Percibo un aire raro, mezcla de efervescencia y temor. El control está extraviado. Cada día se amanece con una noticia asombrosa. Dan ganas de salir, de pasear de noche. La muerte vuelve a aparecer. Y los plazos de las soluciones sociales y del Covid se han vuelto más largos y difusos. Los diagnósticos se diluyen ante los hechos. No es fácil eludir. El placer depende de la contingencia, no se pueden separar. Juntarse con otros es un acto de confianza. Ante este panorama insondable, ejercer la curiosidad es la disposición que me nace. Dejo intuiciones y notas parciales de lo que diviso.

Los ritos. La relevancia de las fiestas de fin de año no tiene límites. Supera los riesgos que conllevan: son inseguras e incontrolables, pero las familias no pueden esperar cuando se trata de visitar enfermos o celebraciones varias. Son indiscutibles. Ni siquiera la anunciada y letal segunda ola del virus las detiene en ninguna parte. Cuánto y qué significa el acatar los ritos más allá de sus consecuencias, marca una inflexión que escapa a la supuesta racionalidad que nos debiera regir. En el Diario del año de la peste, Daniel Defoe cuenta episodios semejantes a los que se ven a diario en los noticieros: gente que pierde la cabeza por un cumpleaños, por una efeméride religiosa. Es peculiar que los bordes del riesgo sean tan predecibles, acotados a una fecha. Sin duda, una demostración más de cómo el pensamiento mágico se impone.

Lentitud. El encierro sostenido adormece. Las dificultades e inquietudes ligadas a salir han vuelto lentos y burocráticos decenas de trámites. Todo lo que acontece está sujeto a eventualidades. La relatividad entró a operar en los servicios privados y públicos. Y alegar porque las cosas no llegan a la hora acordada se ha vuelto una actitud poco comprensiva. Los neuróticos nos estamos quedando sin espacio. Observar esta nueva parsimonia no es fácil. Quizá estamos asistiendo a un cambio de ritmo: acomodarse va a llevar tiempo y paciencia. Anhelar la rapidez de meses atrás es un síntoma de nostalgia.

Canetti. Leer a Elías Canetti es esencial si queremos entender lo que está aconteciendo. Masa y poder y el Libro de los muertos tocan con exactitud los asuntos que nos acucian. Poseen erudición, perspectiva histórica y filosófica, además de un estilo impecable. En ellos se explican los movimientos subterráneos que gatillan en las sociedades cambios, fricciones, violencia y transformaciones. La mirada antropológica y literaria de Canetti es esclarecedora. Explica cuestiones centrales, como la recurrencia del fuego en las convulsiones políticas, desde lo ancestral, lo mítico. Enseña que el poder se erige venciendo a la muerte, en una lucha sin piedad, que arrasa con todo. Su escritura es clara, densa, capaz de alumbrar las acciones humanas con un foco independiente y distante. Su experiencia se cuela en sus anotaciones sobre el dolor que implica la pérdida. Conoció esos trances e incorporó en su pensamiento la dificultad de vivir, el deseo y el miedo. Sabe que la comida puede revelar la psicología del sujeto. Jamás abandona la conciencia de lo irracional y de lo frívolo que habita en el hombre. Me atrevería a establecer que es una lectura significativa para desentrañar la incertidumbre que enfrentamos.

Estética narco. En las redes sociales está lleno de imágenes de íconos pop que ostentan un lujo que puede entenderse como una revancha contra la austeridad y la sofisticación. Creen que el dinero que han logrado deben exhibirlo como un signo de prestigio y dominio. Son símbolos de una moda que atraviesa clases sociales y que reúne a gente que dice obedecer a sus propias leyes, al margen de cuánto afecten a los otros. Consideran que la autoridad no los toca. Y es enemiga por definición. Me refiero a la estética narco, que seduce y esparce sus códigos a través de algunas series, cierta música y tendencias. A estas alturas, nada tiene que ver con el consumo de drogas: es una posición existencial desafiante, donde el trabajo está ligado a circunstancias y oportunidades, y el amor es una sucesión de aventuras. Profesan la rapidez de las transacciones en vez del estudio y lo moroso. Desprecian a los intelectuales. Y el pasado no lo ven, les incomoda. Tienen pequeños séquitos y practican la amenaza. Poseen rasgos violentos propios de los perturbados. Quieren ser envidiados, por eso se exponen con cálculo para generar sorpresa y admiración. Caudillos virtuales con intenciones de temer. Sospecho que el éxito de las biografías y películas sobre los capos del narcotráfico está directamente relacionado con esta inclinación. Es fácil de observar esta conducta en la farándula, en deportistas célebres y en empresarios impúdicos.

Investigar conductas y caracteres, hacer distinciones, me ayuda a hallar tranquilidad. Más que teorías o explicaciones, busco calar la sensibilidad que me rodea. Baudelaire decía que “cada época tiene su porte, su mirada y su gesto”. Reconocer qué mueve, qué aburre y qué seduce permite fluir pese a la opacidad del futuro. Ver el mundo, estar en él y poder ocultarse, son algunos de los placeres menores a los que aspiro.