Poeta, cantante, artista de la performance y pintora, si a Patti Smith (Chicago, 73 años) se le pregunta cuántas Patti coexisten, contesta con palabras de Walt Whitman: “Contenemos multitudes”. Testigo de una Nueva York de alquileres baratos y “drogas que acabaron con mucha gente”, entró en el mundo beat y el entorno warholiano cuando la fábrica de bicicletas de Nueva Jersey en la que trabajaba cerró y, con 19 años, se mudó al bajo Manhattan.
Corría 1971 cuando el fotógrafo Robert Mapplethorpe la empujó a cantar sus poemas. Él —que terminaría convirtiéndose en un icono gay— fue uno de sus grandes amores. El dramaturgo Sam Shepard fue otro.
Con 55 años comenzó a publicar sus memorias. Éramos unos niños (Lumen) narra la historia de amor junto a Mapplethorpe: en su lecho de muerte, el fotógrafo le rogó que la escribiera. Consiguió hacerlo en el 2010, 21 años después de que él muriera de sida.
La conversación es telefónica desde su departamento en Nueva York. Le pregunto si tiene al lado un café: su “único vicio” aparece continuamente en sus libros. El último es El año del Mono, recién llegado a Chile. Contesta que sí: “Negro, sin azúcar y con un poco de canela”.
Salió a la calle a cantar para animar a la gente a votar. En 2016 escribió que quienes callaron habían ganado las elecciones. ¿Quién ha ganado estas?
La gente ha hablado. Nunca había votado tanta. Que la gente se movilice es el triunfo. Somos una sociedad que a veces tiene que despertar.
Entre sus amores pone a la misma altura a su perro Bambi y al dramaturgo Sam Shepard.
Son dos de mis favoritos. Bambi se dejó atropellar cuando íbamos a darlo en adopción porque mi hermana pequeña era alérgica. Cogí comida y salí con él. Durante un día recorrimos todos los lugares donde habíamos sido felices. Luego se puso delante del camión de quien lo iba a adoptar. Sam y yo fuimos una pareja salvaje. Siempre pude contar con él. Al final, cuando tenía ELA [esclerosis lateral amiotrófica], fui a ayudarlo. Estábamos en la cocina. Bebíamos café. Le hice un bocadillo y él dijo: “Patti Lee, nos hemos convertido en una obra de Beckett”. Siempre me llamaba con mi segundo nombre. Solo lo hacían mi madre, Johnny Depp y él.
La cuestionaron cuando fue pareja de Mapplethorpe: cierta prensa publicó que era lesbiana.
También me criticaron algunas feministas cuando me mudé a Detroit con mi marido para cuidar a mis hijos. Hay que dar muchos pasos para conseguir ser libre. Se es porque uno se cuestiona cada decisión. Hay gente que busca una identidad en la pertenencia a un grupo, pero la tienes que buscar en ti mismo. Ser madre no me oprimió.
¿Se sacrificó por amor a Mapplethorpe?
En absoluto. Nos conocimos con 20 años. Tuvimos una relación de amantes jóvenes. Jamás pensé que él estaba cuestionando su sexualidad.
¿Pasó hambre de niña?
Aprendí lo que era el hambre y a no hundirme con eso porque algún día la comida volvía a casa. Lidiar con las dificultades no ha sido para mí algo tan complicado como puede serlo para otra persona.
¿Sentía que pasando hambre daba el primer paso?
Era ingenua, pero aceptar el sacrificio te fortalece. Robert Mapplethorpe venía de una familia de clase media y para él pasar hambre era insoportable. Yo era pícara. Tuve que espabilar y aprender a robar un poco, nada serio: coger comida y correr. A Robert eso no le cabía en la cabeza. Era listo, aplicado…, la esperanza de su familia. Pero él quería ser otra cosa.
Con 19 años tuvo un hijo y lo dio en adopción. ¿Ha vuelto a verlo?
¿Puedo contestar en privado?
Claro, pero lo pregunto porque habla de ese episodio en sus memorias.
Logré contactar con él. Dijo que quería ser parte de nuestra familia pero de manera privada. ¿Contesta eso a su pregunta?
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Entre sus modelos siempre cita a Jo, la hermana escritora de Mujercitas, y a Jim Morrison, el cantante de The Doors.
Morrison relacionó poesía y rock and roll, pero el que realmente me indicó un camino fue Dylan, simplemente porque lo probó todo. Me parecía como Picasso: nunca ha dejado de cambiar.
¿Por eso se quedó en blanco al cantar cuando recogió el Nobel de él en su nombre?
Fue humillante. La orquesta estaba tocando, los reyes mirándome, la cámara enfocándome, y sentí el horror. Nunca me había intimidado subir a un escenario. Pero lo extraordinario sucedió después: recibí una avalancha de mensajes.
¿El Chelsea Hotel fue su universidad?
No terminé mis estudios, pero allí tenía al profesor William Burroughs o al profesor Allen Ginsberg, las grandes mentes de un momento, en la habitación de al lado.
Incluso si vivió rodeada de las drogas de sus amigos, ha descrito el café como su única adicción.
Nunca he tenido adicciones porque crecí con una madre que fumaba dos paquetes al día y cuando no tenía dinero para tabaco la veía llorar de ansiedad. Además, fui una niña enfermiza. Tuve tuberculosis y mi madre tuvo que luchar para mantenerme con vida. Luego vi cómo se morían amigos. Janis Joplin tenía pocos años más que yo y murió de sobredosis. Puede que fuera romántica con el tema del hambre para convertirme en artista, pero nunca lo fui con la muerte temprana. Soy una sobreviviviente. Tengo 73 años