—A los periódicos les gusta repetir cuántos escritores sustraemos de otras agencias, pero hacemos muchas otras cosas que resultan más fascinantes —declaró el estadounidense Andrew Wylie en 2012 a ABC, quien es uno de los agentes literarios más poderosos del mundo.
Wylie nació en 1947, en Boston y es hijo de un editor. Desde joven poseía un espíritu emprendedor que, al mismo tiempo, se vinculaba con una tendencia a la travesura y la irreverencia. En su adolescencia en un internado Saint Paul, se confabuló con un taxista: hizo un negocio para llevar a los alumnos desde el centro educacional hasta la ciudad, para proveer ilícitamente a los estudiantes de alcohol.
El “emprendimiento” le llevó a ser expulsado.
Pero ese incidente no le impidió ingresar a la Universidad de Harvard y titularse con honores en Literaturas Romances y Clásicas. Persuadió al crítico literario y especialista en James Hoyce, Harry Levin, para que dirigiera su tesis en que recitaba de memoria un extenso fragmento de la novela Finnegans Wake (1939). El profesor, Albert Lord, estudioso en literatura épica oral tradicional, le enseñó a Wylie a cantar a Homero en griego, una habilidad que años después le sirvió para atraer y convencer al escritor Isidor Feinstein Stone, autor de El juicio de Sócrates, de que se convirtiera en su primer cliente.
Tras graduarse, quiso seguir el camino de su padre como editor. Se trasladó a Nueva York, alquiló una pieza y puso un colchón en el suelo para dormir. Durante el día intentaba vender los libros de su biblioteca universitaria. En paralelo, se postulaba para trabajar en alguna casa editorial, pero sentía que siempre le preguntaban lo mismo en las entrevistas laborales a las que asistía:
—¿Qué estás leyendo?
—Tucídides.
Y su respuesta “no caía del todo bien”, recordó Wylie a ACB. “Me decían que para perdurar en el negocio tenía que leer la lista de los libros más vendidos”. Ante esa meta, el actual agente literario perdió interés por el mundo editorial. “Prefería dedicarme a la banca que a publicar basura”, declaró. Fue ahí cuando Joseph Fox, el editor de Truman Capote, le recomendó seguir otro rumbo. En paralelo empezó a conocer a gente de The Factory, el estudio de arte fundado por Andy Warhol, a quien entrevistó en varias ocasiones y se convirtió en uno de sus referentes vitales.
“Tengo un problema”
Wylie fundó su agencia en 1980. Él se sentaba al lado del teléfono que nunca sonaba. No tenía ingresos y, por lo tanto, tampoco tenía empleados. Cuando entregaba el manuscrito de algún escritor a una editorial, el camino era largo: cruzaba la calle para ir a una impresora a fotocopiar el texto, iba a la librería a comprar un sobre, lo fotocopiaba, volvía a la oficina, escribía una carta para los editores y así partía a la editorial, donde conversaba con alguna desconocida recepcionista que lo ayudaba a entregar el manuscrito en alguna de las oficinas.
—Cuando presentaba algo a múltiples editoriales, tenía que correr de una a otra porque no me podía dar el lujo de tomar taxis —contó a El Mercurio—. Ahora sí puedo pagarlos.
Con los años, fue convirtiéndose en representante de los derechos de las obras de autores tan variados como prestigiosos, entre los que se encuentran Jorge Luis Borges, Roberto Bolaño —a quien migró de Anagrama hacia Alfaguara—, Vladimir Nabokov, Emmanuel Carrère, Alice Munro, John Cheever, Alessandro Baricco, Karl Ove Knausgard, Yasunari Kawabata, Orhan Pamuk, Dave Eggers, Philip Roth, W. G. Sebald, Antonio Muñoz Molina y Susan Sontag.
Un día se enteró que Sontag quería hablar con él, así que Wylie la visitó en su departamento.
—Tengo un problema —le dijo ella—…. soy Susan Sontag.
—Sí, en efecto —respondió él.
—Es un trabajo a jornada completa. Debo atender el teléfono, debo leer libros de otros y escribir frases para elogiarlos, debo conceder entrevistas a la prensa y hablar sobre el comunismo…, pero lo que quiero hacer es escribir una novela, y no tengo tiempo.
—Por qué no deja en mis manos todo este asunto de ser Susan Sontag —propuso el agente literario—. Usted escriba la novela y yo me ocupo de ser Susan Sontag.
La historia se materializaría en 1992 con El amante del volcán.
“De eso trata en realidad este oficio de la representación: de entregarse a los intereses y al estilo del escritor”, dijo Wylie a ABC. “Yo adopto la personalidad de los ochocientos cincuenta escritores que representamos, así que padezco una suerte de masivo desorden de personalidad”.
En esa entrevista, Wylie explica que su manera de trabajar es bastante simple: si el escritor está vivo él es quien decide respecto a la reproducción y distribución de su obra; en caso de que el autor esté muerto, son sus sucesores los que toman las decisiones. Le causa gracia que muchas veces los editores digan: “Yo conocí mejor al autor que su esposa”, como se ha dicho con autores como Jorge Luis Borges o Italo Calvino. Ante ese tipo de declaraciones, Wylie responde con sarcasmo: “Claro, tú sabes más de Italo que su mujer, quien durmió a su lado cuarenta años”.
El chacal
“No hay muchos agentes literarios en Nueva York que puedan decir que no han perdido un cliente a manos de Andrew Wylie”, dijo el periodista Leon Neyfakh en The New York Observer.
Hay periódicos que han llegado a catalogarlo como “el mejor agente literario de la historia”. Pero esa no es una visión unánime: la precisión de su olfato literario junto con su controvertido y sagaz estilo como negociante también le han traído críticas, ya sean algunas más justificadas que otras.
Los años involucrados en el mundo literario y editorial le han traído el apodo de “El chacal”, asimilando su comportamiento sigiloso del cánido salvaje y depredador que habita en las llanuras de África y Asia.
En 1995, el apodo se popularizó en la prensa británica, después que el escritor Martin Amis decidió cambiar a su agente Pat Kavanagh, con quien había trabajado durante dos décadas. Ella también era esposa de Julen Barnes, buen amigo de Amis, amistad que sufrió una fractura, mientras Wylie llegaba a un acuerdo tasado en cerca de 670 mil dólares por la novela The Information.
Su poder de persuasión había quedado en evidencia.
Antes calificativos como “El chacal”, en el 2012 él planteó que su labor era más compleja que separar a otras agencias literarias de los derechos de determinado escritor. Por ejemplo, mencionó que en los últimos cinco años se habían acercado a Wylie Agency un conjunto de jóvenes escritores que recién redactaban su primera novela, como Chimimanda Ngozi Adichie, Teju Cole, Uzodinma Iweala y Helen Oyeyemi.
—¿Quién habría podido imaginar que la nueva generación de maestros de la prosa provendría de África, sobre todo de Nigeria, y cambiaría el rostro de la literatura mundial? —dijo.
Aun así, Wylie tiene claro cuáles son sus prioridades al momento de elegir cuál autor trabajar. En 2010 fue entrevistado por Harvard Magazine. Ahí explicó que los negocios de las publicaciones se dividen en dos: frontlist y backlist. La primera son los nuevos títulos publicados, donde suele fijar su radar el mundo literario y editorial. Pero su agencia se enfoca en la segunda, libros ya publicados que se siguen imprimiendo, donde considera que la perdurabilidad es prácticamente un hecho.
Robar el auto, no solo las ruedas
El 27 de mayo del 2014 firmó una intención de acuerdo con su prestigiosa colega española Carmen Balcells, representante de importantes autores del boom latinoamericano como Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Así se crearía una superagencia internacional, la empresa Balcells & Wylie.
“Carmen Balcells (...) fue asesorada por personas que ella y yo conocemos, y una de ellas le dijo que tuviera cuidado conmigo, que le iba a sacar las ruedas de su auto”, afirmó Wylie en el diario El Mercurio, días después de que se diera a conocer el acuerdo. “Yo le mandé un mensaje diciendo que yo no era un ladrón de autos, pero que, si lo fuera, sería lo suficientemente inteligente como para saber que no debo sacarle las ruedas al auto antes de llevármelo”.
La unión se convertía en un hito para las dos agencias más importantes de Europa y América. Balcells solo aceptó ceder el 45% de su empresa a Wylie. El trato indicaba que el resto de la venta se haría de forma paulatina en los años venideros. Así, la agente blindaba su poderío frente al estadounidense, en un gesto similar al “si no puedes con ellos, úneteles”.
La relación empresarial entre ambos representantes se sostenía en una tensión que en cualquier momento podía romperse, contra las pretensiones de Wylie. Y eso fue lo que sucedió después. La mujer que representó a reconocidos escritores del boom cambió las condiciones del contrato y, en abril del 2015, pidió a la consultora Atlas Capital iniciar una venta abierta de su empresa.
Wylie contraatacó en agosto de ese año, anunciando la inauguración de su tercera oficina en Madrid: “The Wylie Agency España” —sumándose a la de Nueva York y Londres—, y puso a Cristóbal Pera, director de Penguin Random House México y antiguo editor de Gabriel García Márquez, para que encabezara esta nueva apuesta. La situación preocupó a la empresa de Balcells: el estadounidense ganaba terreno en el negocio de la literatura hispanoamericana.
La española Balcells falleció el 20 de septiembre de 2015 y, si bien su agencia literaria se sigue sosteniendo con sesenta años de historia, el poderío de Andrew Wylie se ha enraizado en las letras en lengua castellana. Antes de morir, el estadounidense planea representar a 2 mil “buenos autores” (ya superó la mitad de su meta).
—Dios quiera que en doscientos años seamos una fuerza en la literatura en lengua española —había declarado el agente en 2012.
Al parecer, su pronóstico fue más bien pesimista.
Un apostador
“Ayuda mucho no tener personalidad y sí poseer el don de adaptarse a la personalidad de los autores que representas y saber qué es lo que necesitan”, dijo Wylie en una entrevista en 2017 a WMagazín. “Eso es clave para poder tener éxito”.
En esa instancia, comentó que entendía su trabajo como el del intérprete que media entre el confinado mundo del escritor y la divulgación de su obra. Le interesa que el autor se enfoque en lo que realmente sabe hacer: escribir. “Yo solo les indico cómo podrían tener una mayor audiencia global y recibir unos beneficios más justos”. Entiende su trabajo como el de un apostador. Estima que la mitad de los ingresos que obtienen los autores provienen de su país de origen, y el otro 50% del extranjero. “Los tiempos en que el escritor creía ciegamente en el editor han cambiado”, declaró.
En marzo del 2016, los libros de Roberto Bolaño dejaron de ser un patrimonio emblemático de la editorial Anagrama, pasando al dominio de Alfaguara —sello propiedad de Penguin Random House—. Tras la muerte del autor de Los detectives salvajes (1998), los derechos de su obra pasaron a ser propiedad de su esposa, Carolina López, y sus hijos. Andrew Wylie se hizo cargo en la representación como agente de los herederos.
Meses después, Wylie aseguró que el cambio a Alfaguara se debió “únicamente a razones editoriales”. El proceso no estuvo exento de conflictos. Esas palabras fueron reacciones de “El chacal” ante las declaraciones que había dado el fundador de Anagrama, Jorge Herralde, y del amigo y editor de Bolaño, el crítico español Ignacio Echevarría, quienes vincularon la operación a una venganza de la viuda contra quienes mantuvieron una relación con Carmen Pérez de Vega, mujer que estuvo sentimentalmente involucrada con Bolaño durante sus últimos seis años de vida.
“Son puras especulaciones y afirmaciones infundadas”, argumentó Wylie a El País. “Mi agencia gestionó las negociaciones con las editoriales y puedo confirmar que para la elección final de López fue decisivo el proyecto global y editorial presentado por Alfaguara, que ella consideró muy beneficioso para el futuro de la obra de Bolaño”.
Más adelante, el cambio editorial derivó en un juicio en que Carolina López acusó al editor Ignacio Echeverría de atentar contra el honor y la intimidad de su familia en dos textos que publicó sobre Bolaño. En una de las sesiones en el juzgado, Jorge Herralde se encontró con Wylie.
—Estimado Andrew, ¿qué estás haciendo en este país?
—Estimado Jorge, creo que he tomado el avión equivocado —respondió “El chacal”.
A pesar de la tensión de ese día, aparentemente Herralde y Wylie tienen buena relación. En 2019, se encontraron en la Feria de Frankfurt, Alemania, instancia en que el estadounidense besó la mano del fundador de Anagrama cuando se lo encontró.
Claro, uno es editor y el otro agente literario. Podrán tener sus diferencias, pero saben que, en el mejor de los casos, aparecerá un nuevo escritor en común que genere una sinergia entre ambos.
El Nobel al mejor postor
Cuatro años después, la polémica envuelve otra vez al agente norteamericano. El pasado 8 de octubre de 2020, la poeta Louise Glück recibió el Premio Nobel de Literatura. La ganadora no era tan conocida en el mundo hispanoparlante, y solo había sido publicada por Pre-Textos, una pequeña casa editorial española que, durante catorce años, tradujo y publicó en castellano (en ediciones bilingües) siete de sus once libros, con títulos como El iris salvaje (2006), Las siete edades (2011) y Una vida de pueblo (2020).
Tras el anuncio de la Academia Sueca, la agencia literaria que representa a Glück, liderada por Wylie, ignoró definitivamente los intentos que hizo la editorial independiente para renovar los contrato de seis de los siete títulos de la poeta.
Al poco tiempo, los responsables de Pre-Textos comenzaron a recibir llamadas de varios colegas españoles, a quienes la empresa del agente norteamericano les propuso publicar los poemarios de la ganadora del Nobel. “Dentro de nuestra profunda decepción, nos hemos emocionado primero con la reacción de algunos de nuestros colegas”, dijo el editor de Pre-Textos, Manuel Borrás, a El País. “Nos han dicho que no habían aceptado el ofrecimiento”.
Durante los últimos días, ha circulado una carta abierta firmada por autores, traductores y editores tanto de España como de Latinoamérica, criticando el proceder de la empresa Wylie, la cual siguió negociaciones poco transparentes con la editorial que, durante años, publicó a la poeta a pesar de la poca masividad en ventas: “Mientras Pre-Textos intentaba renovar los derechos de algunos esos títulos, la Wylie Agency que representa a Glück, comenzó a ofrecerla a espaldas de la editorial al mejor postor, ignorando de esa manera el esfuerzo realizado por sus editores españoles”.
Este episodio se suma a la historia de Wylie Agency, una empresa que sigue aumentando su poder, aunque eso le signifique romper algunas confianzas cuando se trata de representar a algunos escritores.
A veces han sido los cambios de editorial los que han desatado la polémica; otras, los de agente literario. Pero a Andrew Wylie nunca le ha importado mucho lo que se diga en la prensa sobre su trabajo:
—Me parece que esta reputación persiste porque resulta más interesante para los lectores de los periódicos cuando persuadimos a un escritor que cuando no —dijo en 2012—. Así pues, tenemos la obligación de entretener al público lector robando autores, y persistiremos en ello.