La anécdota es conocida. Semanas antes de que llegara noviembre del 2000, Jorge Herralde, editor Anagrama, discutió con el escritor Roberto Bolaño por el título para Nocturno de Chile. El autor quería titular la novela como “Tormenta de mierda”, las últimas palabras del libro. Con ese nombre, el escritor expresaría su repulsión a la represión y tortura que significó la dictadura de Augusto Pinochet.
Pero el editor sentía que no era buena idea:
—Pensé que este título podía alejar a cierto tipo de lectores un poco más timoratos —explicó Herralde en el documental Roberto Bolaño, el último maldito (2010).
Ya en el 2001, semanas después de que se publicara la novela, —en revista Paula— le preguntaron a Bolaño por el cambio de título. Él estuvo hablando durante tres meses con su editor sobre ese tema mientras trabajaban en el manuscrito. “Al final, tanto hablar de mierda empezó a producirme náuseas”, respondió.
Roberto Bolaño falleció el 15 de julio del 2003 y, esa misma semana, la edición mexicana de Playboy publicó la última entrevista al escritor. En un momento de la conversación, la entrevistadora Mónica Maristain le hizo la pregunta otra vez:
—¿Es cierto que fue Juan Villoro (escritor mexicano) el que lo convenció para que no titulara “Tormenta de mierda” a su novela Nocturno de Chile?
—Entre Villoro y Herralde.
—¿De quién más escucha consejos alrededor de su obra?
—Yo no escucho consejos de nadie, ni siquiera de mi médico. Yo doy consejos a diestra y siniestra, pero no escucho ninguno.
¿Obra menor?
“Las novelas Los detectives salvajes y 2666 tuvieron una visibilidad mayor, en el conjunto de las obras de Bolaño, porque portaban, a mi modo de ver, un carácter monumentalizador”, dice Lorena Amaro, directora del Instituto de Estética UC, quien los considera libros que instintivamente se inscriben en un canon literario, dos obras que abundan los recursos metaliterarios, diversos narradores e infinidad de historias. “Se despliega un aura de escritor inagotable”, asegura.
“Al lado de ellas, otros de sus textos pueden parecer ‘menores’, han sido menos leídos y valorados desde otro lugar, ya que no parecen tan ambiciosos”, explica la académica. Pero Nocturno de Chile le parece un texto clave para entender la lectura que Bolaño hace de Chile.
El crítico literario, Rodrigo Pinto, entrevistó en 2001 a Bolaño para LUN, instancia en que el propio escritor ubicó Nocturno de Chile en un lugar dentro de toda su obra:
—Tiene la misma estructura que Amuleto y que otra novela que probablemente ya no escriba y cuyo título iba a ser Corrida —dijo—. Son novelas musicales, de cámara.
“Es decir, obras distantes de sus grandes catedrales narrativas, ‘de una sola voz inestable, caprichosa, entregada a su destino’’', dice Pinto dos décadas después. Para el crítico, la novela “orbita en torno a Los detectives salvajes y es hermana de Estrella distante, con la que comparte personajes”. También considera que es un relato clave para entender la relación que el escritor tuvo con el territorio donde nació. Lo entiende como uno de los narradores que indago con más profundidad en la historia reciente del país, llegando a una conclusión “tan lúcida como reveladora’', y cita un pasaje del libro: “Chile entero se había convertido en el árbol de Judas, un árbol sin hojas, aparentemente muerto, pero bien enraizado todavía en la tierra negra, nuestra fértil tierra negra en donde los gusanos miden cuarenta centímetros”.
Esta novela es la séptima que publicó el escritor chileno que vivió largos años en México y España. En 1996, Bolaño lanzó Estrella distante, obra que contaba la historia de Carlos Wieder, un piloto de la Fuerza Aérea durante la dictadura. Él era un hombre culto y también un poeta vanguardista. El autor de 2666 retrata cómo puede convivir perfectamente la sofisticación cultural con un alma represiva.
Cuatros años después, Nocturno de Chile profundiza esta aparente contradicción que puede habitar en un mismo espíritu, pero tomando más riesgos estructurales como desbocar una parrafada que se extiende por un centenar de páginas, e introduciéndose en el habla y sicología de un protagonista aún más complejo. Lorena Amaro vincula este libro con Estrella distante: “Novelas más breves, acotadas, centradas en uno o dos personajes que permiten ahondar en las violencias y traumas nacionales, vinculados con el período de la dictadura”.
Meses después de que se publicara el libro, Patricia Espinosa, la crítica literaria de LUN y académica de la UC, escribió un artículo para la revista Rocinante. “A partir de un magistral proceso de focalización, la novela nos permite introducirnos en los vericuetos de una conciencia tenebrosa”, escribió en el texto.
“Yo estaba en paz”
Nocturno de Chile es una novela que relata en primera persona el fluir de pensamientos de Sebastián Urrutia Lacroix (su seudónimo es H. Ibacache), sacerdote Opus Dei y crítico literario vinculado a la derecha pinochetista. Durante uno de sus días de agonía, el protagonista recorre mentalmente medio siglo de historia personal y de Chile. Son las confesiones dentro de una ficción que dialoga estrechamente con el pasado de un país, en que aparecen personajes como Augusto Pinochet, Pablo Neruda, la escritora Mariana Callejas y su pareja, el exagente de la Dina, Michael Townley.
“(El protagonista) Urrutia Lacroix se mueve dentro de una dinámica donde la culpa parece anularse con facilidad extrema y todo sucede de un modo, digamos, casi natural e inevitable”, dice Espinosa en el artículo. “Lo bello puede convivir con lo perverso y esto con la moral y la santidad y la salvación del alma”.
Dos décadas después, Espinosa recuerda que la primera vez que leyó la novela le impactó “la trama sibilina, la irónica de Bolaño, la falta de empatía con sus personajes”, dice. “Encontré excepcional el odio que destila el punto de vista narrativo”.
Sobre la estructura, le sorprendió que el monólogo interior y la ausencia de puntos aparte invitan a sumergirse en la lectura a través de un solo envión. Además permite “representar con mayor fuerza un tipo de pensamiento rígido, un encuadre geométrico homologable a la visión del protagonista”, dice la crítica de LUN, quien plantea que dicha característica se mezcla con la atmósfera perturbadora del relato. “Todo es oscuro, sucio, abyecto, obviamente, de esto, no se escapa la crítica literaria”, plantea.
Hasta el 2014 era el libro que la escritora María José Viera-Gallo había leído más de diez veces: una novela que empezó leyendo por motivos laborales, pero que se convirtió en una obsesión personal. Seis años después, la autora de Verano robado (2006) y Cosas que nunca te dije (2014) recuerda el “asombro, miedo, rechazo, terror, todo junto”, que ha sentido con esta lectura.
Para ella, Bolaño profundiza en el inconsciente del Chile que se vio reflejado con alrededor del 20% de las preferencias en el plebiscito del 25 de octubre, respecto a la decisión de iniciar o no un proceso constituyente. Se trata de un grupo que, según Viera-Gallo, representa “el pequeño fundo mental de la elite, sus miedo atávicos, su ferviente catolicismo, su represión sexual, su ideología patronal primero, y fascista después”.
“Quítese la peluca”. Es la frase del escritor británico G. K. Chesterton que es el epígrafe de la novela. Son esas palabras las que parecen incitar el recorrido retrospectivo del agonizante sacerdote en una noche de alta fiebre.
“Yo estaba en paz”, dice el protagonista al arranque de este flujo discursivo. “Ahora no estoy en paz”.
Night in Bolaño
En marzo de 2003, Roberto Bolaño fue invitado por el Instituto Cervantes de Londres y la editorial Harvill a presentar la traducción al inglés de la novela protagonizada por el sacerdote Sebastián Urrutia Lacroix, Night in Chile. El escritor lamentó que no se pudiera fumar dentro del auditorio, por lo que se escudó con en ello para justificar la supuesta brevedad de una exposición que duró cuarenta minutos.
El escritor partió diciendo que uno de los principales problemas que tuvo para escribir la novela fue tomar la voz de alguien fervientemente católico de manera verosímil. La última vez que Bolaño había estado en una capilla para comulgar había sido hace más de treinta años; además no tenía ningún amigo cercano que fuera sacerdote. Aun así, en Blanes, poblado costero en España donde vivía, tenía un conocido que era cura, a quien le comentó que estaba escribiendo Nocturno de Chile.
—Pero la Iglesia católica no queda muy bien —le dijo Bolaño.
—Tú tira, tira —respondió el hombre de fe—, que la iglesia lo puede aguantar todo
Luego el escritor se pregunta: “¿Hasta qué punto el placer no nos lleva, a la larga e irremisiblemente, hacia el crimen?”. Ahí Bolaño cita un verso del poeta Charles Baudelaire, el cual se convertirá al año siguiente en el epígrafe de la novela póstuma 2666: “Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento”.
Bolaño pensaba que toda la vida se reducía a esas palabras.
El escritor explica que el sacerdote Sebastián Urrutia Lacroix, en cierto sentido, circula por esas tierras vacías y vislumbra las luces de dicho oasis. Y el protagonista entra a este sitio “pero sigue siendo un sacerdote y, cuando sale, sin saber bien qué ha hecho en ese lugar, viene la culpa”, expone.
Ahí el escritor desemboca en lo que, según él, fue el mayor problema que tuvo al escribir Nocturno de Chile: cómo tratar dicho sentimiento, consideraba que “la culpa es algo mucho más complejo, pero en ocasiones es algo sencillísimo”. Según él, en el libro no logró resolver por completo ese desafío.
En 1992, Bolaño recibió la noticia de que padecía una enfermedad hepática que lo debilitó progresivamente. Esa fue una motivación que lo llevó a escribir con apuro la mayor parte de su obra literaria. En la presentación de Londres dijo que “me encomiendo a Flash” (el superhéroe) durante el proceso de escritura. De hecho, Nocturno de Chile le tomó mucho menos de un año.
Cuando uno de los asistentes le preguntó si tenía algún ritual para escribir.
—Ahora soy una persona que está enferma y que, además, noto que me estoy olvidando cada vez de más palabras —respondió Bolaño—…. Pero todo eso se puede resolver con un diccionario. Y uno escribe como puede, en cualquier lugar, eso es lo de menos.
Al final, le consultaron sobre un cuestionamiento que hizo el autor durante la presentación en el auditorio: “¿Qué hacer con el horror?”.
—A mí hay una de las pocas cosas que me gusta de la religión judeo-cristiana es el sentimiento de culpa —dijo—. Yo creo que es buenísimo tener el sentimiento de culpa: es buenísimo que vayamos con esa joroba y que carguemos esa joroba.
Quizás en esas palabras se encuentra la génesis de Nocturno de Chile.
La traducción de la novela al inglés había sido hecha por al australiano Chris Andrews, versión que, en Estados Unidos, fue publicada por la editorial New Directions. Como declaró años después el editor Jorge Herralde, ahí vino un momento importante para la novela. En la contraportada de Night in Chile, entre los cinco comentarios elogiosos para el libro, destacan las palabras de la escritora estadounidense Susan Sontag: “Es lo más auténtico y singular: una novela contemporánea destinada a tener un lugar permanente en la literatura mundial”.
Ese entusiasmo, al venir de Sontag, rápidamente se contagió en el mundo anglosajón. “Los americanos lo valoraron mucho, porque les fascina el flujo de consciencia”, dice María José Viera-Gallo. “En Chile tú hablas de NDCH y es como raro, no es un libro de velador”.
Matías Rivas, director de Ediciones UDP, siente que es un monólogo interior muy suave, de fácil lectura, “simpleza que a veces hace que algunos personajes sean más bien caricaturescos”, dice. Ahí cree que es donde falla, pero al mismo tiempo “eso es lo que impresiona a los norteamericanos” y es parte explica que la novela se haya convertido en el “abrelatas” de los lectores anglosajones para Bolaño.
Urrutia Lacroix: dentro y fuera del poder
“Si alguien todavía piensa que Roberto Bolaño es más mexicano o más español que chileno, esta novela debería convencerlo de lo contrario”, escribió el crítico literario, Rodrigo Pinto, en la revista Caras durante enero del 2001. Advertía que si bien personajes como Urrutia Lacroix o Farewell tenían sus símiles en la vida real, no era una novela que tuviera exactitud en los hechos históricos, pero sí “capacidad reveladora”.
A siete años de la publicación de Nocturno de Chile, el escritor y periodista argentino, Mauro Libertella, publicó el artículo “Nadie es profeta en su tierra” (2007), el cual contiene la premisa de que Bolaño siempre tuvo una relación conflictiva con el ambiente literario chileno: su estilo poco complaciente y vivir su adultez en el extranjero fueron dos características suyas que, en ocasiones, marcaron una distancia con su país de origen.
Sin embargo, a cuatro años del fallecimiento del escritor, Libertella se preguntó: “¿Cómo se lee actualmente a Bolaño en Chile?”. El periodista argentino expuso las perspectivas de tres figuras literarias, y todas mencionan la relevancia de Nocturno de Chile.
Alejandro Zambra, quien recientemente había publicado su primera novela Bonsái (2006), planteó que “por lo pronto —y es aquí donde entra Borges que, en realidad, nunca ha estado fuera— Bolaño no tiene sucesores, sólo precursores: voces que aún no hemos descubierto, pero que sin duda vagan dispersas por las páginas de Amuleto, Nocturno de Chile o 2666”. Luego, el escritor y crítico literario, Álvaro Bisama mencionaba la historia protagonizada por el sacerdote Opus Dei como una de las tres obras emblemáticas junto a Los detectives salvajes y 2666.
En ese mismo texto, el director de Ediciones UDP, Matías Rivas, destacó que la “actitud combativa” de Bolaño le trajo enemistades con figuras literaria como el crítico literario del diario El Mercurio, José Miguel Ibáñez (alias Ignacio Valente), quien traspasó la realidad y se convirtió en fuente de inspiración para el protagonista de Nocturno de Chile. “Sin duda su libro más polémico, donde ajusta cuentas con la derecha católica que gobernó las letras chilenas en los años de la dictadura”, declaró.
“Es un libro que, se supone, es un ajuste de cuentas, pero al final no termina resultando tal”, dice Rivas trece años después de escribir ese texto. “El mito que inventa de este Chile está lejos de ser real, pero igual me parece literariamente una apuesta muy interesante: se la jugó”. Además, el editor lo menciona como el libro que instala el personaje del crítico literario en su narrativa, presencia que también tendrá un rol central en su obra póstuma, 2666. “Poner al crítico como figura central me pareció acertada, por mucho que Bolaño lo haya hecho de mala o buena manera”, plantea.
En 2008, se publicó Bolaño Salvaje que compila una serie de ensayos de autores como Rodrigo Fresán, Carmen Boullosa y Enrique Vila-Matas sobre el autor de Los detectives salvajes (1998). El coeditor de esta publicación, el escritor boliviano Edmundo Paz Soldán en el prólogo plantea “que se han escrito grandes, fascinantes —y fascinadas— novelas sobre el dictador latinoamericano, pero muy poco sobre esa figura a su sombra, el amanuense de turno, el intelectual cortesano, el que le escribe los discursos al gran hombre”. Para él, Nocturno de Chile habla de lo débiles e hipócritas que pueden ser las comunidades letradas: el poder atrae los silencios cómplices de personajes que, en apariencia, están alejados del mal.
En 2010, la académica Lorena Amaro publicó el artículo “Delirio y margen como estrategias discursivas en dos narraciones de Roberto Bolaño”. En el texto desmenuzaba las similitudes (y diferencias) que existían entre las novelas Amuleto y Nocturno de Chile. En dicho texto plantea que era un libro valioso por el lugar desde el cual narra Urrutia Lacroix: desde el canon literario occidental y en el lado oficialista de la historia durante la dictadura, pero, al mismo tiempo, se encuentra dividido porque no encuentra su espacio en ninguno de esos dos ámbitos, como escritor y ser humano.
“Es alguien muy resentido por su lugar en el mundo”, dice Amaro una década después. “Se encuentra en un lugar de poder, pero en el que Urrutia Lacroix no recibe el reconocimiento que realmente espera: el de los poetas”. Es por eso un personaje que evita recordar y que se engaña a sí mismo.
Gilipollas e inmortalidad
“Todos éramos chilenos, todos éramos gente corriente, discreta, lógica, moderada, prudente, sensata, todos sabíamos que había que hacer algo, que había cosas que eran necesarias”, cita la académica para reflejar la hipocresía con que Urrutia Lacroix habla del círculo de encubridores al que pertenecía, junto a gente asociada con la dictadura.
“Es un negacionista”, resume Amaro. Ella piensa que la figura de este personaje hoy se encuentra muy vigente, debido a que el estallido social ha significado tomar una posición respecto a la memoria y el compromiso político. “Urrutia Lacroix defiende una literatura desideologizada, sin compromiso vital”, dice la académica de la UC. “Pero al mismo tiempo es un siervo y un militante del poder con mayúsculas, una figura que sigue circulando en los hábitats literarios y que nos interpela potentemente en los tiempos críticos que vivimos”.
Rodrigo Pinto no ha vuelto a leer la novela desde que la reseñó, pero quiere volver a hacerlo. “Lo que hemos vivido en el último año, una real tormenta de mierda, motiva a volver sobre un texto que piensa en respuestas en tiempos de crisis, decisiones extraordinarias en tiempos extraordinarios”, dice.
Para él, Nocturno de Chile tiene un lugar ganado dentro todos sus libros: la considera “una llave poderosa para entrar, apreciar y entender mejor no solo el conjunto de su obra”, también le parece una herramienta para comprender “el modo en que la literatura nos interpela y nos permite mirar el mundo de otra manera”.
“Bolaño se pregunta qué sentido tiene la literatura, el gusto literario y la poesía, en medio del reino del mal”, dice María José Viera-Gallo, quien considera que Urrutia Lacroix, la encarnación del cómplice pasivo, está tan bien construido que causa escalofríos. “Amo las novelas que me abren esta pregunta que viene del filósofo Walter Benjamin, sobre la relación de la cultura y la barbarie”. Ella menciona la imagen de Augusto Pinochet mirando la luna como un ejemplo tan poéticamente horroroso como bello, para retratar esa aparente paradoja en la novela.
“Nocturno de Chile ocupa un lugar central en el planeta Bolaño”, declara Patricia Espinosa, aunque considera que tiene un valor especial porque es de sus libros “vinculados a Chile, a la dictadura, por supuesto, desde una mirada despiadada”.
“Creo que hay otros libros que van a envejecer mejor, pero quizás va a ser un libro raro, de culto, con los años”, dice Matías Rivas. Él siente que sus libros de cuentos, como Llamadas Telefónicas (1997) o Putas asesinas (2001) tendrán mejor futuro, lo mismo que Estrella Distante, que le parece una novela más lograda. Además de Los detectives salvajes, “que tiene esa cosa de ser una novela que todos quienes quieran ser escritores leerán”. Y 2666 que considera que ya está calificada como “una especie de obra maestra del siglo XXI”.
A Rivas le parece que el análisis que hace Bolaño en la novela del monólogo del interior no consigue la profundidad de otros escritores usando la misma técnica. “Él es un gran narrador de historias, pero, bajo mi percepción, tocar emociones profundamente no es lo suyo”, al menos en esa novela, plantea. “Creo que este libro es más bien una construcción intelectual, y ese tipo de libros suelen tener una vejez menos digna que las están acompañadas de emoción”.
Patricia Espinosa considera que Nocturno de Chile es una novela que perdura. “Ya es parte del legado, se convirtió en parte del canon y de ahí no saldrá”, dice. “Bolaño ha ganado eso que tanto ambicionan los y las escritores/as: la posteridad. Un término que él despreciaba, pero así nomás es”.
En una entrevista que Roberto Bolaño dio en el 2000 en el programa televisivo Off The Record, declaró:
—La mayor parte de los escritores suelen ser unos gilipollas —hablaba molesto, con un cigarro entre sus dedos—. Aquí todo el mundo está postulando a la inmortalidad. Empecemos por el hecho de que la inmortalidad no existe: imbéciles, se va a acabar el sol, se va a acabar Shakespeare, se va a acabar Cervantes. ¿A qué inmortalidad pueden postular?... Y luego, qué ignorancia respecto a la literatura. Cualquier lector puede ponerse a pensar: ¿Cuántos cuentistas recuerdan que hayan estado activos en Chile en 1910? Uno o dos. Lo más probable es que ninguno.