Ya no recuerda quién se lo explicó, pero, si se comprimiera toda la historia del planeta Tierra en solo un año, los seres humanos aparecerían recién el 31 de diciembre a las 23:55 horas.
—No somos nada —concluye la ilustradora española, Aina Bestard, quien acaba de publicar el libro ilustrado Paisajes perdidos de la Tierra (Escrito con Tiza, 2020).
A través de ilustraciones (acompañadas de breves textos), la publicación relata los 4.543 millones de años que tiene el planeta que habitamos. Esta historia visual arranca con el Big Bang, continúa con la conformación de la bola ardiente que fue la Tierra en su inicio, sigue con los mares de lava que después fueron reemplazados por océanos de agua, luego el surgimiento de las distintas formas de vida que lentamente poblaron los incipientes continentes, y así continuar durante millones de años hasta la aparición de los primeros homínidos, antepasados de los humanos.
Todo surgió después de un viaje. Mireia Trius, editora de Bestard, regresó a España tras visitar la Galería de Paleontología y de Anatomía Comparada de París. Ahí, se encontró con distintos cubículos que, al mirar a través del vidrio, contenían escenas de la naturaleza pertenecientes a distintos sitios y épocas. Mireia sacó algunas fotos de esas habitaciones. “Propuso que hiciéramos un libros de paisajes que no hemos visto, pero que pertenecieron a la Historia”, dice la ilustradora. “Era como poner una cámara fija en un sitio, que hubiera estado ahí toda la vida del planeta, e ir sacando instantáneas para ver qué cambios han habido”.
Cuando empezó el proyecto, dice Bestard, “no sabía nada de la historia del planeta”. Desde un principio ella —y las demás personas involucradas en el libro— se asesoraron por el Museo de Ciencias Naturales de Barcelona. En paralelo, la ilustradora ya había empezado a buscar imágenes en Google. Escribía en el buscador —por ejemplo—: “Edad Silúrica” y le aparecían diversas imágenes. “De forma natural me empecé a fijar en grabados antiguos, ilustraciones divulgativas científicas de los siglos XVIII y XIX”, dice. Así fue definiendo una estética y empezó esbozar los primeros dibujos.
—¿Cómo es el proceso de ilustrar animales prehistóricos, considerando que la mayor parte de las veces apenas se tienen los fósiles?
—Tiene un punto de ciencia ficción todo esto. Lo que hice fue nutrirme de muchas imágenes y luego hacer como un collage: sacar la cabeza de lado, el cuerpo de otro lado, y la textura de otro.
—¿Qué criterio seguiste para tomar esas decisiones?
—Depende de la composición. Primero dibujo con lápiz un boceto, para más o menos saber qué elementos habrá y dónde ubicarlos. Elijo las texturas que me dejen lucirme más a nivel de ilustración: es mejor un animal con escamas a uno que no tiene.
Libélulas gigantes
—Paisajes perdidos de la Tierra abarca toda la historia del planeta ¿Crees que este libro podría derivar en otro que profundice en alguna de las épocas ya ilustradas?
—A partir del concepto de “paisajes que no conocemos”, me han salido ideas para otros proyectos; igual profundizar en el Carbonífero, o en alguna de estas etapas, no tanto. Pero sí en sitios donde no tenemos acceso, por ejemplo, cómo será el planeta Marte. Me gustaría seguir un poco por ahí.
En la página web de Aina Bestard, se puede leer: “Mis próximos libros serán sobre sueños, constelaciones y noche”.
—Una vez dijiste que, para ti, “la ilustración es una forma de conocer tu entorno”. En ese libro, ¿cuál fue el conocimiento que más te interesó?
—Con este libro aprendí a dibujar. También aprendí a conocer la estructura del paisaje. Nunca había trabajado la ilustración a nivel científico. Debía tener una gran precisión. Por otro lado, conocí la historia del planeta, que yo no tenía ni idea, lo máximo que conocía de un dinosaurio fue por Jurassic Park. Y también me di cuenta que los dinosaurios solo son una anécdota en toda la línea temporal. La reflexión final que hago es que nosotros no tenemos noción de qué son 4 mil millones de años atrás; mentalmente no nos da. Poniéndome un poco moralista: aquí ha pasado mucha cosa, somos medio minuto en la línea temporal, y esto te da una perspectiva de respeto.
—¿Por qué dices que aprendiste a dibujar?
—Nunca había dibujado así. Estas eran ilustraciones de verdad. He ido evolucionando desde que empecé. Tengo un estilo muy infantil, pero esto requería precisión, rigor. No me podía inventar las cosas. En la ilustración infantil, a veces, deformas elementos para que sean más divertidos, o dejas algo inacabado porque no es necesario en determinada composición, o te inventas los colores. Aquí, a nivel de proporciones, de la forma de una pata o una pezuña, tienes que saber lo que estás dibujando y saberlo hacer.
—¿Te preocupaba que el resultado te dejara insatisfecha?
—Todo el mundo tiene inseguridades en sus oficios. Yo dudaba mucho de lo que pudiera crear. La historia del planeta es un tema que me cuesta: nunca me habían interesado los fósiles ni la arqueología. Me preocupaba crear imágenes interesantes que captaran la atención o impresionaran, porque una imagen, para que te fijes, te tiene que generar algo. Y me preocupaba no emocionar.
—Sobre lo científico, ¿cuál fue el dato más te sorprendió?
—Lo de las libélulas que tenían el tamaño de una gaviota (meganeura). Eso fue muy fuerte —Se ríe—. Creo que el Carbonífero es la época que más me ha gustado. Esa explosión de vida, casi primaveral.
Se estima que dicho periodo empezó hace 360 millones de años y, como su nombre lo indica, dejó enormes depósitos subterráneos de carbón, que son restos de la vegetación prehistórica de ese entonces. Fueron tiempos en que las plantas se expandieron masivamente por el planeta (algunas desarrollaron semillas); los helechos, especie que sobrevive hasta la actualidad, eran comunes en estos bosques húmedos y primitivos.
Al final de este periodo, algunos anfibios aumentaron su tamaño (superando los tres metros), mientras que otros desarrollaron escamas y huevos con cascarón, surgiendo los primeros reptiles, como el hylonomus y el petrolacosaurus. Las plantas aumentaron el oxígeno en la Tierra a un 35% (actualmente es 21%), lo que permitió que algunos insectos y artrópodos alcanzaran tamaños que hoy resultan absurdos: arañas del tamaño de una cabeza humana (megarachne) y ciempiés que superaban los dos metros (arthropleura).
—¿Cuál fue el periodo de la Tierra más complicado de ilustrar?
—El bosque del Carbonífero fue el dibujo más difícil que he hecho en mi vida. Porque debía haber muchos árboles distintos, pero también dar profundidad. Y al mismo tiempo que pareciera real. Había dibujado bosques antes, pero me inventaba los árboles y no buscaba profundidad.
Un giro inesperado
Empezó a trabajar en Paisajes perdidos de la Tierra hace dos años, pero fueron los últimos seis meses en que “me dediqué full”. En marzo, con las cuarentenas que declararon en España, tuvo un poco más de tiempo para avanzar.
Primero, Bestard revisaba la información que recibía del museo y la contrastaba con imágenes que encontraba en internet. Luego hacía los bocetos con lápiz a tamaño real, a la misma escala del libro. Después rellenaba las figuras con puntos o distintas texturas según requiriera cada ilustración. Según sus cálculos, los dibujos más grandes, que usan doble página, le tomaban alrededor de una semana cada uno.
Mientras dibujaba en su escritorio, miraba hacia el lado y se encontraba con la ventana que da la ciudad, a Barcelona. Bestard intentaba imaginar ese pasado tan lejano. “¿Cómo debió ser?”, pensaba. Ahora hay edificios y autos. “Nosotros estamos aquí, pero antes han ocurrido muchas cosas”, dice.
El paleontólogo del museo de Barcelona revisó las ilustraciones en la mitad y el final del proceso, para asegurarse de que no hubiera imprecisiones científicas. “La verdad es que tocó muy poco, y eran más licencias estéticas mías”, dice Bestard.
—¿Cómo has desarrollado técnica y estética que utilizas?
—Creo que cada libro me ha aportado para ir definiendo mi estilo. Lo he encontrado trabajando. Pienso que, al momento de dibujar, yo me adapto más a los proyectos que ellos a mí. Empecé en la ilustración sin tener un estilo muy claro. Ahora, en este libro, que quería darle esta estética de homenajear a las ilustraciones científicas, he desarrollado algo nuevo.
—¿Siempre quisiste ser ilustradora?
Bestard responde que “no” con la cabeza. Se ríe, y habla:
—Vengo de una familia en la que todos tienen un lápiz en la mano. Mi madre es artista, mi tío es arquitecto y mi tío-abuelo era pintor. Todo el mundo ha dibujado en casa siempre. Y mis primas, que no se dedican profesionalmente a la ilustración, también dibujan. De forma natural todos dibujamos; no sé si está en los genes o en el ambiente. Nunca me habría imaginado que terminaría en la ilustración, y tampoco sé dónde terminaré.
Bestard estudió diseño y, durante años, se dedicó a la moda, trabajó como diseñadora de calzado en Camper, y de lencería en Women’secret. En esa etapa, siempre le interesaron los estampados y el diseño de etiquetas, ámbitos emparentados con la ilustración. “Creo que fue cosa muy natural, no premeditado”, recuerda.
En esa época, tenía un blog que usaba como “una especie de diario en que dibujaba tonterías mías, una historia de amor o no sé qué”. Sus conocidos sabían que dibujaba y le hacían algunos encargos. En 2008, vino la crisis económica Subprime y “todo el mundo se replanteó lo que quería en distintos ámbitos de su vida”, dice Bestard. “En ese momento pensé en dedicarme a algo más personal”. Pero jamás imaginó que tendría relación con los libros: “Obviamente sabía que mi trabajo sería dibujando, pero no sabía bien qué”.
Ahí fue cuando le pasaron el contacto de la editorial Zahorí, donde habló con Mireia Trius y Marta Lorés.
—No soy ilustradora —les advirtió Bestard—, soy diseñadora.
—Mejor si no eres ilustradora —le respondieron.
“Son dos chicas que tienen una forma de trabajo que no es la clásica”, explica Bestard. “Porque esa es la manera de sacar las cosas de sitio”. Le pidieron que les presentara algunas ideas. La diseñadora aceptó y, después, a las editoras les gustaron sus propuestas.
Así vinieron libros infantiles ilustrados como ¿Qué se esconde dentro del bosque? (2015), ¿Qué se esconde dentro del mar? (2016), ¿Qué se esconde dentro del cuerpo humano? (2017), Nacimientos bestiales (2018), el cual muestra las maneras de nacer que tienen distintas especies de animales en el planeta.
Los homenajes de Bestard
—Tus ilustraciones suelen vincularse con la no-ficción, ¿qué es lo que te interesa de este ámbito?
—Creo que hay una forma de trabajar que viene del diseño. Estaba muy acostumbrada a trabajar a partir de ideas o técnicas; por ejemplo, hacer un zapato con tal estética. Creo que mi forma de trabajar los libros es un poco así: los primeros que presenté eran en base a una técnica para conocer el entorno. Tengo unos libros 100% hechos de papel vegetal; ahí yo quería que las propiedades de ese material me aportaran para contar una historia. Y siempre acababa en algo divulgativo o de conocimiento científico. También me interesa fomentar la curiosidad. Y no soy autora de cuentos ni me sé inventar uno, tengo cero imaginación para hacer metáforas e historias. Me interesa más la observación del entorno y las imágenes.
—¿Qué rol juega la imaginación en un proyecto de este tipo en que, si bien hay información, son paisajes que nadie ha visto?
—Creo que he trabajado a través de la imaginación de los otros. He visto muchas imágenes ya existentes de otra gente que ha estudiado. El punto de referencia que esas personas tenían era solo un esqueleto, si es que. Y de eso han creado un dinosaurio, con una piel, con un volumen y una textura. El mundo paleontológico y arqueológico creo que tiene algo de creativo: visualizar cosas que ya no existen. Hace poco, en el caso del Panteón de Grecia, se descubrió que no era blanco, que antes estaba todo pintado. Ahora he mirado mucha ilustración científica y, en el siglo XVIII, los brontosaurios se dibujaban con cuellos alargados y serpenteados; ahora se sabe que eso sería físicamente imposible, porque estarían todos en sillas de rueda. Siempre hay un punto en que el ilustrador ha puesto un poco de su parte.
—¿Y tú nunca “pusiste de tu parte”?
—Yo he hecho homenajes...
Bestard detiene su respuesta y busca algo en la habitación. Le toma algunos segundos encontrarlo. Es un dibujo que fue hecho por Henry De la Beche, un importante geólogo británico del siglo XIX. En el retrato aparecen distintos animales prehistóricos en un escenario acuático; se distinguen algunas especies como el plesiosaurio, además de cocodrilos y calamares primitivos
—Este dibujo es bastante divertido —dice—, porque hay varios animales haciendo caca. En el libro que ilustré, también dibujé a un animal haciendo caca. Hice pequeños guiños para divertirme mientras hacía los dibujos. Nadie se enterará.
Aparición del ego
Cuando Bestard tenía doce años, se estrenó la primera entrega de la saga Jurassic Park (1993), tres películas que relatan el hipotético caso de que un grupo de científicos revive a distintas especies de dinosaurios para crear un parque temático con estos animales prehistóricos.
—Tu adolescencia transcurrió cuando se estrenaron estas películas: ¿Tienen alguna influencia en la concreción de Paisajes perdidos de la Tierra?
—Lo que me gustó fue el making-of, y me compré el libro de eso, de cómo idearon la película. Flipé mucho con Jurassic Park, la idea me pareció brutal. Aún tengo el libro. Antes tenía amigos —y ahora hijos de amigos— que se saben todos los nombres de los dinosaurios. Pero yo no era esa niña. La mecánica interna de cómo hacían esos animales, me flipó. Pero más allá de eso, nada.
Los dinosaurios son posiblemente los animales extintos más famosos. Fue un grupo de saurópsidos que apareció en el periodo Triásico, hace aproximadamente 245 millones de años, y dominaron la tierra durante el Jurásico y Cretácico, por casi doscientos millones de años. En Paisajes perdidos de la Tierra, este periodo es retratado no solo por la presencia de estos animales, también por un desarrollo importante para las plantas: las flores, claves en el proceso reproductivo. También se muestran las tortugas, los cocodrilos y primeras aves, herederas evolutivas de algunos dinosaurios.
Con la extinción masiva que acabó con gran parte de estos animales, los pequeños mamíferos de ese entonces, paulatinamente, aumentaron su tamaño y ocuparon el lugar de los dinosaurios en el ecosistema. El libro relata cómo los continentes fueron alcanzando sus ubicaciones actuales, los gélidos procesos de glaciación y, hace 60 millones de años, la aparición de los primates.
Ya más cerca de los tiempos actuales, Paisajes perdidos de la Tierra ilustra un mundo dominado por la denominada “megafauna” que tuvo a representas como los mamuts, mastodontes, tigres dientes de sable, milodones, “aves del terror”, rinocerontes lanudos y enormes ciervos.
Finalmente, se relata e ilustra la aparición de los primeros homínidos, distintas especies emparentadas con los primates, capaces de caminar sobre dos patas y con gran habilidad en sus manos; uno de estos grupos evolucionó para convertirse en el homo sapiens. En una las últimas ilustraciones del libro, se muestra el rostro de uno estos individuos, como si se hubiera tomado una foto a sí mismo, en medio de la sabana africana:
—Hice un homenaje a la selfie —dice Bestard—. Con la aparición del humano, aparece el ego y el “lo voy a destrozar todo”. Es el primer acto de egocentrismo, aunque yo siempre me saco muchas selfies. Me pareció bueno acabar con eso.