Con el confinamiento obligatorio, el sexo y el erotismo han modificado su cotidianidad en meses de pandemia con días cada vez más largos, asépticos y —para algunos— solitarios. Lucia Berlin lo dice mejor: “Exasperante, porque no se acaba nunca, como cuando Mishima tarda tres páginas en quitarle el kimono a la dama”.
Para tender una mano a nuestros lectores más ávidos de experiencias, Culto invitó a un grupo de escritores para recomendar libros con buenas historias de sexo o escenas de alto vuelo erótico y que sirvan para hacer despegar los fuegos de la imaginación.
“Aunque pueda parecer extraño, porque es una novela repleta de horror, el libro Nuestra parte de noche (Anagrama, 2019), de Mariana Enriquez”, recomienda Leila Guerriero (1967), autora de Extremas (Ediciones UDP, 2019) y Teoría de la gravedad (Libros del Asteroide, 2019).
Según la editora argentina, Nuestra parte de noche, que en casi 700 páginas despliega un relato lleno de familias perversas y rituales satánicos, entre los atributos que han convertido a Mariana Enriquez en una de las narradoras latinoamericanas más leídas y elogiadas, “tiene escenas de sexo incandescentes, logradísimas, particularmente algunas de sexo entre hombres que son inolvidables para toda alma —y cuerpo— sensible”.
El editor y poeta Matías Rivas (1971) vuelve su radar hacia la francesa Annie Ernaux, autora de libros de una poderosa base autobiográfica. “Pura pasión (Tusquets, 2019) es un libro donde se narra la obsesión sexual de una mujer con un sujeto”, recomienda el antiguo crítico literario de The Clinic, donde publicó bajo el seudónimo de Mao Tse Tung. “La gracia es el punto de vista y la precisión con que la autora narra lo que sienten y hacen las mujeres cuando están cegadas por el deseo”, señala.
Cuenta Rivas que cuando se publicó Pura pasión, “los hombres le hacían propuestas eróticas a Ernaux”. Según el autor de Interrupciones (Hueders, 2016) y Tragedias oportunas (Ediciones Tácitas, 2016), “es un libro de autoficción y nunca había leído un relato así de directo”. Es que la francesa, vamos a decirlo, usa sus experiencias como materia prima para contar, con un afán de documentalista, una época, un momento muy concreto de la historia y un lugar.
“Creo que no hay novela que pueda calentar el encierro: la cuarentena es de lo más antierótico que haya ideado el ser humano. Hecha esta innecesaria y pesimista acotación, pienso ahora en dos libros, llamémosles, infalibles: Horas-puente (Hum, 2007), del uruguayo Ercole Lissardi, y los Pornosonetos (Emecé, 2018), de Pedro Mairal”, dice el escritor argentino Mauro Libertella (1983).
“Horas-puente es una novelita que se lee en un día, sobre dos profesores de escuela que tienen un romance en las horas muertas entre clase y clase. La habitación de un hotel cercano al colegio es su parque de diversiones. Lissardi es un autor de lo erótico en sentido puro, y todos sus libros son una bomba de calor, pero este es el mejor que le leí”, recomienda el autor de Laberintos en línea recta (Literatura Random House, 2019) y Mi libro enterrado (Literatura Random House, 2018).
Luego cierra: “Y luego están los poemas de Mairal, ese equilibrista que escribió este libro en la cuerda floja —quizás, por eso, al principio los firmó con seudónimo—, en ese precipicio donde conviven el humor y el erotismo, dos elementos que pocos se animan a juntar en una misma página”, sobre el genial narrador rioplatense autor de Una noche con Sabrina Love (Emecé, 2017).
“No soy muy adepto al género, pero alguna vez leí Luna Caliente (LOM, 2015), de Mempo Giardinelli y me gustó mucho, así como toda la obra de Henry Miller o las extrañas escenas eróticas de Saer en Nadie nada nunca (Seix Barral, 2000)”, responde el escritor argentino Luciano Lamberti (1978).
“La leí hace más de veinte años, imaginate, pero lo que recuerdo es que funcionó a un nivel, ejem, fisiológico”, dice el autor de Grandes éxitos (Banda Propia, 2020).
“No estoy en este momento a tono con el género”, advierte la escritora argentina Camila Fabbri (1989). “Solo podría recomendar al escritor uruguayo Ercole Lissardi, sobre todo su libro de cuentos: El centro del mundo (Planeta, 2013), editado por Planeta”, añade la autora de El día que apagaron la luz (Seix Barral, 2020).
“Tengo totalmente escindidas esas esferas”, responde el escritor Roberto Merino (1961). “Mi interés por la literatura erótica es cero. Me aburre la literaturización del sexo y sus metáforas. Me interesan más las fases tempranas del enamoramiento”, asegura el cronista de Todo Santiago (Hueders, 2012) y En busca del loro atrofiado (Ediciones UDP, 2018).
Luego recomienda: “El diablo en el cuerpo (Alianza, 2014) —de Raymond Radiguet—, que leí a los 13, ha sido inolvidable en ese sentido”.
“Recomendaría Sexografías (Seix Barral, 2015) de la escritora Gabriela Wiener”, dice la editora María Paz Rodríguez (1981). “La autora, a través de distintas crónicas, atraviesa con su cuerpo distintas formas de sexualidad para dar cuenta de qué le sucede con cada experiencia”, dice la responsable de títulos como Y tuvimos la nieve (Flash, 2019) y Niñas ricas (Alfaguara, 2018).
“Desde un yo sin prejuicios, Wiener narra pasajes y momentos que la hacen adentrarse en situaciones, todas ligadas al sexo; desde una secta polígama hasta el sexo vía webcam, pago incluído. Hay pasajes más hot que otros y se agradece la mirada corajuda de quien narra. Hablar de sexo sin trabas desde todos sus ángulos es quizás uno de los méritos del libro, pues exponer su propia curiosidad y aprensiones, para involucrarse en cada una de estas historias es atrevido, y eso hace de Sexografías un libro caliente, con una escritura sugerente y una visión que no te deja igual”, añade la también directora de Neón Ediciones.
“Sin duda recomendaría El Amante (Austral, 2018), de Marguerite Duras, un libro semi autobiográfico con una prosa que destila erotismo y que narra la historia de amor, entre una joven y un hombre, con marcadas diferencias de edad, sociales y culturales en tiempos de la Indochina colonial”, dice el escritor Pablo Fernández Rojas (1978), autor de Piquero (Cuarto Propio, 2016).
“Otro libro que se me viene a la cabeza es Confesiones de una máscara (Alianza, 2010) de Yukio Mishima, por su belleza, profundidad y porque hay un trato de las pulsiones sexuales que el autor maneja de manera excelsa mediante imágenes y escenas inolvidables, como cuando el protagonista descubre su propio deseo al contemplar una reproducción del San Sebastián de Guido Reni”, agrega.
Luego dice: “Ahora, si queremos algo más explícito y transgresor, recomiendo el clásico de la literatura erótica, Historia del ojo (Tusquets, 1978) de Georges Bataille. El erotismo tiene muchas formas que van más allá del encuentro entre dos cuerpos, y tal vez en estos momentos, donde la contingencia nos obliga a mantener una distancia física, sea una buena oportunidad para indagar en esos puntos ciegos que tal vez siempre quisimos explorar y que nunca nos atrevimos”.
El guionista y escritor Simón Soto (1981), autor de Matadero Franklin (Planeta, 2018), no se anda con rodeos. “Germán Marín, en La segunda mano (Literatura Mondadori, 2019), tiene un episodio magnífico entre una adolescente y su primo”, dice. “La chica se pone un dulce en los labios de la vagina y hace que el muchacho baje a succionar el dulce desde ahí”.
Según Soto, que este año publicó el volumen de cuentos La sangre y los cuchillos (Planeta, 2020), “La segunda mano está narrada con toda la contundencia e hipnotismo propios de la prosa de Marín”.
“Yo creo que la poesía siempre puede ser muy erótica, muy sensual”, dice la escritora Montserrat Martorell (1988). “Pienso en poemas de Idea Vilariño, de Octavio Paz, de Alfonsina Storni, de Paul Verlaine, de Charles Baudelaire. Cuando Rubén Darío dice: ‘Tu sexo fundiste con mi sexo fuerte, fundiendo dos bronces’, nadie puede sostener que esa imagen no le pone nombres al cuerpo con la riqueza que da conocer sobre aquello de lo que se habla”.
“Lo mismo con Federico García Lorca: ‘Aquí estoy, Lucía Martínez. Vengo a consumir tu boca y arrastrarte del cabello en madrugada de conchas. Porque quiero, y porque puedo. Umbría de seda roja’. Lo que no se dice, pero que se muestra, termina generando estos hilos que configuran el eros en toda su dimensión. Pienso en el erotismo de Gustave Flaubert en Madame Bovary (Tusquets, 1993), pienso en un Marqués de Sade, pienso en una Marguerite Duras con El amante (Austral, 2018) y en Anaïs Nin —'el sexo sin poesía no es sexo, no sabe a nada, no huele, no vive’— y en Henry Miller y en Vladimir Nabokov”, enumera la autora de Antes del después (LOM, 2018).
Luego cierra: “Quizás lo que tienen en común es la construcción de imágenes duras, de imágenes frías que están llenas de belleza, de brutalidad, de manos que se tocan, de deseos inconclusos. Ahora mismo estaba leyendo una entrevista a Duras donde decía que ‘el deseo es una actividad latente y en eso se parece a la escritura: se desea como se escribe, siempre’. Yo creo que tiene razón. Los buenos escritores se relacionan con las palabras, con el lenguaje, con una fuerza que parece sacada de otro mundo”.
“El primer ejemplo de literatura erótica que me vino a la mente son algunos sonetos y décimas del libro Un testigo fugaz y disfrazado (Libres del Mall, 1985) del excelente escritor cubano Severo Sarduy”, recomienda el poeta Felipe Cussen (1974), co-autor de ¿Quién le teme a la poesía? (Laurel, 2019).
“El contraste entre estas formas fijas y un lenguaje muy cercano al barroco español se combina de una manera extremadamente provocativa con metáforas muy explícitas”, dice y, en seguida, menciona un pasaje: “El émbolo brillante y engrasado/ embiste jubiloso la ranura/ y derrama su blanca quemadura/ más abrasante cuanto más pausado”.