El general argentino Luciano Méndez prometió invadir Chile en 1978 chasqueando los dedos. Su sueño, dijo, era “mear la champaña en el Pacífico” tras asaltar La Moneda. No fue necesaria la blitzkrieg de los vecinos. En 1984, el año del tratado de paz y amistad, nos invadieron igual, pero de una manera encantadora. Charly García tocó en el teatro Gran Palace en agosto, en una visita considerada como el pitazo inicial del rock latino en Chile.

Charly venía como un adelantado que allanaba el camino para las bandas de su tierra copando en meses la radio, la televisión y la prensa. Soda Stereo, G.I.T., Virus, Sumo y Los Violadores se convirtieron en nombres recurrentes y saboreados, alcanzando ribetes de fenómeno, como sucedió con la banda de Gustavo Cerati. Hasta 1988, cuando esa era dorada del rock latino cedió en popularidad, los artistas argentinos mantuvieron una presencia mediática transversal en Chile, hoy impensada. Esa generación artística se había catapultado como consecuencia de otra promesa militar albiceleste: recuperar las islas Malvinas.

"En 1984, el año del tratado de paz y amistad, nos invadieron igual, pero de una manera encantadora. Charly García tocó en el teatro Gran Palace en agosto, en una visita considerada como el pitazo inicial del rock latino en Chile".

La guerra de 1982 contra Inglaterra prohibió la música anglo y como resultado la demanda musical se volcó al talento local. Urgidos por completar parrillas, los programadores radiales y personal de sellos recorrieron la escena en vivo para descubrir y promocionar figuras.

Fue así como esa música se convirtió en el menú diario de la juventud argentina. Cuando ya no podían abarcar más en el mercado interno, la opción de los artistas era salir. La parada más cercana y atractiva en números (por sobre el diminuto Uruguay), era Chile. “Y, ustedes son los que más se parecen a nosotros”, me dijo Charly en una entrevista.

Ese escenario donde lo local cobra relevancia, porque es la opción a mano, no encarna precisamente la génesis ideal para iniciar un nuevo capítulo en la relación entre artistas y público chilenos. Pero de esta crisis producto de la pandemia y el consecuente cese de los grandes números extranjeros surge una oportunidad. Las proyecciones más optimistas establecen la reactivación de la música en directo en el Primer Mundo recién el próximo verano boreal.

Lo más probable es que los artistas internacionales retornen a Sudamérica sólo a finales de 2021, si es que se arriesgan a viajar miles de kilómetros hasta una de las zonas más golpeadas por la pandemia en un escenario aún sin vacuna. Por mientras, si se normaliza cierta actividad en vivo con opciones al aire libre y distanciamiento social, serán nuestros músicos quienes deberán satisfacer las necesidades internas.

La industria musical en vivo está golpeada y condenada a ser una de las últimas actividades en retomar, injustamente condenada al ámbito suntuario, a pesar de su aporte vital para sobrellevar la dura cuarentena, soslayando además los miles de puestos de trabajo y las ganancias generadas. Los datos son devastadores para el negocio en Chile, donde casi tres cuartas partes de los trabajadores no cuentan con contrato.

Según los reportes del Observatorio Digital de la Música Chilena, el 90% de los espectáculos programados en el último año (incluyendo los coletazos del 18-O) han sido suspendidos, mientras un 80% de las empresas arriesgan despidos y bancarrota. No solo han desaparecido los artistas del escenario, sino el complejo entramado humano y técnico que permite la experiencia en directo.

El pasado 18 de agosto, Red de asociaciones de música chilena, que implica a 11 gremios, incluyendo instancias regionales, solicitó la liberación y ejecución de fondos estatales, cambios en el Consejo de la música (encargado de la administración de fondos) para transparentar la labor, una mesa de trabajo entre Cultura y Salud con vistas a “políticas seguras y razonables de reactivación y reapertura del sector”, y propuestas para modificar la Ley de fomento a la música chilena. A dos meses, grillos.

La última vez que la Comisión de Cultura, Artes y Comunicaciones de la Cámara de Diputados discutió cómo reactivar actividades culturales y audiovisuales “de manera responsable y segura”, con exposición del ministro de Salud, Enrique Paris, fue el 20 de agosto. El pasado miércoles 14 el diputado y músico Amaro Labra dejó la presidencia de la comisión haciendo entrega del cargo a otro diputado y músico, Florcita Alarcón.

Sería injusto responsabilizar al parlamentario miembro de Sol y Lluvia de la escasa respuesta y soluciones al sector, pero en estos meses la constante es la nebulosa y la poca acción. Opciones como el streaming florecen y mejoran sus condicionantes técnicas, pero son migajas comparadas a la experiencia real de un show. Los artistas extrañan el contacto con la gente, la reacción inmediata, la cercanía, la retroalimentación de energía.

Una de las artistas nacionales más activas en redes durante la pandemia ha sido F. Valenzuela.

La más perfecta de las transmisiones irremediablemente termina en silencio, sin aplausos, en una especie de vacío. Existe una crítica permanente de los artistas nacionales a una falta de valoración del público con lo nuestro. Acusan que la gente desembolsa cientos de miles de pesos por una entrada a un número internacional sin problemas -en parte lógico si se considera que muchas de esas figuras nos visitan espaciadamente-, sin embargo, la voluntad se complica por un ticket de cinco lucas para un músico local.

Siempre vale la pena un artista chileno en vivo, debiera ser la consigna destinada a transformarse en una costumbre, tal como los argentinos lo asentaron hace casi 40 años apenas tuvieron la oportunidad de copar la demanda interna. Los próximos meses pueden ser claves en el talento y la industria local para marcar una diferencia inapelable que deje atrás los recelos y acusaciones entre músicos y público, alistando una agenda en directo potente y seductora que nos ayude a salir del vacío de este año para el olvido.