En su libro sobre los años chilenos de Raúl Ruiz cuenta Yenny Cáceres una anécdota decidora. Marilú Mallet, Angelina Vázquez y Valeria Sarmiento “eran jóvenes, de izquierda y querían hacer películas”. Corría 1973 y estas amigas y colegas, que ya habían filmado su primer documental, querían saltar a la ficción, por lo que presentaron un proyecto a Chile Films. Eran tres historias de mujeres: tres mediometrajes que se convertirían en un largo.

“¿Qué desean las señoras?”, les dijeron. Y les rechazaron el proyecto. En esa época siempre era así, recuerda en el libro Sarmiento, hoy reconocida cineasta: “Decían, ‘compañeras, ustedes tienen que esperar’. ‘La liberación de la mujer es para más adelante’”. Casi medio siglo más tarde, el episodio es de los que contribuye a dibujar en retrospectiva la empinada batalla de muchas mujeres por ganarse un lugar en el masculinizado espacio de la creación cinematográfica.

Hoy, persisten las asimetrías, pero se expande la percepción de que hay un hacer y un concebir propio de ellas, más que de ellos, y que a diferencia de ellos, las mujeres han encontrado obstáculos y preconceptos de todo tipo, sobre los cuales se ha investigado muy poco. Pero algo se ha venido haciendo.

Y así es como hoy, este y otros recorridos son parte de una perspectiva mayor: La Pollera edita ¿Por qué filmamos lo que filmamos? Diálogos en torno a la mujer en el cine chileno (2020), donde no solo hay 17 entrevistadas, sino también una mirada urgente que se expresa en un prólogo donde Antonella Estévez provee elementos para construir una historia sobre la base de algunas premisas. Por ejemplo, que la presencia de una mayor cantidad y diversidad de mujeres “es un imperativo” y que “no da lo mismo quién escriba y dirija una película”.

“Sabemos muy poco”

Fundadora y directora de Femcine, académica de las universidades de Chile y del Desarrollo, Estévez ya había tenido a su cargo en 2017 el segundo libro de la serie ¿Por qué filmamos lo que filmamos?, impulsada por la UDD para socializar sus diálogos con el mundo audiovisual. Esta vez le pidió el director de la Escuela de Cine, Marcelo Ferrari, que desarrollara un tercer volumen a partir del material de los cine-foros abiertos a la comunidad. Ante la propuesta, Estévez contrapropuso: que sean sólo mujeres.

El futuro, de Alicia Scherson.

La obra resultante incorpora las conversaciones sostenidas al final de la proyección de filmes de Lorena Giacchino (La directiva), Pepa San Martín (Rara), Claudia Huaiquimilla (Mala junta) y Dominga Sotomayor (Tarde para morir joven), entre otras directoras. También, entrevistas “de trayectoria” con otras realizadoras (Marialy Rivas, Alicia Scherson), así como con la montajista Andrea Chignoli y la productora Alexandra Galvis, por dar sólo un par de roles complementarios de la dirección.

Y esto, que ya es bastante, no es todo: la idea es reconstruir una historia que, las más de la veces, deja ver ninguneo e invisibilización. “Sabemos muy poco sobre las mujeres y su aporte”, plantea la editora y prologuista, quien recurrió a la documentación disponible y al oficio de investigadores que le confirmaron lo poco y nada que se sabe y que se tiene. “Nos pareció importante poner eso en evidencia y relevar lo que sí sabemos”, remata.

Hecha la contextualización, vienen los testimonios y las opiniones de 17 mujeres, algunas recién bautizadas por su ópera prima y otras con un recorrido que se remonta hasta fines del siglo pasado. ¿Qué tienen en común? ¿Un “cine de mujeres”? El Femcine, para efectos operativos al menos, lo define como aquel “desarrollado por cineastas mujeres” y que “pone a mujeres como centro del relato, aunque la película esté dirigida y/o escrita por varones”. ¿Qué contestan las entrevistadas a quienes se les pregunta por este ítem?

La directiva de Lorena Giachino.

Para la directora y productora Paola Castillo (74m2, con Tiziana Panizza, también entrevistada en el libro) la respuesta depende de la definición previa de quien formula la pregunta. Alicia Scherson (Play), no obstante tiende a decir que no lo hay, está segura de que “el cine hecho por mujeres es diferente”. Y para Marialy Rivas (Joven y alocada) el panorama es claro: “Sí. Creo que las mujeres cineastas están en la búsqueda de eso. Obviamente, hay hombres que se dieron cuenta de que la ola iba hacia contar historias de mujeres y se pusieron a dirigir únicamente este tipo de historias”.

No es este, ni con mucho, el único de los temas. Así, al referir el vínculo con su personaje en Zurita, verás no ver, Alejandra Carmona percibió semejanzas entre ambos (“somos seres bastante sensibles, no diría deprimidos, pero que vivimos al borde de la melancolía), mientras su colega documentalista Lorena Giachino habla de las continuidades entre la realización de La directiva y la de su filme anterior, El Gran Circo Timoteo (”establezco una relación de confianza con los personajes, pero intento mantener la línea de los afectos más alejada”).

Por el lado de la ficción, Claudia Huaiquimilla aborda la combinación de actores profesionales y los otros en Mala junta (“lo importante era que los actores naturales marcaban la pauta y los profesionales debían sumarse a la dinámica de complicidad que logramos”), al tiempo que Dominga Sotomayor discurre sobre la nostalgia subyacente a un título: Tarde para morir joven (“es una película sobre la pérdida temprana de ciertas ilusiones, sobre crecer en tiempos de cambios difíciles”).

Igualmente, hay preguntas tan válidas hoy como ayer. Por qué salen, proporcionalmente, tan pocas directoras de las escuelas de cine. O bien, qué explica que haya un número importante de documentalistas y haya más bien pocas realizadoras de ficción. Paola Castillo, por ejemplo, asocia este último ítem a la maternidad: para una mujer con familia “alejarse de su casa por cuatro o cinco semanas es muy complejo”, por lo que la no ficción puede resultar más llevadera. Pero este no es el cierre de ninguna discusión. Más bien lo contrario.