The beautiful ones, el best seller que llega a las librerías chilenas el próximo mes y que se presenta como lo más cercano a una autobiografía de Prince, comparte similares características con la discografía que el genio de Minneapolis dejó en cuatro décadas de carrera. Un libro caótico, desafiante y laberíntico, con pasajes brillantes, algunos más crípticos y otros que derechamente quedaron incompletos o truncados debido a su muerte.
Es la sensación que dejan las 277 páginas del volumen publicado a fines de 2019 en Estados Unidos y Europa -destacado como uno de los lanzamientos del año por The New York Times y The Guardian-, firmado por el propio artista y por el periodista Dan Piepenbring. Admirador de Prince desde su adolescencia y editor de The Paris Review, este último fue elegido por el músico para escribir junto a él sus memorias pese a que hasta entonces no había publicado ningún libro. Pero para Piepenbring, el gran golpe de suerte de su carrera tuvo un dramático giro en abril de 2016: tres meses después del primer encuentro entre ambos Prince falleció a raíz de una sobredosis accidental de fentanilo.
“Pasaré el resto de mi vida preguntándome qué tipo de libro hubiésemos escrito Prince y yo si él hubiera vivido. Estas páginas representan una nimiedad en comparación de lo que podrían haber sido”, reconoce el autor en la sabrosa y reveladora introducción de su debut editorial, donde cuenta los detalles de los tres meses de conversaciones, paseos y conciertos que alcanzó a compartir con el autor de Kiss.
Tras la muerte de Prince, Piepenbring debió seguir adelante con el trabajo, intentando dar forma al ambicioso proyecto que el músico se había propuesto y echando mano al material que avanzaron hasta entonces, a algunas páginas que el solista dejó escritas de su puño y letra y también a los valiosos recuerdos, archivos y fotografías que fue encontrando desperdigados en sus posteriores visitas a Paisley Park.
Así, el libro finalmente quedó estructurado en cuatro partes: a la introducción explicativa le sigue un revelador relato en primera persona donde el músico detalla sus días como Prince Rogers Nelson, su infancia en Minneapolis y la influencia en su carrera de su padre y de su madre, quienes le aportaron método y libertad, respectivamente. También, su primera relación amorosa en la niñez (con Laura Winnick, “que se parecía a Elizabeth Taylor pero en pequeña”), los ataques de epilepsia que sufrió en ese entonces y sus primeros ídolos musicales: James Brown, Smokey Robinson, Aretha Franklin, Ray Charles.
“Hay muchos grandes cantantes pero no muchos cantantes funky. Si tienes ganas de bailar cuando hablan, eso es funk”, sentencia el músico, cuyos borradores son reproducidos íntegramente en el libro, respetando los jeroglíficos, símbolos, abreviaciones y, en general, una forma de escritura que parece tener ritmo musical.
The beautiful ones incluye también un tercer capítulo estructurado a partir de viejas fotografías tomadas a fines de los 70 en California, en los días en que el artista grabó su primer disco, For you (con comentarios del propio artista para cada imagen). Y finalmente salta hasta los 80, con los borradores originales con los que Prince ideó su obra más reconocida: el disco (y película) Purple rain, de 1984.
“Este libro es, en su misma existencia, tanto una expresión de duelo como una loa a la vida”, declara Piepenbring en las primeras páginas, aún conmovido por su abrumadora experiencia junto a su ídolo en los días previos a su muerte.
Por ese entonces, Prince, algo aburrido de los conciertos y casi como intuyendo el destino fatal que se avecinaba, parecía por primera vez más consciente de su pasado y preocupado de dejar registro de sus recuerdos que de seguir poniendo a prueba su talento y los límites de la industria (y del público). De hecho, la idea de escribir sus memorias surgió en paralelo a las primeras fechas de su gira Piano & a microphone, que a la postre sería la última, en la que desprovisto de músicos de acompañamiento y en formato más íntimo y descarnado, repasó su vida y sus viejos éxitos, contando anécdotas personales para, de alguna forma, procesar su propia historia.
“Quiero que mi primer libro sea mejor que mi primer disco”, le dijo a Piepenbring en una de sus reuniones, donde le confesó que no quería ni grabar discos y que estaba harto de tocar la guitarra. En esos encuentros, además, el autor -que acompañó al artista durante varias fechas de su tour- se enteró de todo lo que al músico no le gustaba que se publicara sobre él. Detestaba palabras como “alquimia” y “magia”, con las que la prensa musical alguna vez se refirió a su trabajo.
“Magia es una palabra para Michael (Jackson)”, le dijo, prometiendo al periodista reveladoras anécdotas junto a su gran némesis musical de los años 80, las que finalmente no alcanzó a contar. Tampoco sus observaciones sobre el racismo, los derechos de autor y los vicios de la industria musical, temas que lo obsesionaban y de los que alcanzó a referirse brevemente en un libro que terminó siendo otra cosa. “Un manual para la gente más brillante, envuelto en autobiografía”, según su autor.