Cada tanto, los creadores del cine chileno se ven envueltos en controversias sobre las fuentes que alimentan sus cintas: controversias entre ellos y/o con creadores de otros ámbitos, cuando no con alguna prensa. Para Silvio Caiozzi, por ejemplo, es increíble que la “maravillosa literatura chilena” no se adapte más seguido a la pantalla grande. Y no pocos críticos se han quejado por décadas de lo subaprovechada que ha sido tanta historia increíble desplegada en todo tipo de lugares a lo largo del territorio.
Juan Ignacio Sabatini (Santiago, 1978) no ha tenido participación en estas querellas, pero su propio quehacer audiovisual da cuenta de que las letras y las “historias verdaderas” pueden ir en un mismo pack. Hace una década, para sacar adelante un documental acerca de la “Roja” de Bielsa, formó la productora Villano junto a sus socios y amigos Ismael Larraín y Juan Pablo Sallato. Los tres dirigieron Ojos rojos, que se instaló como la más taquillera de las no ficciones nacionales, y la productora ya es número habitual en la pantalla chica, con realizaciones como la miniserie Zamudio.
Y si esta última, con la dirección de Sabatini, se apoyó en Perdidos en la noche, el libro del periodista Rodrigo Fluxá, el debut del realizador en el largometraje argumental tuvo como fuentes otros casos reales traducidos por una pluma periodística: los que constan en Los fusileros, de Cristóbal Peña, cuya primera de varias ediciones asomó en 2007, presentándose a sí misma como “una historia de lealtades, traición y muerte”; “un relato a trasluz de los violentos años ochenta en Chile”. Una historia que, después de catorce versiones del guión, llega a los espectadores locales este 12 de noviembre, a las 20.30 h. (entradas en puntoticket.com), con un título decidor: Matar a Pinochet.
Años después de que Los 80 y Cabros de mierda ficcionaran con las protestas populares contra la dictadura, la película de Sabatini se estrena vía streaming el próximo jueves. Sus protagonistas son miembros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), como lo fueron algunos en Pacto de fuga, estrenado con éxito hace sólo unos meses. Pero esta vez no se trata de huir de la cárcel en 1990, sino de emprender acciones armadas años antes, la más vistosa de las cuales es por lejos la que se refiere en el título, ese atentado fallido que se ejecutó el domingo 7 de septiembre de 1986.
Y si bien se cuentan distintas historias en el filme, quien vertebra el relato a través del off de su personaje es Cecilia Magni, o “Tamara”, si se opta por su chapa guerrillera (Daniela Ramírez): la hija de un industrial que llegaría a ser comandante de una organización nacida en 1983 como aparato militar del Partido Comunista. “Tamara”, eso sí, no fue “fusilera” ese día en el Cajón del Maipo: iba a serlo, pero la bajaron a última hora, asignándosele el cuidado de los heridos. No protagonizó el atentado fallido ni estelariza el libro, pero tiene un lugar central en la película de Sabatini, quien habla de este y otros temas en un pequeño patio de la construcción añosa de calle Bilbao que acoge a su productora. La misma que cobijó por décadas a los Quercia Martinic, entre ellos Boris y Antonio, y que hoy ocupan también bandas musicales y una instructora de yoga.
¿Hubo un gesto deliberado en darle centralidad a una mujer que fue “bajada del tren” ya encima del atentado?
En el proceso de investigación, después de hacerle mucho tiempo el quite al personaje histórico, decidí investigarlo. Me junté a tomar café con su hermana, y después de lo que me contó no hubo vuelta atrás. Esa mujer es impresionante. Y si Chile ahora es machista, aunque estamos tratando de romper con eso, en esa época era... heavy. Ahí aparece este personaje femenino que habita en un mar de contradicciones, un mundo súper contradictorio.
¿Un ave rara?
Un pez fuera del agua.
Dar una perspectiva
Ha tenido que vérselas con producciones televisivas de cierto tonelaje, como Sitiados, para Fox, y La cacería, para TVN. Pero asegura Sabatini que, en cuanto a valores de producción, Matar a Pinochet “es lo más grande que hemos hecho”. Habla acá a nombre de Villano, productora que obtuvo un fondo del CNTV en 2015 con el que echó a andar una bolita que comprometió más tarde a socios argentinos y españoles.
“Los argentinos mandaron la cámara, los lentes, un par de actores”, cuenta el director. “España hizo lo mismo, también financió la música y mandaron a una maquilladora que había pasado por una producción de Almodóvar y que lo hizo extraordinario”. Al menos en este caso, ya no fue como hace 20 o 30 años, en que el propio guión incluía personajes españoles o argentinos con alguna excusa, mejor o peor, para que estrellas como Carmen Maura hicieran lo suyo.
Lo otro, antes de que esta coproducción fuese siquiera una posibilidad, fue “vender” el proyecto en mercados internacionales. Con un título así de “oreja”, alguien pensará que no fue tan difícil lograrlo. Por lo pronto, confidencia Sabatini, los eventuales involucrados extranjeros no tenían mucha idea del magnicidio frustrado. Y si le preguntan a él, en Chile mismo el episodio puede ser conocido, pero se prefiere ignorarlo.
¿Cómo se plantea la película una interpretación histórica?
Hay que entender la película como un ejercicio de ficción inspirado en un hecho real. En una operación tan compartimentada, tan extendida en el tiempo, que para entenderla la película tendría que haber llevado una serie de cartones con “aquí pasó esto”, “aquí pasó esto otro”, a tal día y a tal hora. Creo que eso lo hace mucho mejor el documental. Hay una serie fantástica de Chilevisión, Guerrilleros, que cuenta perfecto la historia, y está el propio libro de Juan Cristóbal (Peña). Lo que hicimos fue dar una perspectiva. La película es más onírica, no responde a la idea de qué tan dispuesto estás a dar tu vida por una causa, o a hacer una revisión de las causas y efectos de lo mismo. Me pareció más interesante invitar al espectador a ir determinando qué va pasando primero y qué después.
¿Cuál fue ese Chile de mediados de los 80 que quiso retratar?
El Chile violento, el Chile con miedo... el Chile violentado. Porque, a diferencia de lo que ha estado pasando ahora, de que disparan a los ojos, y los abusos… estos hueones disparaban a matar en la calle. Intenté traspasarle eso a la película. Por eso el vértigo, por eso la velocidad que tiene: el efecto peligroso de decir tu nombre en la esquina, si uno pone un pie afuera alguien te puede caer, y eso, a costo de tu vida.
Aunque se rodó antes, ¿cómo cree que el estallido de 2019 puede condicionar la forma en que se ve la película?
Creo que hay una valoración distinta por lo que pasó a partir del 18 de octubre. Estábamos terminando el montaje cuando Chile estalló, y lo que estaba pasando delante del monitor -helicópteros, gente protestando- estaba pasando tres cuadras más abajo, en la calle. Ahí creo que está este valor de poner sobre la mesa, ahora, una parte de nuestra historia totalmente tabú. No se habla de eso, y ahora, con esto que está pasando en la calle, creo que hay una mirada distinta a nuestra historia reciente.
¿Cree que la intriga da razones para alimentar una proyección o identificación?
Es importante lo que dice en la escotilla 8 del Estadio Nacional: “Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro”. Es imposible avanzar en la discusión si no entendemos dónde estamos parados. Y esto no es para irme de tesis. Lo que hace la película es decir, “en esta época pasó esto, con estos personajes; juzga tú, siéntate, vela y conversemos”. Porque también es muy fácil -por el título, por la época- que esto se polarice, que se divida entre blanco y negro.
Los personajes parecen responder menos a una elaboración ideológica que a un cierto sentido común: “Si nos atacan a balazos, no podemos responder con palos ni con consignas”. ¿Cómo se planteó esos retratos?
Entendiendo la vida desde las chapas, desde personas que tienen que transformarse en personajes. Yo creo que, si miras en perspectiva la película, lo que hace son reflexiones, y los panfletos los hace un lado. El principal desafío fue construir un relato donde los personajes no estén juzgados por la realización, que estén despojados de juicios morales, que sea tarea del espectador llegar a ese juicio, a esas conclusiones.
¿La película está más preocupada de entender a sus personajes como víctimas que como victimarios?
Ninguna de las dos: ni víctimas ni victimarios.