Es muy pronto para sacar cuentas o hacer balances. No aún. ¿Estamos de acuerdo? Estamos entrando, de nuevo, modo loop, a la Fase 2. ¿Esta es la parte dos de la pandemia? “Las segundas partes nunca fueron buenas”, dicen. Aunque no siempre. Pero esto, ojo, será peor. Que estemos pagando nuestras culpas es algo altamente probable. ¿Aprendimos? Poco. Salimos, nos juntamos, quisimos estar por un rato vivos y ojalá que todos se enteraran. Todo se paga. Hay ciclos. Una vacuna al final de la tercera temporada vale más que nueve Emmys. La saga sigue.
¿Qué harían distinto en este cierre?
¿Tienen puzles?
A ver: ¿Es esto un paréntesis o es un hoyo negro que al parecer se ha succionado todo lo intenso y duro y fuerte y nos ha llenado de incertidumbre? El gobierno pasó a querer sancionar a los encapuchados a obligar a andar con una mascarilla todo el tiempo, incluso al dormir, por miedo a lo que se sueña. Ahora, te multan si no sales con una. A excepción de que camines por la playa de Cachagua con pantalones largos y rojos (¡rojos!) y al parecer sin guardaespaldas (dudo que eran esos surfistas tipo Punto de quiebre), en este caso solo te quedaría la autodenuncia. Caen las máscaras, pero los prejuicios internos siguen incólumes. La era de los enmascarados cayó por un rato y no fue lindo y ahora pagamos todos. ¿Pagan los enclaustrados por los incontinentes sociales? Más que para escapar de sus casas, muchos necesitaron salir para mirar a los demás. Hasta los influencers se aburrieron de sacarse selfies y comenzaron a fotografiar al resto descontrolado y desmadrados. Las ilegales fiestas Covid de vampiros del invierno se trasladaron de lugares como la timburtoniana Ciudad Satélite y bodegas urban al epicentro de la vida nocturna con aforo. De chicos urbanos pasamos al reino del zorrón atrapado, el regreso del piscoleo y la vanguardia cayendo una vez más ante los focos seductores de la frivolidad (recomiendo Mank, película ideal para entender que nunca hay que acercarse ni ser amigo de los poderosos que se quedan solos y caminan por la playa esperando que los reconozcan). La gente se aburrió de no ser parte. El Zoom no basta. Siguen las fiestas, porque un verano sin verano para muchos es señal de apocalipsis ahora. La versión redux de Apocalipsis now de Coppola que circula por Netflix y dura más es acaso la película de la Fase 2 del regreso. Un paso atrás al corazón de las tinieblas.
En eso estamos entrando, parece: en una pandemia reversionada, en la temporada 2020 remasterizada para 2021 con la vacuna como bonus track para los más afortunados. “Todo esto me tiene chato”, me dicen, escucho, me cuentan. Hay gente que se enoja. Es necesario alinearse, ¿pero cómo? La gente se vuelve loca en las redes sociales y pide ayuda o se exhibe más de la cuenta. Las clases terminan, el Zoom se vuelve a cerrar. Algunos van al neurólogo para pedir ayuda. Otros le piden Dormonid al Viejito, pero nada seduce más que lo ilegal. Ah, que ganas de volver a los gángsters y el licor ilegal, caminando por las calles de Bellavista buscando hoteles boutique donde dar el santo y seña y, como en los sex clubs de los 70, botar las mascarillas en vez de la ropa interior.
El nuevo fin de semana se asemeja a como antiguamente era la Semana Santa. Recluirse. Confinarse. Relegarse. Estamos empezando a caer, a volver. Dicen que estamos mejor preparados, aunque habrá que tomar más agua para no morir encerrados/confinados por las altas temperaturas que, mal administradas, pueden volver violentos a los que no cuentan con buena ventilación o capacidad de descompresión o el arte de ceder. Las fiestas o malones (¿se usa aún malón?) o cumples o reus o como se dicen en vivo y sin aforo, en terrazas pequeñas con luces blancas del Easy que pestañean sin cesar. Son en los livings llenos de picoteo donde se concentran las mayores infecciones. Me informan del Minsal: ahora la trazabilidad se logra dilucidando quién estaba de cumpleaños. El enemigo está en esos departamentos repletos, con las ventanas abiertas. El Covid en invierno era silente; ahora: no para de hablar, gritar, de armar fiestas prohibidas.
Cuando ha habido mucha pérdida, lo que queda es el miedo. Hay varios tipos de miedo. Pero, aunque asustan, nunca está de más volver a enfrentarlos, procesarlos o volver a su origen: ¿Qué nos daba miedo? ¿Qué temíamos perder? Algunos responden así: al final, lo que más miedo nos da es quedarnos solos, aburridos, confinados, gordos. El calor hace de las suyas, pareciera que sobrara luz, pero la oscuridad va a llegar. Se cancela la Navidad, aunque el Viejito a veces transmite por Instagram Live desde Mall Plaza o se muta en avatares de todo tipo en series, especiales, musicales y cuanto hay en las plataformas de streaming. Qué haríamos, a todo esto, sin los programas de cocina, sobre todo esos en que la gente viaja para comer o un equipo intenta investigar la vida secreta de los tacos o esos programas de concursos de cocina de chefs-de-Instagram. Sea lo que sea, ver comida bien iluminada, conforta. Las fiestas, en cambio, tensan. O las fiestas, bajo el toque de queda con el que seguimos, no son fáciles de encarar. ¿Acaso no es mejor anular estas fiestas y confiar que ahora sí va a llegar la vacuna en marzo y nos vamos a poder abrazar?
El otro año, a lo mejor, todo será normal, aunque, lo sabemos, ya nada será del todo igual.Un eclipse regresa, aunque después de la energía que desató la primera vez, es mejor ver repeticiones en YouTube sobre el de julio de 2019, cuando, por un breve pero agitado rato, la oscuridad eclipsó el oasis en que vivíamos. Sí: hay segundas partes, hay nuevas temporadas. ¿Cambiamos guionistas o es el clima lo que confunde todo? Esta debacle será a color, con poca ropa, a lo mejor en directo (“Estamos transmitiendo desde el encierro del departamento 1178; solo para personas con criterio formado”) y sin descanso. Pasamos de querer recuperar todo, a comenzar a perderlo todo por un rato. Se cancelan reservas, se arruinan juntas familiares, te anulan tu AirBnB por miedo a “quién sabe de dónde vienes, no quiero a nadie de la Región Metropolitana”. Instagram funa vía lives desde epicentros del carrete (80% de los concurrentes al Paseo Mañío se infectarán y los 20% que se van a salvar son los empleados que votaron por el Apruebo o los inmigrantes ilegales o semilegales a los que tanto temían).
Esto, por si lo no sabían, era un paréntesis. Ahora lo vamos a cerrar. Esto es el rapto, quizás. Vuelve el eclipse. ¿O es otro? Afectará más u ordenará lo que se desató. La gente está zafada.
Son los últimos días. Calma, ya volverá el silencio, ya no habrá que llamar a Seguridad Ciudadana, no para denunciar un robo o una sospecha, sino por desobediencia musical, por orgías tántricas, por reconciliaciones en un balcón o con las ventanas abiertas, por fiestas con hits noventeros por el cumpleaños del gordito que vive en el piso 5 de edificio en diagonal.
Curioso: el pavor real es quedarse sin verano, sin ritos, sin regalos.
Estamos On the rocks, en las piedras, como la estupenda comedia romántica entre padre e hija (Bill Murray y la gloriosa Rashida Jones) que anda circulando por ahí (al parecer, las únicas películas que valen la pena se verán en casa y ya nos estamos acostumbrando a asociar cine-para-adultos con quedarse en casa). El padre de Sofía reedita El Padrino III y la retitula como “una coda”. Es una linda palabra, pero aún estamos en lo de ir cerrando o meditando acerca de lo que pasó. Nada de pasó. Aún no pasa. Paso a paso.
Está ocurriendo ahora y quizás esto es el tercer acto. Nada de codas aún.
¿Y termina bien?
¿Qué crees tú?