Algo grande está pasando en la industria de la música, aunque sólo unos pocos parecen entender de qué se trata realmente.
La clave puede encontrarse en la unión de una serie de noticias sueltas que han aparecido en el último mes, con diversos famosos involucrados y un hasta hace poco desconocido personaje como gran ganador de la ecuación. Primero fue Bob Dylan, quien vendió todo su catálogo de canciones -que abarca más de 600 temas compuestos durante 60 años- a Universal Music Publishing Group, el ala editorial del sello multinacional de mismo nombre. Un acuerdo que se catalogó de histórico y cuyos términos financieros, según The New York Times, bordearon los US$ 300 millones.
Al viejo Robert Zimmerman le siguieron otras figuras de la música popular que en los últimos días han anunciado ventas millonarias de su catálogo. O de un porcentaje de éste. Entre ellos, Neil Young; Lindsey Buckingham, el histórico ex guitarrista y cantante de Fleetwood Mac; el productor y fundador de Interscope Records, Jimmy Iovine y, esta semana, fue el turno de la colombiana Shakira. Todos cerraron contratos con la misma compañía: Hipgnosis Song Fund, una hasta hace poco desconocida firma fundada en 2018 y con base en Inglaterra, que está invirtiendo millones en el negocio editorial para hacerse de los derechos comerciales de algunas de las canciones más famosas de las últimas décadas.
Una “mina de oro secreta”, como catalogó el diario El País a este creciente nicho del mercado musical, que tiene como protagonista en las sombras al fundador y CEO de Hipgnosis, el ejecutivo canadiense-estadounidense Merck Mercuriadis. “El hombre que está apostando 1.700 millones de dólares por los derechos de tus canciones favoritas”, dijo el mismo The New York Times en un perfil que hizo a Mercuriadis en diciembre. Una cifra que, un mes después, ya quedó corta.
Nacido en Quebec en 1963, Mercuriadis parece no sólo tener las espaldas financieras para costear su millonaria aventura en el mundo del “publishing” (como se conoce en inglés al negocio encargado de administrar el uso comercial de las canciones), sino también la credibilidad y el respeto de los propios artistas. Tras desempeñarse como director de marketing de Virgin Records en su natal Canadá en los años 80, trabajó 20 años en la expansión mundial en la compañía de management Sanctuary Music y llegó a ser representante y productor de artistas como Beyoncé, Elton John y Guns N’ Roses.
“Estoy muy feliz de asociarme con esta compañía dirigida por Merck, que realmente valora a los artistas y sus creaciones y es un aliado para los compositores de canciones de todo el mundo”, dijo Shakira en un comunicado esta semana, al anunciar un contrato con Hipgnosis en el que cedió el 100% de los derechos de sus 145 canciones publicadas a la fecha. Cuando los fans de Neil Young se espantaron con la posibilidad de que los clásicos del canadiense llegaran a convertirse en jingles para cadenas de comida rápida, Mercuriadis salió al paso de las conjeturas y en una serie de tuiteos aseguró que “con Neil compartimos la misma integridad, ethos y pasión por estas importantes canciones”.
A esto se suma la participación como co-fundador de Hipgnosis de Nile Rodgers, el legendario bajista de Chic y David Bowie, a quien Mercuriadis también representó alguna vez y con quien compartiría la idea de fundar la compañía. La presencia de Rodgers como una suerte de “rostro corporativo” también ha incidido a la hora de expandir el portafolio de la firma, que según la prensa estadounidense alcanzó este enero el control -total o parcial- de los derechos de nada menos que 57 mil canciones de figuras tan diversas como Barry Manilow, 50 Cent o Skrillex.
Más allá de su pasión por la música, Mercuriadis da la impresión que conoce perfectamente el potencial de su inversión. Y como si se trata de una especie de Rockefeller de la era de Spotify, el ejecutivo declaró en 2019 a Thought Economics: “Siempre he creído que las canciones exitosas y la música, el arte en general, tienen un valor real. Lo que la gente realmente no reconoce es que cuando una canción se convierte en un éxito probado, el patrón de ganancias se vuelve muy predecible y confiable, y por lo tanto se puede invertir, y estas canciones son tan valiosas como el oro o el petróleo”.
Hacer caja antes que asuma Biden
¿Qué hay detrás de este lucrativo y algo nebuloso negocio - al menos para el común de los mortales- que ha multiplicado la venta de catálogos históricos de la música en el último mes? ¿Qué gana Mercuriadis y los artistas que venden su más preciado tesoro?
Las respuestas son múltiples y han propiciado diversos análisis y artículos explicativos por parte de la prensa musical y financiera del Hemisferio Norte. Por el lado de los creadores, la explicación que más se repite tiene que ver con un tema de de edad: al borde de los 80 años, figuras como Bob Dylan y Neil Young han encontrado en el apetito de Mercuriadis la oportunidad perfecta para asegurar su futuro, el de sus hijos y probablemente el de sus nietos. Dicho de otro modo, al encontrarse en el otoño de sus carreras, estas leyendas musicales hacen caja y se embolsan cientos de millones de dólares por un catálogo que seguirá explotando a largo plazo una firma externa.
El timing también juega a favor de Hipgnosis, que entra al ruedo en un momento donde el repertorio clásico -sobre todo del rock- vive un revival en la publicidad y el cine, mientras la gran tajada del negocio musical en la era de Spotify, Youtube y ahora TikTok se la llevan los derechos de autor y de edición (publishing), administrados por compañías y fondos de inversión que ganan por cada uso y reproducción de alguna de las canciones que controlan.
“En una industria donde las ventas de discos han dejado de ser el gran soporte económico de discográficas y artistas, los derechos de edición y publicación llevan ya años siendo los mayores generadores de regalías en el negocio”, dijo El País cuando se anunció la venta de la música de Dylan.
“La industria musical ya no se trata del artista y el sello, se trata de la canción”, aseguró la directora ejecutiva de Music Publishers Canada (MPC), Margaret McGuffin, consultada por CBC News por la venta de la música de su compatriota Neil Young y otros clásicos.
La creciente masificación de los sampleos -el uso de fragmentos de temas ajenos en composiciones originales- en la música pop y el sostenido endurecimiento de las leyes de propiedad intelectual y copyright en todo el mundo no hacen más que multiplicar el valor del repertorio clásico. Y a todo lo anterior se suma un factor que alteró aún más el negocio: la pandemia del coronavirus y la paralización indefinida de la actividad en vivo, que ha hecho que diversos artistas del mundo se hayan enfocado en sus derechos de autor y la explotación comercial de su obra como principal fuente de ingresos.
Diversos expertos que han sido consultados por este fenómeno agregan otro elemento a la ecuación: la inminente llegada a la Casa Blanca de Joe Biden, quien, dentro de su programa de gobierno, incluyó un alza de los impuestos para aquellos ciudadanos o residentes que tengan ingresos anuales superiores a los 400 mil dólares. Un grupo selecto donde ciertamente entran las estrellas del rock y el pop.
La recomendación de los asesores financieros de los grandes artistas hoy es vender, así que se espera que la ola de contratos millonarios continúe. Toda una paradoja si se considera que fueron los propios artistas, en su mayoría, quienes durante el último tiempo impulsaron la candidatura del demócrata y el fin de la era Trump en la casa de gobierno estadounidense.
A río revuelto, ganancia de pescadores. Y Mercuriadis, quien parece tener claro dónde desembocará esto, quiere ir por todo. “Me encantaría ser dueño de los Beatles”, aseguró en una entrevista publicada el jueves pasado por el diario británico The Telegraph.