Corren los primeros minutos del nuevo documental de Bruce Springsteen: el rostro del cantautor aparece en primer plano con sus facciones duras y marchitas, la silueta propia de quien ya cuenta 71 años de vida, casi un ex boxeador a punto de observar sus glorias y caídas. Pero también la imagen más idónea para abrir un viaje hacia su propia persona.
Aunque al igual que David Bowie las portadas de sus discos siempre lo mostraron a él como espejo de sus composiciones – el aspecto de forajido con guitarra que ilustra el vértigo de Born to run (1975), la mirada más reflexiva en sintonía con el tono de The River (1980), la figura difuminada en los confusos días post 11-S en que salió The Rising (2002)-, el estadounidense por décadas ha preferido retratar al resto antes que a sí mismo.
Su obra no es una narrativa de demonios personales, guerrillas al interior de su grupo o naufragios amorosos según el patrón de autor establecido por John Lennon.
“El jefe” –vaya que le incomoda la autorreferencia: odia ese apodo- siempre ha cogido personajes del Estados Unidos profundo para ejemplificar el curso de su país y también para describir sensibilidades tan universales –la soledad, la felicidad, la rabia, la incertidumbre- que al final igual terminan transparentando una pizca de su mundo interno.
Pero aquello ha terminado. Ahora le tocó hablar en primera persona. Springsteen canta a Springsteen: Letter to you (Carta para ti) es el apropiado nombre del disco que sale hoy y de precisamente el documental ya disponible en Apple TV+ donde muestra la grabación del álbum, en apenas cuatro días de noviembre de 2019 en su rancho en Nueva Jersey, mientras la nieve cubría el bosque exterior. Una carta para ti, para mi o para nosotros, narrada en el registro por el propio artista, como una voz espectral que va leyendo párrafos de recuerdos, agradecimiento y despedida a todos los que han estado a lo largo del camino.
Y a los que siguen estando, partiendo por los músicos de la E Street Band, su legendario conjunto de apoyo desde principios de los 70 y también presentes en este nuevo álbum, a quienes además parece dedicarles las primeras frases del documental: “Empecé a tocar guitarra porque buscaba alguien con quien hablar y que me correspondiera. Supongo que eso salió mucho mejor de lo que imaginaba”.
En términos más formales, en el disco la vigorosa canción Ghosts es un homenaje al espíritu volcánico del grupo, un abrazo a la pandilla cómplice que funciona con solo mirarse sin importar los años de distancia, sobreponiéndose incluso al fallecimiento de dos integrantes medulares (el saxofonista Clarence Clemons y el tecladista Danny Federici).
La memoria no debe ir muy lejos ni en el tiempo ni en la geografía para corroborarlo: en 2013, Springsteen y los suyos iniciaron en Santiago el tramo latino de su tour Wrecking ball, sin despertar mayor entusiasmo en el público (se vendió menos de la mitad del Movistar Arena), lo que no les impidió realizar un concierto impresionante de casi cuatro horas, casi como si fuera el último de sus vidas.
Pero para subrayar que aquí quiere hablar de su existencia y no de la de otros, el hombre de Born in the U.S.A. va aún más atrás en su bitácora. También se da el tiempo para tributar a los compañeros con los que entre 1965 y 1968 –"una eternidad en los años 60″, postula- integró su primera agrupación, The Castiles. “Soy el último miembro vivo de esa banda”, dice con pesadumbre, mientras aparece una fotografía del quinteto, con la típica facha de inspiración británica de aquellos años y un Bruce juvenil apenas reconocible. Después, en su casa junto a sus actuales camaradas, interpreta otro track nuevo y alusivo, Last man standing (El último hombre de pie).
Springsteen ya cuenta varias temporadas en una suerte de terapia pública asumiendo los tormentos que arrastra desde sus orígenes obreros y sus heridas familiares, sobre todo en la relación con su padre, a quien alguna vez definió como “el hombre con el que chocaban mis sueños”.
“Me he acercado lo bastante a las enfermedades mentales para saber que por mí mismo no estoy del todo bien. He tenido que aprender a manejarlo a lo largo de estos años, y tomo una variedad de medicamentos que me mantienen en equilibrio; de otra manera, me tambalearía muchísimo… y las ruedas podrían llegar a descarrilar”, dijo hace un tiempo a Rolling Stone.
Un vía crucis volcado en su libro autobiográfico Born to run (2016) y en el espectáculo mezcla de monólogo y show íntimo que montó en Broadway un año después. Eso sí, el disco y sobre todo el documental Letter to you remarcan una diferencia. Casi una obsesión: en este proyecto, todo esta cruzado por la marcha inevitable hacia la muerte.
“Un día cerraremos los ojos para conducirnos a ese sueño largo y eterno”, imagina en un momento, mientras el registro regala secuencias de nubes frondosas que recorren parajes reposados, antes con el artista recalcando que desde los seis o siete años debió acostumbrarse a la muerte, cuando sus padres lo llevaban a funerales irlandeses e italianos.
“¿Adónde vamos cuando morimos?”, se pregunta, sin respuesta lógica –claro: ni “El jefe” ni nadie la tiene-, aunque esboza algunas pinceladas en otra canción reciente, I’ll see you in my dreams (Te veré en mis sueños), la que observa a los sueños como el único lugar posible para lo imposible: reencontrarse con quienes se fueron para siempre.
“La edad brinda perspectiva con la claridad que se logra en la madurez cuando uno espera la llegada de lo inevitable. Lo percibes enseguida: no queda mucho tiempo”, es una de sus revelaciones finales. Letter to you no sólo es una carta para ti, para mi o para nosotros. También es la carta con que un hombre empieza a decir adiós para siempre