Valley y Nueva York escuchando el Disco blanco de los Beatles con un cuaderno blanco en la mano para ir tirando ideas, Meneses ponía en el foco el absurdo y asumía el querible rol de Don Quijote posmoderno.
Primero se compró una vaca y escribió La vida de una vaca donde desarrolló el tema de la industria cárnica impactando a los mismos argentinos. Luego compró un niño para Niños futbolistas con el que llegó a ser un verdadero empresario del fútbol invitado como orador a encuentros de dirigentes de alto nivel. Pero estos ejercicios resultaron más sensatos y llevaderos que los de Un dios portátil (la fe nunca es algo racional). A la vista está que lo difícil fue poner una cara firme y la mirada inconmovible para persuadir a sus entrevistados de que iba en serio: que comprar un dios en un viaje a la India para luego fundar una religión era una acción real, sincera. No que intentaba burlarse de nadie sino obtener un hilo narrativo para un libro que tratara sobre la fe y con el que en el fondo buscaba creer él mismo, dejar atrás la fuerte huella de incredulidad y escepticismo del periodismo y la cultura católica militar en que se educó.
El salto al vacío
El tiempo en que le surgió la idea de escribir sobre la fe, Meneses pasaba de ser freelance escribiendo libros en cibercafés, sintiendo el vértigo de no tener nada seguro, a recibir un excelente sueldo de director de un prestigioso diario, en el que debía reclutar nuevos talentos justo en tiempos en que el periodismo estaba muriendo, “y no había ni religión ni dios que lo salvara”. También era profesor de periodismo en una universidad y tenía un precioso departamento con vista a un bosque. Pero la estabilidad no era lo suyo. Se le hacía como la muerte, algo para terminar sus días. “Nunca iba a pertenecer al lugar donde estaba, esa era mi victoria: mi derrota” y la motivación la encontró en acumular días de vacaciones: “Llegué a sentir, y ver en el resto, una de las más extraordinarias codicias en las que se puede caer: acumular días de vacaciones… Cuando tenía más de un mes de días libres acumulados, uno a uno, marcando en el cuaderno como un preso raya la pared, avisé que me iría un tiempo largo”.
La desidia en el trabajo fue clave para dar su salto de fe. Soren Kirkegaard en su libro El concepto de la angustia escribe que cuando la transición ocurre, la persona se mueve de un estado a otro sin estar en ninguno de los dos en algún momento. “No sabía de qué iba a vivir el próximo año, había renunciado a mi trabajo en un diario de papel sin tener ahorros ni otro empleo. Había sido un camino intenso apoyado en la fe, en creer”, escribe Meneses, relatando ese momento en que la incertidumbre frente al futuro no lo angustiaron sino que más bien lo liberaron.
Hallado el dios en la India, el paso siguiente para no volver a la normalidad de Santiago y seguir el proceso creativo fue ganarse una beca en Stanford. Gastos pagos, en el centro de Palo Alto entre las oficinas de Google, Facebook, IBM y PayPal, resultó que caía en un lugar perfecto para crear una nueva iglesia, conversando con ingenieros y las cabezas más importantes del único sitio en la tierra en que el futuro empieza y termina todos los días y donde se están sembrando las bases de cómo vamos a vivir los próximos diez años: “La ciudad de los verdaderos cambios políticos, culturales y religiosos”, aunque como dice, pocos lo entienden así.
La odisea en que Meneses analiza el mercado de la espiritualidad explora los masivos peregrinajes a la India, la crisis de la fe tradicional de la Iglesia católica y la pederastia generalizada, el colorido mercado de la fe profunda de los pueblos indígenas vinculados a la fe cristiana en México, donde se le pide lo que sea a su santo popular Malverde (mucho más efectivo que Jesucristo), y el crimen organizado le reza y le destina muertos a la Santa Muerte en plan de secta, aborda también las nuevas congregaciones hipster futuristas en que se reza sin protocolos en lugares oscuros como teatros TED y los credos transhumanistas.
Tras su año en Stanford volvió a tener suerte, su idea era más fuerte que la fe: había sido admitido en un programa que lo liberaba de volver a asentarse Chile por un buen tiempo, nada menos que en los Estudios Liberales en el Centro de Religión y Medios de la Universidad de Nueva York donde le dieron una oficina propia para seguir dándole vueltas al asunto.
Cuando hizo el lanzamiento mundial de la Religión Portátil, en Times Square, era Black Friday, con todos los potenciales fieles o consumidores desatados corriendo de una tienda a otra; el escenario perfecto para dar espacio a una religión totalmente freelance. Esa noche Juan Pablo Meneses se subió a una tarima en mitad de la calle y abrió, lleno de fe, su libro blanco de páginas vacías; toda una performance cargada de ironía y valor que culminó dos años más tarde con esta crónica sobre cómo nace una religión. Un modo distinto de mover montañas.