“No tengo la certeza de que vaya a escribir otra novela”, sentenció Don DeLillo en una reciente entrevista al diario español El País. Por eso, podríamos estar ante el último libro de una de las leyendas vivientes de la literatura estadounidense contemporánea. Y el tema no podría ser más apropiado. El Silencio, trata de un mundo enfrentado a lo inesperado, un mundo descolado por la ausencia de algo que daban por seguro. Si no hubiera sido escrito antes de que estallará la pandemia de Covid-19 algunos habrían dicho que era una metáfora de lo que está sucediendo.

Pero esa no fue la idea de DeLillo, pese a que en el libro hay guiños a la pandemia, como cuando Tessa, una de las protagonistas, al intentar explicar lo sucedido, recuerda todas las veces que el mundo se ha enfrentado a fenómenos imprevistos. “Lo que está más fresco en nuestra memoria” dice, es “el virus, la plaga, el desfilar por los terminales de aeropuertos, las mascarillas, las calles de las ciudades vacías”. Porque el libro no sucede hoy sino en 2022. Y la causa del caos no es un virus, sino una caída total de las redes. Ese es “el silencio”, el silencio de la tecnología.

Como ya hizo en Mao II, Ruido de Fondo o en la extraordinaria Americana –su primera novela de 1971-, Delillo logra leer con agudeza el mundo contemporáneo. Sus novelas intentan ser una lectura de los problemas que aquejan a la sociedad actual, desde el terrorismo islámico, hasta los accidentes industriales o los abusos de grandes corporaciones. Como escribe The New York Times, Delillo “ha sabido evocar las oscuras corrientes de la experiencias norteamericana con una precisión asombrosa y una imaginación única”. Y lo vuelve a hacer en El Silencio.

La novela es breve, sólo 120 páginas, es casi una obra teatral, donde los diálogos –como en todos los libros de Delillo-, son clave. La historia parte en un avión. Jim Kripps y su esposa Tessa Berens regresan de París. Confían en llegar a Nueva York a tiempo para juntarse con una pareja amiga –Diana Lucas y Max Stenner, dos profesores universitarios- con la que verán la final del Super Bowl. En el departamento de Diana y Max está también Martin, un ex alumno de ambos, obsesionado con el Manuscrito de 1912 de Einstein sobre la teoría de la relatividad especial.

Todo transcurre normalmente, hasta que de pronto todo se apaga. El avión pierde altura y debe realizar un aterrizaje forzoso. La televisión donde Max espera ansioso el inicio de la transmisión del Super Bowl queda en negro. Las luces de la ciudad se oscurecen. Todo el mundo parece haber entrado en un silencio total. No hay electricidad, no hay conexión a internet, la tecnología entró en pausa. “Parece que se han vaciado todas las pantallas del mundo. ¿Qué nos queda por ver, por oír, por sentir?” reflexiona Martin. No hay explicaciones, sólo la angustia de estar desconectados.

Según comentó el escritor a The New York Time todo partió de una pantalla en negro. “Ella dirige todo”, comentó, recordando que luego unió eso al Super Bowl –probablemente uno de los mayores símbolos de la cultura popular estadounidense. “Ver el partido nos reúne, pero a la vez si pensamos en una pantalla en blanco, es como una suerte de cataclismo”, agregó. Y de allí partió El Silencio y la angustia que ello puede generar en un mundo que está siempre conectado y se define por ello. “Nos están zombificando, nos están estupidizando”, repite un desconcertado Max.

“¿Y qué hacemos ahora?”, se pregunta luego Diana en medio de las divagaciones de Martin sobre la teoría de la relatividad de Einstein y sus referencias a Chile –que se repiten recurrentemente-, donde está “el Gran Telescopio para Rastreos Sinópticos”. Y la respuesta de Max es sintomática: “Pues hablar con la gente (…) los que se llaman nuestros vecinos”. Lo mismo que cuando Martin intenta agregar algo de calma y asegura que “independiente de lo que haya ahí afuera, seguimos siendo personas, esquirlas humanas de una civilización”.

Pero lo que hace aún más especial a El Silencio es el timing de su aparición. Probablemente habría tenido una lectura distinta si el mundo no hubiera enfrentado la pandemia. Lo que relata Delillo parece hoy más cercano y cuando escribe que de poco “empieza a aparecer la gente en las calles, al principio con cautela y después con una sensación de liberación (…) todos acompañándose entre sí a través del insomnio en masa de este momento inconcebible”, parece imposible no pensar en las cuarentanas y en el lento retorno a la normalidad.

Don DeLillo