Nació como uno de los proyectos más ambiciosos de Netflix, incluso cuando la plataforma no era ni la mitad de popular de lo que es hoy. Parte de una segunda oleada de series originales de la compañía estrenadas en 2016 –junto a The get down o Stranger things–, The Crown adquirió estatus de imprescindible desde su anuncio en noviembre de 2014.
En ese momento, su creador, Peter Morgan, matizaba cuál sería el foco de la producción sobre Isabel II. “The Crown no se trata sólo de la familia real, sino de un imperio en declive, un mundo en desorden y el comienzo de una nueva era”, afirmaba el realizador, mientras que la entonces jefa de contenido original de la plataforma, Cindy Holland, celebraba la serie como “una narración que vive en algún lugar entre la televisión y el cine por los principales cronistas británicos de la política, la clase y la sociedad modernas”.
Con solidez y arrastre sostenidos, en sus primeros ciclos la historia retrató a figuras gigantescas como Winston Churchill y Jorge VI, y episodios controvertidos que fueron desde la posguerra hasta los años 70 desde la mirada de su monarca, pero nunca generó la incomodidad que ha provocado en las últimas semanas, tras el estreno de su cuarta temporada.
Un ruido que seguramente excedió las expectativas en torno al eventual revuelo que generarían capítulos que presentan la relación entre Carlos y Diana (una familia real dibujada con escasos atributos humanos), además de la introducción de Margaret Thatcher como primera ministra británica. En ese intenso viaje por los años 80, no eludió ni la Guerra de las Malvinas, ni tampoco una mirada sombría de un momento de fisura social, política y económica que hasta hoy divide a los británicos.
“Es una obra de ficción bellamente producida, así que al igual que con otras producciones de televisión, Netflix debería tener muy claro al principio que es sólo eso”, señaló en noviembre el ministro de Cultura, Oliver Dowden, apuntando a un requerimiento específico y hasta ahora inédito a la plataforma: que antes de cada capítulo se advierta que la producción se trata de una “obra de ficción”.
La respuesta de la compañía fue un rotundo no, pero el gobierno de Boris Johnson insistió en el punto esta semana a través del ministro de Medios de Comunicación, John Whittingdale, llamando a que se transparente que la serie es la “especulación o imaginación sobre lo que podría haber sucedido”. La preocupación era fuerte y en particular apuntaba a la visión, según parte de la clase política, “distorsionada” que podían hacerse las nuevas generaciones de la historia reciente de Inglaterra al mirar The Crown.
Doctor y profesor del departamento de Historia de la Universidad Adolfo Ibáñez, pero también espectador asiduo de la serie, Fernando Wilson plantea que “es una pena que Netflix y los productores no hayan querido realizar ese pequeño gesto que nos hubiera permitido a todos cubrir con buena voluntad esa brecha entre el documental y la serie histórica, ese trato implícito que tenemos cada vez que entendemos que, si bien hay un fuerte grado de historia, hay gotas de ficción para hacerlo más entretenido y llamativo”.
Esto sostenido, en su opinión, en que “las tres primeras temporadas fueron muy fieles a todo aquello de lo que existía en información histórica y fueron muy prudentes en la interpretación de aquello que no podía ser conocido. Ser prudente es mantenerse dentro de lo que podríamos llamar las líneas lógicas”.
Mientras se pliega a la idea de añadir una advertencia antes de los dramas históricos, el productor Sergio Gándara, socio de Parox junto a Leonora González, añade otro punto: “Al narrar historias de personajes públicas siempre vas a tener que construir momentos privados que son ficción, que nunca sabes si sucedieron o no. Las situaciones íntimas son las que van a potenciar el drama, seguramente. Por lo tanto, el disclaimer me parece correcto, sobre todo en protección a los protagonistas”.
En el caso de Héroes invisibles, la miniserie que su compañía hizo con la televisión pública de Finlandia (YLE) y que se estrenó con éxito en septiembre pasado en Chilevisión, reconoce que ayudó que se inspiraron en el libro La ruta finlandesa (2010), del autor Heikki Hiilamo, la primera obra que contó la historia del diplomático finlandés Tapani Brotherus y su esposa, Lysa, tras el Golpe militar de 1973.
“Siempre se puede contar la realidad si esta ha sido publicada previamente. Así, no soy el primero y me estoy inspirando en aquel que ya lo hizo. Por eso todo el mundo licencia libros”, plantea Gándara.
A esa base se agregó un proceso de investigación y escritura de guiones que integraba tanto la mirada chilena como la mirada finlandesa. A la distancia, la dramaturga y guionista Manuela Infante se encargó de la parte local, mientras que Tarja Kylmä de la parte europea, que también contemplaba a diplomáticos suecos y alemanes. Posteriormente, durante dos semanas reunidas en Santiago dieron forma a los textos definitivos de los seis capítulos. “En el caso de Héroes invisibles el rigor histórico era un objetivo a perseguir”, define el productor.
Sin embargo, y demostrando nuevamente la complejidad de este tipo de producciones, la miniserie no estuvo exenta de críticas. Como los dichos de los hijos de Ismael Huerta –encarnado por el actor Cristián Carvajal–, vicealmirante de la Armada de Chile y designado como el primer ministro de Relaciones Exteriores de Chile por la Junta Militar. “Resulta lamentable que se recurra a la mentira para ensuciar la memoria de una persona que ya no está para defenderse y que no merece este ataque”, señalaron en carta a El Mercurio.
Los desafíos de la ficción
Una producción reciente que ocupó exactamente la misma advertencia que pide el gobierno británico a Netflix es Dignidad, estrenada en Amazon Prime Video y Mega en noviembre. “Esta serie es una obra de ficción. Es un drama inspirado en hechos reales”, indica al comienzo de cada uno de sus ocho episodios el relato que toma como referencia a Colonia Dignidad y la labor del abogado Hernán Fernández, quien lideró el caso en contra de Paul Schäfer durante los 90.
Su mayor diferencia con la producción sobre Isabel II es que sus personajes principales son una construcción mayormente ficticia. Aunque el protagonista, Leo Ramírez (Marcel Rodríguez), comparte la profesión y se inspira en Fernández, tiene un vínculo con el enclave que es mucho más personal, porque en la trama creció junto a su hermano en el lugar y presenció desde niño los horrores.
Así lo explica Enrique Videla, guionista original de la serie junto a Paula del Fierro y que comparte créditos con escritores alemanes: “Por las características del proyecto, Dignidad tenía que llegar a un público internacional que no estaba familiarizado con la historia y eso nos obligó a crear personajes de ficción que pudieran cruzar un periodo amplio de tiempo, no sólo asistiendo a la caída de Colonia Dignidad en los 90, sino también a su periodo de auge, con sus infancias marcadas por los hechos ocurridos ahí en los 70 y 80”.
Sin embargo, remarca, “si bien hubo cambios respecto a nuestra propuesta de historia, desde el guión siempre tratamos que los hechos retratados en la historia, los abusos, secuestros de niños, encubrimiento de asesinatos, abusos a derechos humanos, etc., tuvieran base en la realidad. Particularmente la historia de Colonia Dignidad tiene un horror tan extremo y tan incomprensible, que muchas veces hay situaciones que parecen ficción y, realmente, son tomadas directamente de la realidad”.
Cada producción parece enfrentar un reto distinto y es complejo enumerar recetas. Hay consenso, de todos modos, en que cada serie de televisión o película tiene la libertad de brindar su propio punto de vista. Como la que propondrá una ya anunciada serie inspirada en el manejo de la pandemia de Boris Johnson, bajo la dirección del cineasta Michael Winterbottom y con participación de la compañía británica Fremantle (La jauría, The young Pope).
“Creo que tras la ficción histórica, y si es por eso toda la ficción, siempre hay un punto de vista autoral. En el género documental también lo hay. Siempre hay una mirada, una guía, alguien que nos quiere hacer reflexionar en algún sentido”, dice Paula del Fierro, también guionista de Sitiados, que abordó un episodio de la conquista de Chile. “Puede que se esté retratando con verdad un momento del pasado, pero siempre habrá una visión al respecto. En ese sentido, sí creo que es importante poner un disclaimer antes de los productos, precisamente para que la audiencia se conecte con esta idea”, añade.
Para el historiador y académico Fernando Wilson, hoy el alcance del streaming también puede construir una imagen concreta en torno a un personaje. “Hay que comenzar a hacer esa advertencia, porque el rol pedagógico que está asumiendo la pantalla, si bien lo ha tenido siempre, hoy en estas condiciones lo adquiere con mayor intensidad”,
Además, anticipa que la mayor tensión para The Crown llegará con su quinta temporada, la penúltima, que abordará los 90 y la trágica muerte de Diana. “Ese es el momento más crítico”.
Las vueltas de la vida llevan a que Peter Morgan, el mismo creador de The Crown, sea quien haya escrito –ganando una nominación a los Oscar– la película La reina, una serena aproximación a Isabel II en los días posteriores al fatídico 31 de agosto de 1997 que acabó con la vida de la Princesa de Gales. Otra muestra de que el debate que enfrenta historia contra ficción parece nunca tener un veredicto definitivo.