El realizador Sebastián Silva estaba en una playa de Cuba con un amigo cercano, Nicolás Arze. Veían a un grupo de gringos que tomaban ron y que ya estaban medio ebrios: se reían y hacían juegos para seguir tomando. Uno de ellos era un afroamericano y el director tuvo la impresión, por su comportamiento, que no se sentía cómodo; le pareció que era un alienado, un outsider. Quizás solo había tenido un mal día o solo no andaba con ganas de participar. Pero al chileno le fue imposible ignorar esa interpretación, esa narrativa sobre racismo.

Tyrel

“La carga política de la historia que luego escribí (junto a Arze) nace justamente de eso: de que era negro”, dijo Silva a Culto en 2018. “Si hubiera sido un gringo blanco sintiéndose mal en el grupo no habríamos hecho nada”.

Y Tyrel no existiría.

Y nunca se habría iniciado el viaje de dos amigos, Tyler (Jason Mitchell) y John (Christopher Abbott), desde Nueva York hacia un poblado boscoso y poco habitado de los Estados Unidos, en que es invierno y todo el suelo está cubierto de blanca nieve. Van a visitar a un amigo de John que está de cumpleaños, y Tyler no conoce a nadie. ¿El plan? Un fin de semana solo de hombres borrachos y drogados en una casa aislada. Pero el trayecto parte con un percance: se quedan sin bencina.

Todo parece preparado para un filme de terror clásico.

Tyrel

La atmósfera se enrarece desde un primer momento, cuando los anfitriones van a socorrer a John y Tyler, quien se da cuenta de que será el único afroamericano en un grupo de puros blancos progresistas. Apenas se encuentran, uno de los sujetos confunde su nombre y le dice “Tyrel”, porque, aunque no sea su intención equivocarse, quizá inconscientemente asume que “Tyrel” suena más exótico, más apropiado para alguien como Tyler.

Pasan las horas y reúne una decena de hombres jóvenes. No todos se conocen, pero se acogen y se ríen entre sí, y Tyler no es la excepción. Pero empiezan a ocurrir pequeñas situaciones que incomodan al protagonista, sutiles gestos que lo hacen sentir ajeno. Él no lo dice, solo se intuye, y probablemente piense que está siendo demasiado suspicaz, que exagera. Todos esos pensamientos derivan en sensaciones que Tyler reprime; en cierta forma se convierte en una bomba de tiempo, que está a punto de explotar… ¿o de implotar?

Individuo alienado

Son 86 minutos de montaje en que la cámara se obsesiona con las dinámicas que ocurren dentro de este grupo de diez hombres (y un perro, Congo) desde la perspectiva de Tyler. Si bien todos son bastante amistosos entre sí, “quería retratar esta actitud masculina, un comportamiento ruidoso”, dijo el director a DesdeHollywood. “Hace que el entorno sea aún más hostil para alguien que se siente inseguro”.

En varias ocasiones le han preguntado a Silva sobre hacer una película que narra los microrracismos que ocurren en Estados Unidos desde la perspectiva de alguien blanco y chileno. En una entrevista en Nueva York para BUILD Series, el director recordó vivencias similares a las de Tyler siendo extranjero en Norteamérica. Una vez estaba en Los Hamptons, en el sector este de Long Island, en que también fue invitado por un amigo y se escondió en el baño del anfitrión durante varios minutos fingiendo estar borracho; de hecho, el protagonista de Tyler hace algo muy similar. “Ese sentimiento de alienación puede sentirse en cualquier grupo de personas”, dijo.

Tyrel

También, cuando Silva era más joven, fue a distintas fiestas en las que no conocía a nadie, e incluso en reuniones familiares “donde hay algunos más conservadores que están en contra del matrimonio homosexual”, relató en agosto del 2018 a La Tercera. “Son situaciones en que quizás debí defender mi postura, pero no lo hice porque el contexto probablemente no era el más adecuado”. Para él, esa clase de momentos los individuos nunca dejan de vivirlos, aunque tal vez “no al nivel de volverme loco y cuestionarme quién soy yo” como sí sucede en Tyrel.

“Quizá por haber crecido como liberal en una sociedad conservadora, o como homosexual en una sociedad homofóbica, he podido evidenciar de primera mano la alienación y el miedo al rechazo”, reflexionó Silva con el medio español ElDiario en diciembre del 2018. El director mencionó que la película exploraba esa tensión entre querer pertenecer y, al mismo tiempo, esconderse, desaparecer.

Ya desde los diecinueve años que el director vive de manera intermitente en Estados Unidos. Radicado en tierras norteamericanas se ha sentido un inmigrante privilegiado, pero aun así le ha sucedido que cuando él ha dicho:

—Soy de Chile.

—¡He estado en Brasil! —le han respondido, como si fueran el mismo lugar, solo porque ambos países están en Sudamérica.

Aunque el director no cree que esa clase de situaciones puntuales sean tan importantes. “El verdadero problema es la acumulación: los afroamericanos están enfermos y cansados de sufrir agresiones directas, y luego microagresiones además de eso”, dijo.

Y al mismo tiempo, el director planteó que “no es la responsabilidad de la víctima educar sobre qué le ofende y qué no. Pero apesta, y en algunos casos les supera. Tyler sabe que si no les dice que fue ofensivo, ellos probablemente vuelvan a hacer lo mismo con otra persona”.

Tyrel

A propósito del estreno de la película en la plataforma Centro Arte Alameda TV en diciembre del 2020, el director fue nuevamente consultado en Culto sobre la temática: un blanco que retrata una situación de racismo. “La gente está muy atenta a no hacer apropiación cultural”, respondió. “En ciertos casos, yo podría estar de acuerdo en que puede ser nefasta, y creo que no estoy calificado para relatar fielmente la experiencia negra: no soy negro, y hasta ahí llegué con mi argumento”.

Sabe que nunca podrá entender la “black experience” así como un heterosexual jamás comprenderá del todo lo que es el drama interno de un homosexual. “Sin embargo, he participado más pasivamente en presenciar lo que expuse en la película”, explicó. “Me ha tocado verlo de cerca”.

Aun así, sabe que es un riesgo abordar una historia de ese tipo, porque hay que “asegurarse de que uno no está cagando fuera del tiesto”, ya que, por ejemplo, aumenta el riesgo de caer en estereotipos. Para Tyrel el director se asesoró por distintos amigos negros de variados ámbitos (no solo del cine) y, de hecho, algunos le decían que no habrían aceptado la invitación que se le hizo a Tyler de ir a esa casa en Upstate, mientras que otros le respondían que “de todas maneras” habrían ido.

—Si vas a hacer una película de un tema que no conoces y que es delicado para alguna gente, te puede ir pésimo, y con toda razón —respondió.

Cuidado con los estereotipos

El realizador venía saliendo de un gran proyecto que se filmaría en Colombia. Pero, al final, todo se vino abajo por una serie de retrasos y contratiempos en el pre-rodaje. Silva se sintió algo triste, pero, con el tiempo, ha aprendido a tomarse las situaciones con calma, esperar a ver qué sucede. “Tyrel fue lo que tenía que pasar: hacer una producción mucho más autosuficiente, donde yo era la persona que marcaba los tiempos y no los agentes o los actores famosos”, explicó a ElDiario.

Él siente que tiene dos características: poca paciencia y le encanta hacer películas. Por eso prefiere proyectos con pocas locaciones, sin demasiadas jornadas de rodaje y no tantos actores. Suele tomar un lugar y obsesionarse con este y la situación que contiene.

Tyrel

A Silva le fue fácil reunir al electo para el filme, solo tuvo que hacer algunas llamadas telefónicas, porque varios de los actores eran amigos suyos, como Michael Cera —con quien trabajó en Crystal Fairy y el cactus mágico— y Christopher Abbott. Aunque encontrar al intérprete del protagónico fue algo más complejo.

Pero el realizador fue a encontrarse con el actor Jason Mitchell en Nueva Orleans, Luisiana. Me recogió en su auto y estuvimos tres días sin parar”, relató el chileno a Complex. “Conocí a su familia, a sus amigos, nos drogamos, recorrimos en bicicleta la ciudad y nos conectamos”. Una de las mayores preocupaciones del realizador era que su personaje no resultara estereotipado; por eso revisó detenidamente el guión con el actor. “Yo tenía muchas ideas preconcebidas y mucho miedo de ofender a la gente”, explicó Silva a Film School Rejects. Mientras escribía la historia, se preguntaba:

—Oh, si hago que Tyler escuche hip-hop en su auto, ¿es estereotipado? ¿Me van a acusar de estereotipos?

Mitchell aceptó participar. Pero dos semanas antes de que comenzara el rodaje, su interés se enfrió y reculó en sus ganas de participar: sintió ciertas aprensiones de estar en una película que tratara el racismo y fuese dirigida por un blanco. Temían que el proyecto pudiese meterse en problemas y ser motivo de críticas por apropiación cultural.

Pero finalmente aceptó, al ver que se trataba de una película honesta e informada sobre el tema, según reveló Silva.

El rodaje solo demoró once días: anochecía temprano, mucha testosterona, todos viviendo en la misma casa. Eran trece o más horas de trabajo por jornada. Por momentos, esa dinámica festiva de la trama vinculada al alcohol y la marihuana se mezclaba con los integrantes del set, y se volvían difusos los límites entre actores y personajes.

Algunos intérpretes demoraron en aprender sus partes del guión, y el director, como si fueran niños, debía decirles:

—Vamos, muchachos, aprendan sus malditas líneas.

Silva esperaba que durante el rodaje no se hayan colado las microagresiones que se dan en la ficción de Tyrel.

En la entrevista, el director decía que no se sentía como esa clase de directores que, mientras graban, están con su “obra maestra” en mente. No le gusta ser un tirano, gritarle a la gente o pelear con los actores. Se siente más cómodo en los ambientes de camaradería.

Luego, en su estreno en el Festival de Sundance 2018, la película recibió elogios: Vanity Fair la llamó “divertida, inquietante, frágil, desgarradora y muy realista”.

¿¡Huye!?

Meses antes de que se estrenara Tyrel, apareció ¡Huye! (Jordan Peele, 2018), un thriller de horror que tiene una premisa inicial similar a la película de Silva, en que el protagonista negro viaja con su novia a la casa de sus suegros, en un poblado donde está lleno de blancos que, tras sus sonrisas, parecieran ocultar un escenario de creciente hostilidad para el personaje principal. Además, ambos filmes tienen un actor en común: Caleb Landry Jones.

Silva se enteró de la existencia de ¡Huye! en pleno rodaje de Tyrel, cuando Landry Jones llegó a la locación y supo que hacía de antagonista en el filme de terror, y luego vio el tráiler.

Las coincidencias eran varias.

Pero eso pareciera ser una interpretación superficial de ambos filmes. En Tyrel “los blancos tampoco son necesariamente los malos”, dijo Silva en 2018. “En ese sentido es más compleja y menos polarizadora”. La situaciones de racismo son mucho más sutiles, hasta el punto de que pueden pasar desapercibidas a simple vista. “Al mismo tiempo es más psicológica y generosa en la manera en que aborda las secuelas y la herencia del racismo”, comentó el director. “No es una película con soluciones ni venganzas”.

Sebastián Silva

“Por eso Tyler sufre tanto: no sabe si él es quien está inventándose odios, o exagerando, o no teniendo la habilidad de perdonar que le digan ‘Tyrel’, sintiendo que tiene que odiarlos por eso”, comentó el director dos años después. “Es un claustrofóbico”.

Silva ya venía trabajando en películas como La nana (2009), Crystal fairy y el cactus mágico (2013) y Magic magic (2013) la premisa del personaje que se siente alienado, incómodo con el entorno a su alrededor, pero que también quede la duda de si es eso lo que está pasando realmente: “Me importa mucho que mis películas no tengan conclusiones muy explícitas”. El director chileno suele adentrarse en las áreas grises, borrosas, en las que cuesta determinar quién es víctima y quién victimario… si es que realmente los hay.

De hecho, con el final de la película, Silva comentó que algunas personas sintieron que era una final optimista, y otras que era un desenlace trágico.

Cuando escribe los guiones de sus películas y una vez que el resultado llega a la audiencia, Silva se suele dar cuenta de que está generando mucha tensión en el espectador, quien se imagina que vendrán una fatalidades que al guionista nunca se le pasaron por la cabeza. Cuando hizo La nana (2009) varias personas creyeron que la protagonista cometería un crimen, y con Tyrel le sucedió algo similar.

“Quería que la película existiera mucho más en la mente y los prejuicios de mi audiencia que yo tomando un lado con una opinión clara”, dijo a ElDiario.

No es fácil sacar conclusiones con un final como el de Tyrel, en que todo depende de una foto, de una selfie entre amigos.

Y luego los créditos.

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