Thomas Bernhard siguió escribiendo novelas muy importantes y extraordinarias. Con cada nueva obra, su posición como un escritor mayor europeo estaba más y más segura. Como muchas de sus otras novelas, Extinción (Alfaguara, 2020) le brindó a Bernhard la oportunidad de plantear preguntas existenciales acerca de la vida, el arte y la filosofía, así como de discutir el sufrimiento humano provocado por el mundo actual y por las relaciones familiares.

El protagonista, Franz Josef Murau, vive en Roma, acaba de recibir un telegrama informando que sus padres y su hermano han muerto en un accidente automovilístico cerca de la casa familiar en Wolfsegg, Austria. Como único hijo varón superviviente —él tiene dos hermanas— Murau ahora debe regresar a casa para el funeral y atender la apropiada disposición de su patrimonio heredado. Sin embargo, lo que le preocupa mucho más es que debe resolver la relación antagónica que ha tenido durante toda su vida con sus padres y hermanos y el mundo de ellos. El registro de llegar a un arreglo con esta antipatía de toda la vida es su borramiento, su “extinción”, escrita por Murau.

Como ocurre en varias de sus novelas, Bernhard desahoga aquí su ira contra su familia y contra Austria. El padre y el hermano de Murau son personajes débiles, parecidos a marionetas, dominados por una madre avariciosa y deletérea. Sus hermanas son unas bobas gobernadas por la madre. Una hermana está casada con un necio “fabricante de tapones para botellas de vino” (Weinflaschenstopselfabrikant) alemán, proveniente de la Selva Negra. El único miembro de la familia con intereses intelectuales y una inclinación por la producción literaria o artística es su tío Georg, quien tuvo el buen tino de abandonar Wolfsegg tempranamente en su vida. El tío Georg es el modelo a seguir de Murau.

La finca Wolfsegg sirve como un microcosmos para Austria, Alemania y, de hecho, toda Europa Central. Tiene cinco bibliotecas que han estado encerradas durante generaciones para evitar pensar. La Iglesia Católica de Austria, con el nuncio papal Spadolini como representante al interior, ha rechazado el pensamiento crítico y creativo durante siglos; y el mundo político de Wolfsegg está poblado de viejos nazis denunciados y asesinos de todos los tipos imaginables. El catolicismo y el nacionalsocialismo, combinados con el pseudosocialismo actual, son las fuerzas dominantes de este mundo.

Murau, como muchos personajes del arsenal literario de Bernhard, debe desempeñar el papel del autor como el tonto que, en última instancia, desafía la locura mediante la exageración. Murau, el autor, de nuevo como Bernhard, utiliza sólo un discurso indirecto, que proporciona una estructura de lenguaje que sugiere un pensamiento reflexivo y contemplativo más que espontáneo. Al examinar y describir su mundo de la manera más detallada y exagerada, él exorciza a su familia, a su tiempo y a Wolfsegg a través de su informe. El lector, le guste o no, también habrá sido exorcizado.

Thomas Bernhard