Robert Darnton: “Ya no se escucha gente anunciando la muerte del libro impreso”

Hasta los siglos II y III de nuestra era, observa el paleógrafo Guglielmo Cavallo, “leer un libro significaba normalmente leer un rollo”. Para entonces, ya circulaba gracias a los romanos el códice (codex), ese artefacto con páginas escritas por ambos lados que se cosían o pegaban por uno y se giraban por el otro, y que además podía tomarse con sólo una mano. Sin embargo, lo que se designaba como “libro” era un rollo constituido por papiros pegados unos a continuación de otros hasta sumar una veintena.

Considerados con la ventaja tramposa de la retrospectiva, estos libros de papiro asoman hoy poco prácticos y nada cómodos: se debían tomar con ambas manos, recogiendo por arriba y desplegando por abajo, y lo no normal es que armar una obra demandara varios rollos. Por estas y otras razones, como la difusión del cristianismo, el códice impuso sus términos. Tanto así, que nadie lo llama códice ni le da otro nombre que no sea “libro”. Que eso siga pasando a dos milenios de su invención, parece dar la razón a Umberto Eco cuando afirmaba que el libro, en su versión codex, “es como la cuchara, el martillo, la rueda y las tijeras: una que vez que se inventó, no se puede mejorar”.

De estas cosas, entre tantas otras, sabe Robert Darnton (Nueva York, 1939). Figura saliente de la historia cultural francesa, así como de la historia del libro y la lectura, el exdirector de las bibliotecas de Harvard (2007-16) tiene claro que se ha llamado “libro” a soportes muy distintos (de las tablillas mesopotámicas a los e-books), pero entiende que en el cotidiano usamos esa palabra para hablar de las hojas de papel unidas en el lomo, y no de otras tecnologías de lectura. Y porque entiende esto, entiende que cuando se ha hablado del “fin del libro” se habla de ese objeto antiguo y duro de matar, así como el circuito generado en torno suyo y que por lo pronto incluye librerías y bibliotecas, libreros y bibliotecarios.

Porque a este artefacto lo vienen “matando” hace rato: Marshall McLuhan dijo que los libros bajo el brazo serían reemplazados por cintas de video, en tanto que seminarios y conferencias sobre la “muerte del libro” comenzaron hace décadas, siendo el propio Darnton invitado a varios de ellos. Pero hoy le cuenta a La Tercera, vía Zoom desde la casa en la costa de Massachusetts donde ha pasado la pandemia, que desde harto antes del covid-19 no sabe de esas conferencias:

“Ya no se escucha gente anunciando la muerte del libro. No he visto eso por largo rato”, afirma el académico de Harvard y profesor emérito de Princeton. “¿Por qué? Porque hemos vivido con la revolución digital y está claro que los libros electrónicos, aunque aumentaron en número, ahora se han estabilizado. Probablemente usted lea en un Kindle, pero también lee libros impresos en papel”.

Robert Dranton es académico de la U. de Harvard y profesor emérito de la U. de Princeton.

Ocurre, prosigue el autor de Censores trabajando, que “vivimos en un entorno diferente en el que tenemos tipos de comunicación muy diferentes, más que antes, y el libro clásico, el libro normal y corriente que se lee pasando las páginas y que ha existido desde el primer siglo de nuestra era, ha funcionado muy bien. Todavía está sano, todavía se está leyendo y se está publicando: los editores no se están arruinando, está sobreviviendo bien”.

Eso sí, sobrevive en interacción, compañía o competencia con muchos otros tipos de comunicación. Es un entorno más diferenciado, más complejo, dice Darnton, pero no uno que haya dejado obsoleto al libro impreso. No por nada,. “es uno de los inventos más grandes de todos los tiempos”. Por eso, cuando le recuerdan lo de las profecías acerca de su fin, muestra convicción: “Creo que hoy podemos decir, ‘No, el libro no murió’”.

En estos tiempos excepcionales, también para la lectura, ¿se ve tentado a hacer comparaciones con otros períodos u otras pandemias?

Una comparación es difícil. No sabemos cómo se está dando la lectura en estos días, así que podría hacer algunas suposiciones, pero no puedo probarlas. Mi intuición me dice que ahora hay más lectura que nunca. Las personas a menudo están aisladas y se están retirando de alguna manera a un mundo de lectura que habían descuidado. En algunos aspectos, pienso que la pandemia es un estímulo para la lectura, para diferentes tipos de lectura.

¿Y cómo ve los ámbitos asociados?

Por el contacto con los editores, sé que las editoriales siguen produciendo libros y que el negocio va bien. Ahora, es cierto que las bibliotecas en general están cerradas, que a veces puedes sacar libros de las bibliotecas si no entras. Las bibliotecas están haciendo un gran esfuerzo para dar a los lectores acceso a sus libros, aunque no pueda haber cientos de lectores en sus grandes salones. Y están las librerías, que no pueden tener gente entrando, que están semicerradas o restringidas. Hay grandes problemas, pero yo diría que, en general, la lectura se ha vuelto más intensa y, en cierto modo, más aislada. Hay grupos de lectura por todas partes. Yo pertenezco a uno, y tenemos reuniones virtuales.

Usted ha observado un “panorama de la información” en el cual nos las vemos todo el tiempo con bits de información de todo tipo. ¿Qué pierden ahí el libro y la lectura?

El tipo de cultura del libro de principios del siglo XX ha desaparecido, sin mencionar los del siglo XIX y antes. Hoy no sólo tenemos la radio y la televisión, sino todos estos medios sociales, y el resultado, creo, ha sido la fragmentación de los libros, así como de la información en general: ha sido cortada en pedacitos y consumida de una forma nueva.

Ahora bien, hemos tenido tipos particulares de información fragmentada durante siglos, pero la fragmentación actual es inquietante. Tengo un amigo que enseña literatura en la U. de Virginia. Me dijo que ya no puede dar la lectura de novelas de Henry James como tarea a sus alumnos, porque son demasiado largas: los libros son largos, las oraciones son largas, la capacidad de concentración de los estudiantes es escasa. El tipo de literatura que floreció en el siglo XIX y principios del XX ya no puede llamar la atención de los jóvenes. Eso me preocupa mucho.

Reorientaciones lectoras

El autor de Las razones del libro se hace el deber de insistir: que el libro siga en pie no significa que no haya males ni peligros. Hay muchos, piensa, y al principio de la lista hay una lectura que ocurre en lo que llama “silos”, tal como las estructuras para almacenar granos. “Si se está dentro de un silo, se está cerrado a otros tipos de información, y nos encontramos con que la población de EEUU está cada vez más encerrada en silos separados, y la información del exterior no puede llegar a estas personas”, plantea Darnton. Menos amenazante considera fenómenos como el del e-book.

Según datos de Good e-readers para agosto, las ventas de libros electrónicos crecieron este año por sobre el 50% en la literatura infantil y juvenil, mientras los libros de bolsillo subieron muy poco y los “tapa dura” incluso bajaron un 0,8%. ¿Será sólo la pandemia?

Desconozco la explicación, pero intuyo que, ahora que la mayor parte de la educación es en línea y la mayoría de los estudiantes se queda en casa, los padres deben mantenerlos ocupados, y una forma de hacerlo es regalarles un Kindle con libros adaptados para niños. En general, lo que uno ve son adaptaciones a las circunstancias, y nada podría ser más espectacular que el actual cambio de circunstancias para la mayoría de la gente. Uno pensaría que la producción de libros y los patrones de lectura se adaptarán a eso.

El sitio Todos Tus Libros empezó a vender el material de pequeños libreros, que así compiten con gigantes como Amazon. ¿Cómo ve este escenario?

No es algo que haya estudiado, pero me parece que hay demanda y, por supuesto, grandes empresas como Amazon intentan monopolizarla, aunque hay formas de sortear eso. La publicación de libros electrónicos a pequeña escala puede ser una manera de eludir la presencia monopólica de Amazon y que se desarrollen otras formas, como la autoedición: tengo muchos amigos que no publican libros comercialmente, sino que los ponen en línea.

¿Qué tan relevantes pueden ser hoy las bibliotecas?

No he estado en muchas bibliotecas chilenas (aun si he estado en algunas), por lo que debería hablar de EEUU. La biblioteca pública ha evolucionado acá de una manera muy interesante. Son centros neurálgicos: cada localidad, cada barrio tiene una biblioteca. En los sectores pobres de de Nueva York los estudiantes van allá tras salir de la escuela (prepandemia, por supuesto) y reciben ayuda con sus tareas. Los bibliotecarios son maestros, pero son más que maestros. Si usted es un inmigrante y necesita licencia de conducir, no va a la policía: va a su biblioteca. Si es una persona pobre que busca trabajo, ya no va a encontrar anuncios en el diario, así que va a la biblioteca de su vecindario. La biblioteca es uno de los pilares de la vida comunitaria.