Una de las series que produjeron está disponible en Netflix (El reemplazante), otra se vio en el servicio de streaming español Filmin antes de convertirse en un éxito en su llegada a Chilevisión (Héroes invisibles, realizada junto a Finlandia) y el siguiente proyecto que grabarán es exclusivo de la plataforma de Movistar en Latinoamérica (Los prisioneros, la primera ficción que cuenta con el aval de los tres exintegrantes de la banda sanmiguelina).
Sergio Gándara, socio de la compañía Parox junto a Leonora González, habla como pieza clave del presente y pasado reciente de la industria audiovisual chilena de series, que en su alcance internacional este año ha sumado otros sucesos, como El presidente y Dignidad. Historias que, en otro momento de las producciones televisivas, difícilmente se habrían realizado bajo la mirada de que recorrieran el mundo.
“Si piensas en el cine chileno del último tiempo, las grandes películas fueron reduciendo su tamaño de producción”, señala Gándara, que desde hace 15 años giró principalmente a hacer series, entre ellas Los archivos del cardenal, Gen Mishima y Bichos raros, todas sometidas muchas veces a la suerte que deparara la programación local.
“El cine se ha ido arrinconando, por un tema de presupuesto, a ser una propuesta más bien poética de la interpretación de la realidad, y dejó el espacio para lo novelado a las series, que por un tema de presupuesto se pueden hacer cargo de contar las grandes historias”, argumenta. “Por eso las grandes producciones saltaron a las plataformas, que con otro tipo de tarifa hacen viable el proyecto”.
Gándara ejemplifica con Neruda, de Pablo Larraín: una costosa película para los estándares locales que –si bien también terminó convertida en miniserie de cuatro episodios– ante los acelerados cambios de la industria quizás hoy sería desde un inicio una producción pensada sólo para la TV o el streaming.
En ese sentido, el productor destaca otro punto que ha adquirido fuerza en los últimos años en el ámbito de las series: la coproducción internacional, impulsar ideas chilenas en alianza con otros países, desde Finlandia a España y Alemania, una posibilidad que por mucho tiempo estuvo más al alcance del cine que de la TV.
“Desde el momento que existe esa posibilidad a nivel de series, que antes nunca pasaba, los proyectos narrativos crecen en dimensión porque crecen en presupuesto. Ese fenómeno en torno a la coproducción nos llega porque la serie se comienza a instalar como un producto de consumo masivo a través de esta nueva forma de consumo que son las plataformas, las OTT”.
Los servicios de streaming –Amazon Prime Video irrumpe hasta ahora como el principal interesado– habrían entrado a sustituir la porción del financiamiento que en otra época ponían los canales locales en complemento con el fondo CNTV (que se sigue entregando anualmente, aunque títulos como El presidente y Los prisioneros se han desarrollado sin ganarlo). “En todas las series que yo hice con canales chilenos, estos financiaron entre la mitad y dos tercios del proyecto. Ahora eso es imposible”, explica el productor.
Ubicado en un 2020 que se ha definido por el salto global de series de origen nacional (con el debut en plataformas de streaming de otras producciones como Inés del alma mía y La jauría, que llegará a EE.UU. a través de HBO Max), añade: “Estamos empezando a vivir una edad de oro, si piensas sólo en la cantidad de series chilenas que se han estrenado este año, que tienen tamaños de producción internacional. Eso sólo es posible porque hay capitales de otros lugares. Si fueran sólo historias chilenas, no se podrían financiar”.