Un metro 88 de carisma, acento escocés impenetrable y versatilidad autodidacta. Sean Connery, hijo de una mujer de la limpieza y de un obrero de una fábrica de caucho, fue en el mapa artístico británico la antípoda de los gloriosos Sir Laurence Olivier y Sir John Gilegud, hijos de la tradición teatral inglesa. Por el contrario, el futuro Bond al servicio de su Majestad, respondió a la suerte del talento innato y a su capacidad para ser encantador y colosal al mismo tiempo. Lo declararon Sir, como Olivier, pero antes que ser un buen vasallo estaba en realidad al servicio del cine.