Gracias a su talento extraordinario, un hecho pueril podía transformarse en motivo de una canción.
Un clásico como “Esta tarde vi llover” de 1967 no tuvo origen en un corazón fracturado, sino en un sentimiento de soledad. Armando Manzanero, fallecido a los 85 años, recibió un pago y con ese dinero quería ir a un restaurante con la familia. Por diversos motivos nadie lo pudo acompañar. Contactó a un amigo y tampoco podía. “Entonces me siento solo a comer algo y afuera se larga un aguacero”. Mientras cenaba y el agua caía implacable, la gente comenzó a correr. Fue ahí cuando llegaron los versos. “Esta tarde vi llover, vi gente correr, y no estabas tú”.
Para el fallecido escritor y periodista Carlos Monsiváis, la figura de Manzanero sólo cobija singularidades, armado de “una voz inesperada, sin el ímpetu decorativo de los tenores”. Con apenas un metro y 54 centímetros de altura y desprovisto de las cualidades físicas del galán, el astro mexicano nacido el 7 de diciembre de 1935 en Mérida, Yucatán, conquistó como abanderado del bolero y la balada los más grandes éxitos en la memoria de varias generaciones, y los mayores honores en la industria musical. Compuso más de medio millar de canciones con una cincuentena clasificada como éxitos, varios de ellos clásicos irrefutables de la música romántica hispanoamericana como Somos novios y Contigo aprendí. Entre numerosos premios y homenajes destaca el Grammy honorífico otorgado en 2014 por la Academia nacional de artes y ciencias de la grabación de Estados Unidos. En esa misma jornada los otros galardonados fueron The Beatles.
“El sitio de Manzanero lo ocupa irrefutablemente Manzanero”, sentenció Monsiváis y no solo fueron palabras de buena crianza para su amigo. El mexicano desarrolló una carrera hasta ahora irrepetible y transversal en el mapa artístico. Compositor e intérprete de extraordinario éxito, conoció y dominó distintas instancias del negocio de la música. Ejerció la producción, la jefatura en sellos discográficos y la presidencia de la Sociedad de autores y compositores de México, velando celosamente por los derechos de los artistas.
Proveniente de un hogar donde la música era el oficio de su padre, a los ocho años ingresó a la Escuela de Bellas Artes de Mérida. Sus influencias provenían tanto de autores clásicos como de pioneros románticos, entre ellos Juventino Rosas, Lorenzo Barcelata y Consuelo Velásquez, la autora de Bésame mucho. “Si uno podría un día ponerse a pensar a qué se parece mi música, se parece a Chopin, se parece a Mozart, Tchaikovsky, a Beethoven. ¿Por qué? Porque es la música que yo escuché, con la que yo me crié”.
Aunque su primera composición Nunca en el mundo data de 1950, la carrera profesional de Armando Manzanero arranca en 1957 como pianista en Mérida (“el piano siempre ha sido el amor de mi vida”), para luego radicarse en el DF y trabajar prontamente con los más grandes, entre ellos Lucho Gatica (para quien compuso el éxito Voy a apagar la luz), Pedro Vargas y José José. A la par, se introdujo en el mundo de los sellos como director musical de CBS.
Conjunción de astros
Cuando ya era un consagrado entre los mayores nombres musicales en nuestro idioma tras lanzar a grandes a estrellas como Angélica María en los 60, sus propios éxitos, y ganar festivales en los 70 y 80, su carrera tuvo un segundo aire en 1991 al producir Romance de Luis Miguel, el primero de cuatro discos tributo del Rey Sol con ventas fenomenales, homenajeando a la canción romántica de antaño junto con presentar los boleros a públicos juveniles. Según Manzanero, “no eran canciones nuevas. Ni una canción fue nueva, sino de hace 30, 40 años”.
Efectivamente, las composiciones datan entre Inolvidable de 1944 y 1986, el año que Manzanero escribió el súper hit No sé tú. Hasta registros de 2013, el álbum ha vendido siete millones de copias en el mundo.
En los últimos años, Manzanero ha oscilado entre los reproches, la crítica y los halagos hacia Luis Miguel. “Es más fácil que un elefante logre entrar por el ojo de una aguja a que Luis Miguel haga algo por el prójimo”. La cita de 2017 tenía un contexto. Manzanero estaba sentido por la ausencia del cantante en un concierto homenaje que se le rindió en febrero de ese año. También lo repasó por abandonar la promocionada gira con Alejandro Fernández. “Dejó mal a un señor que es grandioso (...) ¿Qué se puede esperar de él? Se volvió loco”.
En 2018 cambió radicalmente el discurso. “Yo quisiera componer siempre para Luis Miguel, ¡como no, claro! (...) Está en su mejor momento”. Ese mismo año, con el estreno de la serie de Luis Miguel en Netflix, se manifestó disconforme con su representación como explicó al diario El Comercio de Perú, descartando haber dudado del éxito de los boleros. “Al contrario, tenía la certeza de que eso iba a cambiar a Luis Miguel”. Tampoco le agradó el look. “Me cayó muy mal que me sacaran vestido de esa forma, yo que soy un señor que siempre se viste con todas las formalidades del mundo”.
En octubre pasado, en entrevista con The Associated Press, Manzanero puso perspectiva a su obra con Luis Miguel. “Los ‘Romances’ que hizo es de los trabajos que mejor sabor me dejaron (...) uno también tiene que hablar de beneficio, como compositor, para poder manejar un talento de ese tamaño. Me siento muy orgulloso de haber hecho todo eso”.
Esto es un negocio
Casado en cinco ocasiones, padre de siete hijos y abuelo de 16 nietos, aficionado al tenis con dos partidos jugados a la semana hasta octogenario, Armando Manzanero no daba mayor crédito al mito del talento innato, ni la inspiración como epicentros de un gran artista. “La genialidad del compositor ocupa el 25% y lo demás es insistir, buscar quien te grabe. No decepcionarse cuando te digan que no les gusta tu canción”.
Como conocedor de distintas facetas de la industria musical en sus múltiples roles como compositor, cantante y ejecutivo, Armando Manzanero tenía particularmente clara la relación entre autor y artista, y los vaivenes por egos. “Un intérprete está buscando todos los días su éxito (...) la gran mayoría de veces dice ‘el del éxito soy yo, yo la canté (...)’. Entonces uno tiene que saber que este es un negocio. Es el mismo caso de los grupos, de los duetos, que de repente se separan porque no falta un pendejo que dice ‘no, es que el intérprete eres tú, el otro te está opacando (...)’. Esto es un negocio y si nos está yendo bien, aunque me caigas mal, en el escenario te abrazo”.
Otra de las reglas que moldearon la vigencia que ostentó durante su trayectoria, consistía en mantenerse al día en géneros e intérpretes. “Siempre me preocupé que me grabaran las nuevas generaciones. Nunca tuve esa distancia que hay a veces desde los compositores que encontraron el éxito muy fuerte, y luego no toman muy en cuenta a la gente que está de moda”.
Bajo esa constancia, Manzanero se convirtió en un grande entre los grandes, perpetuando su nombre. “Yo me siento muy satisfecho, sobre todo de trascender las generaciones. Porque existen muchos que tuvieron éxito enorme, los cantó fulano de tal. Pero cuando una persona tiene la suerte y la capacidad de trascender, ya se siente uno tocado por la mano de Dios”.
Sobre el futuro de la música romántica era absolutamente optimista. Desde niño tuvo consciencia de la constante arremetida de nuevos géneros mientras las baladas desafían al tiempo. “Todos llegan, pasan, triunfan y se van. Nada más se queda la buena música. ¿Usted cree que Mozart, si viviera, se preocuparía que existe el reggaetón? La buena música se queda para siempre. Y un señor como yo (...) qué le importa todo lo demás”.
Si no le importaban las modas y la eventual mella en la canción romántica, tampoco le preocupaba empinarse apenas por sobre el metro y medio. Armando Manzanero se reía porque contaba con una carta con la cual escribió su leyenda. “¿Cómo puede ser galán un pinche tipo que tiene 1.54 de estatura? En donde yo gané y me chingué a todos los de 1.80 y muy guapos, era al piano”.