“No seas ‘Mademoiselle de Beauvoir’. Sé yo”, escribió Simone de Beauvoir en su diario de 1927. Ella tenía 19 años y había incurrido en la desaprobación de sus padres al iniciar los estudios de una carrera de filosofía. Enamorada de su primo, todavía tenía la esperanza de un matrimonio convencional, pero le preocupaba que pudiera tener tan solo una vida. Quería llenarla con el mayor número posible de experiencias diferentes, ya segura de que su vocación filosófica la obligaba a vivir de forma distinta, utilizándose a sí misma como materia prima para sus ideas. Dos años más tarde registró “la curiosa certeza de que estas riquezas que siento dentro de mí dejarán su huella..., de que esta vida mía será un manantial del que otros beberán”.

Ha habido una sucesión de biografías de Beauvoir desde la aparición en 1990 de la autorizada y por tanto algo inexacta de Deirdre Bair, que van desde el delgado y mordaz relato de Lisa Appignanesi hasta el más teórico The Making of an Intellectual Woman de Toril Moi, pasando por el conmovedor retrato de Carole Seymour-Jones de Beauvoir y Jean-Paul Sartre como pareja y la semblanza de Claudine Monteil de Beauvoir como activista. Al escribir de nuevo esa vida, (Convertirse en Beauvoir, Paidós, 2020), la filósofa Kate Kirkpatrick espera traer nuevo material al dominio público (las cartas de Beauvoir con su último amante serio, Claude Lanzmann, solo estuvieron disponibles en 2018) y ofrecer nuevas interpretaciones para nuestra época. “Las biografías revelan aquello que le importa a una sociedad, aquello que en realidad valora”, escribe Kirkpatrick, por lo que “encontrando los valores de otra persona en otro tiempo podemos aprender más cosas sobre nuestra propia época”.

Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir

Esto es totalmente cierto, y me hubiera gustado aprender más sobre lo que Beauvoir tiene que decirnos en la actualidad de lo que se nos entrega aquí. Sus complejas y ambivalentes ideas sobre el género como algo a la vez inherente y escenificado pueden ser útiles para ocuparse de los actuales dilemas sobre la transexualidad. No podemos ser ventrílocuos de Beauvoir en el presente, pero valdría la pena insistir en estas ideas por más tiempo que lo que Kirkpatrick lo hace. Ella da más espacio a la relación contradictoria de Beauvoir con el feminismo, y la discusión aquí es rica y provechosa. De Beauvoir, al igual que su casi contemporánea Doris Lessing, fue inicialmente reacia a prestar su apoyo al movimiento de liberación de la mujer, a pesar de ser cooptada como una heroína. En su autobiografía de 1963, se felicitó de haber evitado “caer en la trampa del feminismo” en El segundo sexo. Sin embargo, Kirkpatrick la muestra presentándose como feminista en los años 70, pidiendo “la abolición de la familia” y decidiendo que la independencia económica y el socialismo no producirían de hecho los cambios necesarios para emancipar a las mujeres. Hizo una valiente campaña en favor del derecho al aborto en términos que podrían dar forma a los debates de hoy.

Creo que además de ver a Beauvoir como una protofeminista, podemos considerarla como una pionera detrás de la actual vertiente feminista del proyecto conocido como autoficción o autoteoría. Al usar sus vidas como material para su arte, Chris Kraus, Maggie Nelson y Rachel Cusk están escribiendo en una tradición iniciada por ella. En El segundo sexo en particular ella fue una adelantada en la práctica de escribir escenas noveladas sobre su propia experiencia y luego analizarlas. A lo largo de la vida de Beauvoir vemos los pros y los contras de la vida emprendida como un experimento filosófico. Ella eligió ejercer su compromiso filosófico con la libertad, entendiendo desde los años 40 que su libertad no debería lograrla a expensas de la de los demás. Cometió errores —el daño hecho a las jóvenes que ella y Sartre compartieron, es bien conocido— y pagó el precio de los celos y el remordimiento. Pero esto la ayudó a refinar sus ideas sobre la libertad y la mala fe, permitiéndole desarrollar una ética del existencialismo, lo que Kirkpatrick demuestra convincentemente que fue su gran contribución al proyecto filosófico que compartió con Sartre.

Habiendo experimentado en la vida, Beauvoir también experimentó con la forma literaria, encontrando nuevas formas de escribir su autobiografía y su filosofía, de manera simultánea. Cada una de sus novelas, memorias y obras de filosofía fue una nueva aventura en esto. Durante su vida, hubo un gran debate sobre si era una filósofa o una novelista. La prensa tendía a etiquetar a Sartre como el filósofo existencialista y a Beauvoir como la mera “Notre Dame de Sartreuse”, una novelista comprometida en dar vida a sus ideas. Beauvoir veía esto como algo falso: ella era una filósofa cuyo compromiso con la particularidad (“las situaciones son diferentes, y por lo tanto también las libertades”) implicaba el uso de formas que podían hacer de la experiencia algo universal sin generalizar. De manera que en su vida y en su obra se comprometió valientemente durante todo el proceso de convertirse en ella, de lo que Kirkpatrick hace provechosamente su tema central.

No hay mucho material aquí que sea desconocido para los estudiosos, pero las cartas a Lanzmann constituyen una importante nueva fuente. Cuando se conocieron en 1952, Lanzmann tenía 26 años y Beauvoir, 44. Había salido recientemente de una relación con el novelista estadounidense Nelson Algren, que ella sentió que la había recreado como una mujer sexual, lo cual llevó a muchas de las revelaciones sobre las posibilidades de una transformación sexual verdaderamente mutua que elucidó en El segundo sexo. Algren, sin embargo, la había dejado sintiéndose agotada y vieja, preocupada de que su vida sexual hubiera acabado. Lanzmann la convenció de que no era así y se convirtió en un nuevo colaborador, leyendo su obra y aprendiendo de ella en la suya (pasó a dirigir la histórica película del Holocausto Shoah, bajo su influencia). Vivieron juntos durante siete años y él fue el único amante al que ella se dirigió con el familiar “tú”. Kirkpatrick podía hacer más con las cartas de ellas a él, usándolas para dar una sensación de la escenografía de sus días. Probablemente sea sensato evitar las descripciones de cócteles de apricot en los cafés de la Orilla Izquierda, pero con un filósofo tan comprometido con el uso de la vida cotidiana como materia prima, sería bueno escuchar más sobre sus experiencias de la vida doméstica y sobre sus impresiones de los lugares en los que pasaba el tiempo.

Donde la biografía de Kirkpatrick tiene más fortaleza es al aclarar y mostrar el vigor de los compromisos éticos de Beauvoir, y cómo estos se transformaron en compromisos políticos después de la guerra. Su preocupación por la situación en Argelia en los años 50 y 60 es registrada de manera conmovedora, al igual que su incansable compromiso de ayudar a las mujeres más jóvenes. Si bien Albert Camus la acusó en una ocasión de “poner en ridículo a los franceses”, las mujeres de Francia le agradecieron que se sirviera de esto para lograr un cambio, tanto en la vida de las cientos de ellas que le escribieron pidiendo consejo o ayuda, como en la de las vidas de las miles de ellas cuya libertad permitió e inspiró. “¡Mujeres, se lo debéis todo!”, cantaba la multitud en su funeral. Ahora estamos llegando a comprender exactamente lo que esto significa.