Para los arqueólogos del futuro. No sólo se trata del título de uno de los discos más significativos de Congreso, banda que hizo precisamente de ese soporte su principal vía de difusión, registro e inmortalidad.
También es la primera frase que se lee en el libro 200 discos de rock chileno: una historia del vinilo al streaming -aparecido hace algunos días a través de editorial Ocho Libros-, como si el texto se presentara de entrada como un testimonio para las generaciones presentes y venideras en torno a los dos fenómenos que mejor definieron la cultura musical de los últimos 60 años: los discos y el rock.
La música popular no se entiende sin ambos conceptos abrazados en las más diversas etapas, formas, nombres y sonidos. Y si el rock adquirió arrastre global cuando empezó a grabarse y reproducirse en los medios de comunicación, su estatus de forma de arte y bandera generacional la consiguió cuando se plasmó a través de los discos. “El disco es, en definitiva, representación simbólica de su tiempo”, apunta el texto en su presentación.
En el caso chileno –a diferencia de otros ejemplos editoriales en el extranjero-, aún no existía un libro que sintetizara el canon rockero en álbumes, carátulas, productores, autores, sesiones de grabación y éxito comercial.
Es lo que se propuso hacia 2016 un equipo multidisciplinario de profesionales, con el propósito no sólo de obsequiar una mirada discográfica o histórica del tema, sino que también para vincularlo hacia el costado social y político. Un grupo integrado por los periodistas Gabriel Chacón y César Tudela, el sociólogo Felipe Godoy y el profesor de historia Cristofer Rodríguez, quienes cifran en tres años el período que demoraron en investigar, escribir y montar el proyecto.
“Primero que todo, quisimos contar una historia del rock chileno a través de su soporte por excelencia: el disco. Entonces se conjugaron varios criterios de selección, primando siempre la idea de reunir un relato bien heterogéneo y representativo de lo que ha sido el rock chileno”, introduce Chacón.
Luego complementa: “Por eso en el libro hay discos editados en el extranjero, discos de grupos independientes, discos de bandas consagradas, algunos nombres canónicos de indudable naturaleza rockera y otros que sin duda pueden generar polémica en algunas personas por su inclusión, al estar en los bordes del género. Creo que el principal criterio de selección fue entender que el concepto de rock cambia según la época y el contexto”.
Los días formativos
Con un prólogo a cargo de Sergio “Pirincho” Cárcamo, 200 discos… parte su listado en la década de los 60, cuando el formato LP empieza a dominar la industria planetaria.
En Chile, el pitazo inicial es simbólico. El primer álbum que dice presente en el texto es el título homónimo de 1962 de The Ramblers, el que precisamente resume todas las características modernas de un disco: posee un hit descomunal (”El rock del mundial”), un productor con hambre de grandeza (Camilo Fernández), ventas que muestran el arribo de un nuevo fenómeno de masas (según registros, despachó 80 mil copias) y un grupo que ya entendía que el rock era un concepto que iba desde la vestimenta y las fotos promocionales, hasta los cuidados arreglos de las canciones, con un cantante (Germán Casas) convertido en su eje.
En la publicación, los años 60 transcurren entre piezas desprendidas del suceso nuevaolero –hay discos de Pat Henry y sus Diablos Azules, Los Rockets, Alan y sus Bates, y Los Red Juniors- y otros que empiezan a anunciar el aterrizaje de un catálogo conectado con el rock más inventivo y autoral que hacia fines de esa década establecieron The Beatles o The Rolling Stones –Los Mac’s y Los Vidrios Quebrados-.
Pero ya en esa era más primigenia, el libro exhibe uno de sus grandes valores: mostrar obras que se escapan del radar masivo y que muchas veces funcionan como eslabones perdidos entre épocas y movimientos. Por ejemplo, en el caso de los 60 está “Baile en el mineral”, de Los Fénix, banda adscrita al ruido guitarrero de The Kinks y la generación Nuggets, pero con amplio suceso en el norte del país, lo que incluso les permitió recibir el influjo de la cumbia chicha peruana.
En los 70 –cuyo apartado se inicia con el quiebre creativo estimulado por nombres como Aguaturbia, Kissing Spell y los Blops-, la opción por mostrar cancioneros menos difundidos es aún más acentuada.
Chacón detalla: “Esas décadas, especialmente los 80 y los 70 post dictadura, el rock chileno y el formato disco fue escaso, subversivo y hasta incluso clandestino. En la investigación llegamos a discos increíbles que estaban fuera del radar masivo. De esta manera, encontramos discos como el homónimo de Los Cristales (1972), una banda de balada psicodélica que nace en la misma ciudad y año que Los Ángeles Negros, pero que se adscribe con mayor nitidez al rock. Pero también descubrimos joyas desconocidas editadas fuera de Chile”.
¿Otro buen nombre para sumergirse? Lolita en la playa (1970), de Los Minimás, conjunto integrado por músicos que después formarían Los Ángeles Negros y que se consigna como la primera experiencia nacional que exploró el soul, el funk y las variantes de la música negra.
Eso sí, los autores coinciden en que uno de los mayores hallazgos de la investigación fue el álbum New Guitar (1974), del grupo Santiago.
César Tudela complementa: “Creo que es unánime la fascinación que nos provocó escuchar el vinilo de Santiago, New Guitar, una banda de chilenos radicados en Alemania que tuvieron un fugaz pero potente éxito en tierras germanas. De hecho, se pueden encontrar videos de muy buena factura en estelares televisivos en YouTube. En sus filas está el baterista Mario Argandoña, que grabó como percusionista en el sinfónico Deep Purple de 1999. El New Guitar de Santiago fue uno de los discos que nosotros mismos descubrimos y sentimos que es una joya escondida de nuestra discoteca, que ojalá pronto pueda ser reeditada o, al menos, subida a las plataformas de streaming.
¿Qué es rock?
Otro de los puntos altos del libro radica en el desprejuicio. O la mirada hacia el rock como una manifestación en cambio constante, maridándose con otros géneros o buscando rutas que van más allá de su cuna más clásica y original. Por ejemplo, aparecen una serie de nombres que quizás no se encasillen de manera automática a la etiqueta “rockera”: Ángel Parra, Los Angeles Negros, Sol y Lluvia, Nicole, Teleradio Donoso y Francisca Valenzuela.
Tudela lo explica de esta manera: “Una de las premisas que manejamos es que el rock, como concepto, se está moviendo constantemente, que tiene historicidad. Por eso decidimos hacer introducciones por capítulo, para entender qué era lo que se escuchaba en esos momentos, qué estaba pasando con el contexto sociopolítico y cultural, cómo era la experiencia de escucha”.
Después acota: “Así es como en los 60, Cecilia o Los Ángeles Negros pueden entenderse dentro de la categoría rock. El caso de Los Ángeles Negros es un sonido único que nace en Chile, la balada eléctrica o sicodélica, y se da justamente porque parte de sus miembros vienen de la tradición rockera. Otra cosa importante es que, como el libro trata de discos, nos enfocamos en esos artistas con las producciones que destacamos, donde encontramos que tienen argumentos para defenderse bien en la vereda del rock. Nicole producida por Gustavo Cerati en Sueños en tránsito es distinta a la Nicole de sólo 3 años antes con Esperando nada, por eso incluimos un álbum y no el otro”.
De la misma manera, sus autores aclaran que aunque el concepto de “rock” está en constante transformación, hay cierta genética –relativa al sonido, la estética y otros parámetros- que los llevaron a dejar fuera a piezas fundamentales del catálogo nacional, como algunas facturadas por Quilapayún, Inti-Illimani, Tiro de Gracia o Criminal.
“Reconociendo que los límites entre los diversos estilos de la música popular son difusos y hay álbumes que se ubican en zonas grises, tenemos cierta certeza de que los recién mencionados escapan del espectro del rock”, subrayan en la introducción.
Finalmente, el libro también rasguña nuestros días, olfateando de cerca la década de los 2010 con figuras que son puro presente, como Natisú, Camila Moreno, Cómo Asesinar a Felipes y Demian Rodríguez.
“Con este libro, quisimos dejar un testimonio a las nuevas generaciones sobre cómo se escuchó nuestro rock chileno en sus primeros 50 años. Por este motivo, cada década cuenta con una extensa introducción en la que tratamos de abordar los principales elementos que lo contextualizaron. Cada década contó algo distinto y es genial la lectura general que se obtiene. Sería hermoso que en las décadas siguientes, otros tomen esta posta y relaten los 50 años siguientes”, desafía Chacón, anhelando precisamente la labor de quienes reciben la primera dedicatoria de este libro: los arqueólogos del futuro.
200 Discos del Rock Chileno: Una historia del vinilo al streaming, que además cuenta con todas las carátulas de los álbumes que va mostrando, se puede obtener desde la página web de Ocho Libros (se agotó la primera tirada, pero el stock se va a reponer en las próximas horas) y ya se está distribuyendo a librerías a nivel nacional.