—La ciencia ficción se considera algo para adolescentes, niños de secundaria y adultos perturbados —dijo el escritor estadounidense Philip K. Dick en una entrevista en Francia en 1977, cinco años antes de su muerte.
Dick escribía con insistencia. Por un lado, tenía la necesidad de publicar como modo de sobrevivencia, lo que explica en parte cierta irregularidad en la calidad de toda su obra; también, la escritura era una forma de hacerse compañía, crear personajes que se hacían parte de su rutina. El caudal de ideas que surgía de su mente era enorme, si hacía una pausa para escribir era porque estaba exhausto. En total, redactó más de treinta novelas y más de ciento veinte cuentos. Entre ellas se encuentra uno de sus proyectos más conocidos, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968).
El hombre en el castillo (1962) fue el primer éxito del autor. Es una novela que explora el escenario hipotético de que la Alemania nazi y Japón hubieran salido victoriosas en la Segunda Guerra Mundial, convirtiéndolas en las potencias dominantes del planeta. Para la investigación de aquel libro, Dick usó los diarios personales que se incautaron a los agentes de la Gestapo tras el conflicto bélico, que estaban disponibles en la biblioteca de la Universidad de California (Berkeley).
Esas fueron lecturas que le parecieron horribles, escalofriantes. Tomó conciencia de los crímenes y violencias que ocurrieron durante el régimen de Adolf Hitler; llegó a cuestionarse si habitaba un humano en esos crueles organismos. En uno de los diarios, un oficial nazi se queja de que no puede dormir por el ruido que hacen los niños hambrientos en la noche. ¿Dónde había quedado la empatía frente a una situación que parecía imposible sentir indiferencia?
Probablemente ahí Dick generó las primeras nociones sobre los androides de su literatura, seres incapaces de ponerse en el lugar de otros, y actores claves en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?
Años antes, en 1950, el célebre matemático Alan Turing había inventado un test diseñado para diferenciar el pensamiento de un robot con el de un humano. Dicha creación obsesionó a Dick, quien ya no solo no tenía a los androides como fuente inspiradora, sino también la posibilidad de que estos seres empezaran a superar estas pruebas de diferenciación, borrándose los límites entre las personas y los individuos artificiales.
En 2017, el director de cine Nacho Vigalongo prologó una edición limitada de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, la cual consideró la venta de dos mil ejemplares. En la obra de Dick, es la empatía la cualidad la que permitiría diferenciar entre personas y androides, la cual se detectaba a través del test Voight-Kampff. A propósito de esta virtud que Dick pone como distintivo, el cineasta dijo a ABC: “Deberíamos llevarla por bandera. Por eso muchas veces llamamos humanidad a la empatía”, asignando total vigencia a la literatura del estadounidense.
“Dick básicamente no estaba interesado en la ciencia ficción”, dijo Russell Galen, agente literario del difunto escritor, a The New York Times en 1991. “Estaba interesado en la especulación filosófica, en lo que es real, lo que es falso, lo que es humano, lo que es inhumano”.
¿Qué nos hace humanos?
Desde un inicio, la vida de Dick vino marcada por la prematura muerte de su hermana gemela, un hito doloroso y simbólicamente clave: una parte de él, de su mismo embrión, se había ido de este mundo desde el principio. En su adultez, se volvió un excéntrico. Decía que hablaba con Dios y tenía ciertas teorías conspirativas respecto al gobierno estadounidense, se casó cinco veces y experimentó con tantas drogas como le fue posible y, en algún momento, pasó tanta hambre que se alimentó con comida para perros. Era un gran conversador. Muchas veces lo que decía de sí mismo se contradecía: era difícil determinar dónde terminaba el personaje y dónde empezaba él.
Quizás Dick era un poco una aglomeración de realidades difíciles de delimitar, contradicciones que se mezclan y que solo se pueden ver desde la distancia como una madeja de hilos enredados. Y por supuesto, todo eso se convirtió en material de su escritura, desbocada, desesperada por existir.
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? es protagonizada por Rick Deckard, un cazador de androides (particularmente los del modelo Nexus-6) que se caracterizan por ser casi idénticos a los humanos, salvo por carecer de empatía. La historia sucede y se entrelaza con un mundo postapocalíptico que vino tras una guerra nuclear: se han extinto prácticamente todas las especies animales y, en parte, han sido reemplazadas por ejemplares artificiales.
“Las novelas de Dick son trips paranoicos de oscura belleza, y en ¿Sueñan los androides…?, la fuente de la paranoia proviene de la imposibilidad para distinguir entre lo humano y la máquina”, dice a Culto la escritora boliviana, Liliana Colanzi, autora de libros como La ola (2014) y Nuestro mundo muerto (2016). Para ella, por medio de la ciencia ficción postapocalíptica, la novela se plantea una gran pregunta filosófica: ¿qué nos hace humanos?
“Si el lenguaje o las emociones pueden ser simuladas y reproducidas por una inteligencia artificial, entonces cabe la posibilidad de que haya androides no detectados entre nosotros, o de que nosotros mismos lo seamos”, dice la escritora. “La sospecha de que existe algo mecánico en nuestro ser es una de las angustias asociadas con la experiencia de lo ominoso”.
Juanjo Conti, escritor argentino —autor de las novelas Las lagunas (2019) y Las iteraciones (2019)—, recuerda con Culto que la primera obra que leyó de Dick fue Ubik (1969), la cual se sitúa en un planeta distópico, globalizado e hipercapitalista, en que todo tiene su precio, incluso abrir la puerta de casa o del refrigerador. Y le pareció “superlativa por su descripción de una realidad que se va deshaciendo y sus giros argumentales en la trama”.
Al compararla con ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, esta última le pareció una novela de estructura más tradicional: “un policial contado como dos historias en paralelo que se van intercalando”, dice Conti. “Y su mundo, más estable, lo que permite al lector —al menos es lo que me pasó a mí— mayor identificación con los temas que trata”.
De aquella primera lectura, recuerda particularmente que el concepto que más le impactó fue el de “mercerismo”: una religión ficticia inspirada en el cristianismo, en que los fieles poseen en sus casas “cajas de empatía”, aparatos que permiten al feligreses “fundirse” con los demás integrantes de la religión y, por supuesto, con Mercer (Jesús), para así revivir el ascenso de esta deidad a una montaña mientras recibe golpes de piedra cual vía crucis de Cristo. “El usuario siente realmente los golpes”, asegura. “Esa extrapolación de una religión conocida, llevada a un extremo, fue lo que más me impresionó”.
Sebastián Robles, escritor argentino y coautor Apuntes sobre Philip K. Dick (2017), destaca la importancia del contexto histórico en que surge esta obra en la literatura de ciencia ficción. Antes de Dick, vino la que es conocida como la generación de la “edad de oro” del género, dentro de la que se encuentran autores como Isaac Asimov, Robert A. Heinlein y de Arthur C. Clarke; para que luego aparecieran figuras más jóvenes como Harlan Ellison, J. G. Ballard y el propio autor de ¿Sueñan los androides...?
Entre ambas generaciones surgió una suerte de brecha, “una discusión acerca del status del robot”, explica Robles a Culto. Salvo excepciones, para el primer grupo, “el robot nunca deja de ser un servidor o una especie de esclavo del ser humano”, dice el argentino. Mientras “los escritores jóvenes planteaban la problemática de qué pasa con los robots que están alcanzando una consciencia que ya es casi humana: ¿cuál sería la diferencia? ¿Qué es lo concretamente humano?”. Por lo tanto, plantea que ¿Sueñan los androides...? hay que leerla con atención respecto a esos cuestionamientos literarios y filosóficos: “Todo lo que es tecnológico, que fue creado para servir, termina pasando a un primer plano, convirtiéndose en sujetos”.
“¡Has destruido mi libro!”
Más de una década después, en 1982, se estrenó Blade Runner, adaptación cinematográfica de la novela, dirigida por Ridley Scott, y que deja de lado conceptos como el “mercerismo” y el rol simbólico que da Dick a los animales en su historia.
En una entrevista con The Twilight Zone Magazine, Dick habló sobre las versiones previas del guión para el filme: temía que solo se redujera la historia de un sujeto que se dedica a perseguir y exterminar individuos artificiales. Ahí, el escritor aseguraba haber tenido una visión en que le presentaban al realizador Scott, y a quien protagonizaría la cinta, Harrison Ford. Todo iría bien hasta que miraba cómo rodaba una escena:
—¡Baja esa pistola o eres un androide muerto! —exclamaría el personaje encarnado por Ford.
“Y yo simplemente saltaría sobre ese conjunto de efectos especiales como una verdadera gacela, lo agarraría por el cuello y comenzaría a golpearlo contra la pared”, narraba Dick su visión. “Tendrían que entrar corriendo, arrojarme una manta y llamar a los guardias de seguridad para que trajeran la torazina (medicamento antipsicótico)”. Mientras Dick gritaría:
—¡Has destruido mi libro!
Luego imaginó que el incidente aparecería en un pequeño artículo del periódico: “Un autor oscuro se vuelve psicótico en el set de Hollywood”, mientras él sería traslado de regreso al condado de Orange, California, metido en una caja con agujeros para que no se asfixiara.
Finalmente no pasó nada ni similar a eso y, de hecho, a Dick le gustó la película: la comparó con algo así como la segunda mitad de una misma naranja.
Francisco Ortega, escritor y autor de Logia (2014) y Alienígenas chilenos (2020), la primera vez que leyó la novela fue en un ejemplar antiguo, aunque en este ya se titulaba como Blade Runner, nombre que se empezó a usar para el libro tras el éxito de la cinta. “Nunca fue uno de los libros más importantes y simbólicos de toda la biografía”, dice a Culto. “De hecho, para mí no es de los mejores de Dick” y, en cierto sentido, el chileno cree que la versión de Scott “llega más lejos que el libro”. Es algo que dice con mucho dolor sobre el estadounidense, porque si no es su autor favorito, es uno de ellos: “Creo que la película es mejor”.
Sebastián Robles también vio primero la película antes que leer la obra. Al comparar dichas obras, una de sus primeras impresiones fue que la cuestión de la condición humana-androide fue que “el mismo tema estaba tratado de manera más sintética y quizás más contundente” en un cuento de Dick, “La hormiga eléctrica”, que el argentino considera su relato breve favorito del autor.
También, en una primera lectura, al argentino le impresionaron bastante algunas diferencias concretas que tenía ¿Sueñan los androides...? respecto a la cinta Blade Runner. “En la película hay un acento fuerte puesto en la cuestión del (género) policial negro, que en la novela también está”, dice. “Pero si bien la película me gusta mucho, creo que cuando leo la novela, veo otra cosa, no veo el mismo clima”.
El significado de los animales
“A la temprana luz de la mañana vio un suelo gris que parecía infinito, cubierto de escombros. Unos cantos rodados grandes como casas se habían detenido al chocar unos con otros”, se narra en las páginas finales de la novela. “Una vez había habido allí cosechas y rebaños. Era notable que los animales hubiesen pastado allí alguna vez”.
Para Francisco Ortega, la gran alegoría de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? —ambientada en un escenario postapocalíptico en que se han extinto gran parte de las especies— es que “a través de esta obsesión por buscar animales reales, lo que hay es una obsesión del mismo autor con el pasado”, dice. La novela fue escrita a finales de los 60′, periodo en que la Guerra Fría se encontraba en su periodo de máxima tensión, cuando se temía que alguien, con solo apretar un botón, terminara por destruirlo todo.
“Dick básicamente lo que se pregunta es: ‘ya, se aprieta el botón y queda la crema en el mundo: ¿qué es lo que más añoraría la sociedad post guerra nuclear?’, explica Ortega. “Y evidentemente sería el pasado, todo lo que quedó atrás y, en ese sentido, todo ese pasado queda en la metáfora que tiene la gente por tener animales reales”. Eso es lo que le parece más sorprendente y valorable del libro.
En un momento de la novela, Rick Deckard se compra una cabra que sería de una las últimas sobrevivientes en el mundo. Más tarde, mientras él conversaba con Rachel, una androide por la que siente cierta atracción, ella le dice:
—Esa cabra. La quieres más que a mí. Y probablemente más que a tu esposa, y finalmente… ¿qué se puede hacer sino reír?
Y esa obsesión de esa sociedad postapocalíptica “habla mucho de lo que trata realmente el libro, que no se trata de un tipo que anda cazando androides, ni se trata de la primera visión cyberpunk de la literatura, que yo personalmente no creo que sea una novela cyberpunk, sino protocyberpunk, y en rigor es una novela distópica”, dice Ortega, quien considera que, en realidad, Neuromante de William Gibson, publicada más de una una década después (1984), es la primera cyberpunk.
Colanzi entrega otra perspectiva sobre el significado de los animales, seres vivos que se han vuelto escasos en un planeta agónico, por lo que las personas los poseen como un símbolo de status: “Tanto las tiendas de mascotas como los que compran a estos animales los tratan con indiferencia o brutalidad, más como objetos decorativos que como seres vivos capaces de experimentar sufrimiento”, dice ella.
Como Colanzi plantea en su ensayo “Of animals and doubles: a reading of do androids dream of electric sheep?”, el respeto de las personas hacia los animales en la novela es más bien una máscara con la que “los humanos en realidad están ocultando las consecuencias de una era tecnológica que se les salió de control”, dice el texto. “La excesiva dependencia de la inteligencia humana creó sus propios fantasmas”. Pero también menciona que ello esconde un motivo más oscuro y pragmático: “Las jerarquías establecidas dentro del reino animal ayudan a diferenciar el estatus social de los dueños de los animales”.
En la novela, a la señora Pilsen se le muere su gato Horace. Tras un momento de dolor por la pérdida del felino, rápidamente ese sentimiento cambiar al temor de que su esposo se entere de que el mamífero ha muerto:
—Si Ed se enterara se enfurecería. Amaba a Horace más que a cualquier otro gato que haya tenido, y ha tenido gatos desde su infancia.
Finalmente, la señora decide conseguir una criatura artificial como reemplazo.
Si bien no es la novela que a Sebastián Robles le interesa más de Dick, “sí es una de sus más emblemáticas porque condensa mucho de los temas que recorren toda su obra”, dice. Lo que más le atrae “es el acercamiento a la relación tan intrincada que hay entre lo tecnológico y lo humano, ese señalamiento muy dickeano de que, hasta cierto punto, no sabemos distinguir qué es artificial y qué no”, dice. “Me parece que ese el tema en que Dick se acerca más a lo que puede ser nuestra actualidad”.
Dentro de toda la obra de Dick, el argentino califica a Ubik como la novela en que “alcanza el grado más alto de expresividad en cuanto a sus opciones metafísicas y políticas: toda la paranoia” entre lo que es falso y real. También, destaca a El hombre en el castillo, Los tres estigmas de Palmer Eldritch (1965), la cual considera “escalofriante”, y Valis (1981), que le parece la más “paranoica”; además valora sus cuentos, sobre todo los que escribió durante su madurez.
Aun así, considera que ¿Sueñan los androides...? es “realmente excelente”, porque “Dick también tiene novelas que son bastante malas: de las cuarenta que tiene, habrá diez o quince que son muy irregulares”. Para él, la historia protagonizada por Rick Deckard está entre las mejores del autor, pero cree que hay temas que están más desarrollados en novelas como Ubik o algunos de sus cuentos.
Ángulos de lectura
—¿Qué es la literatura de Dick? —se pregunta Ortega—. ¿Es ciencia ficción? ¿Terror? ¿Distópica? ¿O es literatura slipstream, que es la mezcla de todo? A mi me gusta mucho esa última definición.
Para el chileno, si se analiza toda la saga dickeana, “el gran tema es el enfrentamiento del hombre frente a un poder superior, ya sea la tecnología, los extraterrestres o Dios”. El autor de Alienígenas chilenos menciona que lo que ha convertido a Dick en uno de escritores de ciencia ficción más importantes del siglo XX, “es que su literatura es de personajes, más que de mundos: lo que importa es el personaje, es este ego narrativo: su situación y lugar en el mundo”.
Esa él la considera como una de las grandes virtudes del norteamericano, quien, a diferencia de sus herederos escritores, no intentó predecir el futuro —como plantea Ortega en “¿El mejor autor desconocido del siglo XX”? (2012)—: “El dilema es que lo profético se logra con personas, no con máquinas ni conceptos”.
En esa línea, piensa que ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? encaja perfectamente en esa premisa: Rick Deckard, por un lado tiene su trabajo de cazar androides rebeldes, “pero lo que realmente importa en la novela de Dick, que es una diferencia con la película, es toda esta obsesión con el pasado”, en un entorno postapocalíptico “el ayer” se convierte en un refugio. “Y todos los personajes, en el fondo, viven de la nostalgia: es una exageración de lo que ocurre hoy día cuando nos ponemos nostálgicos”.
En una primera lectura, Robles destaca que Dick se anticipa a algunos fenómenos de la actualidad, relacionados “a la subjetividad en una sociedad hipertecnologizada e hipermediatizada”. Sin embargo, al refinar más las interpretaciones sobre la novela, le parece que “esta interioridad androide, de no saber hasta qué punto se es androide o no, es un sentimiento que me resulta muy familiar; sobre todo cuando pienso en hasta qué punto las coordenadas de mi propia vida están mediatizadas por la tecnología”, como ha ocurrido los últimos meses durante las cuarentenas, en que los contactos con el exterior llegan a través de las redes sociales y los medios, canales que, al mismo tiempo “son muy manipuladores y mentirosos”.
Colanzi describe ¿Sueñan los androides...? como un libro que habla de una sociedad “que es cruel y opresora con todos aquellos que quedan fuera de la categoría de lo humano, y aunque esto sucede en un escenario futurista y de ciencia ficción, hay paralelismos evidentes con respecto al trato que se da hasta el día de hoy a los animales y a personas consideradas menos humanas”, en este caso, los androides o los “cabezas de chorlito”, gente que en la novela se ha visto expuesta a los altos niveles de radiación de la Tierra y, por lo tanto, han sufrido tanto secuelas físicas como mentales.
El argentino Conti ve en la novela otro paralelismo con la actualidad, en que los individuos se relacionan a través de pantallas y aparatos digitales. “En un complejo entramado de acciones y reacciones, nuestra inteligencia se ve superada por la de los algoritmos”, plantea. Como sucede en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, piensa que sería útil tener “herramientas que nos permitan discernir qué es real y qué es ficticio, qué es humano y qué es automatizado, en este tipo de vínculos”.
El cómic biográfico, Phil: Una biografía de Philip K. Dick (2019), de Laurent Queyssi y Mauro Marchesi, relata una escena en que Dick llama por teléfono al editor Harlan Ellison, quien prepara una antología de cuentos de ciencia ficción, y el escritor aportará con su icónico cuento, “La fe de nuestros padres”. Ellison le pregunta cuántas novelas ha escrito en el año, y Dick se lamenta porque solo ha hecho cinco en dos años. Pero le anuncia que ha terminado una que titulará ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Y le explica de qué trata:
—Una historia policial con un policía depresivo y cajas de empatía.
—Un concepto muy tuyo —responde el editor—. Una historia sobre la naturaleza humana.
“Coincido en que esa es la temática de la novela y creo que ese es el principal concepto que podemos rescatar (si nos empecinamos en querer rescatar algo de una novela)”, asegura Conti. “La capacidad de ponernos en el lugar del otro como mecanismo de supervivencia y de superación, con una definición amplia de lo que es ‘el otro’”.
Intentando alejarse los lugares comunes, a Robles le interesa “cómo Dick se posiciona dentro de una discusión que es interior al género de ciencia ficción: la tecnología es buena, mala o qué”, dice. “Y cómo se diferencia de los escritores que vinieron antes”. Le parece fructífero pensar en de qué manera ubicarse dentro del debate, ya sea como escritor o lector. Siente que algo anacrónico seguir discutiendo sobre los mismos puntos. Toda la obra de Dick fue escrita hace más de cuarenta años y, por lo tanto, “hay que pensar alguna alternativa superadora a esa idea de lo humano y lo tecnológico, que él tan brillantemente aborda en sus novelas y, en particular, en esta”, dice. “Esa es una tarea pendiente”.