Al final, a las 21.21 del jueves 21 del 2021 no pasó mucho, aunque el rumor corría y las brujas estaban alineadas. Según me explicaron, no era la hora del lobo: era la hora de alinearse. O realinearse, quizás. Era importante, me advirtieron, no discutir con nadie. El silencio nunca es tiempo perdido. Nuevas eras, fin de otras. ¿Fue la nueva era una nueva? ¿Por qué a veces parece algo que sucedió en una galaxia lejana? Durante la primavera del estallido, en efecto, todo estalló. Aunque donde se maquinan las decisiones creativas que terminan moldeando el estado de las cosas de la cultura pop masiva, estaba viviendo (preparándose, anticipándose) para otra cosa. Un segundo ciclo de Trump y sus freaks, desde luego. O tener que constatar los avances del cambio climático, o imaginarse algún tipo de debacle. Los más artistas erraron. Alguno que otro creativo tuvo la mala idea de promover programas centrados en el pasado (nostalgia de tiempos peores que algunos han fetichizado para creer que eran mejores), mientras los que estaban por jubilar, deduzco, apostaron a que volvieran más series y sitcoms acerca de la familia. Todos erraron, o erraron en parte, o no leyeron bien las señales. Era todo a la vez. La debacle de todo. Nada de sex, nada de city, nada de amigas deambulando en busca de un Uber postoque de queda. El final del hogar tal como lo conocemos. No son tiempos de cotilleo, es el momento de limpiar. El que ordena, gana. No es temporada de dramas, que parecen redundantes (mucha exploración de la familia y lo doméstico puede enervar, hoy por hoy). Se quiere salir de casa el fin de semana, solicitar un permiso de vacaciones, pero mientras tanto es mejor pensar en mejorar ese baño, instalar ese librero, remodelar ese cuarto donde se pasa todo el día.
¿Cuál es el mejor pantone para estar chill?
Nos quedamos en casa y ahora la queremos retocar. Pedimos por delivery, pero vemos en ciertos concursos de chefs cómo se puede deconstruir el flan de leche usando, por ejemplo, leche de cabra y fruta confitada. De pronto, sin vida social, los programas pensados en aquellos que no tienen vida, o tiempo, o sociabilidad, se volvieron la sal de la tierra. Todo lo que necesitas para sobrevivir está ahí. Nada de Neuroval: más programas de comidas, de viajes, de casas. Ahora sí que el eslogan mundial es evadir. Esta es una temporada de desafíos, no de retos. Todo se vino abajo, menos el refugio y el apetito. La autoestima necesita reforzamiento. Bienvenidos a la autoayuda según Netflix.
Alguien comentó en el pentágono o sótano de Netflix: demasiado drama, jefe, demasiada decepción. Hay que calmar el estado de ánimo, dijo otro pasante masticando gomitas-con-cannabis-legal. Y, embalado, siguió: es necesario e imperativo matizar la locura, calmar el estrés. Esto, creo, es lo que comentaron en las mesas de directorio de Hollywood y de la industria. A lo mejor, pero algo va a suceder. Nadie vaticinó una pandemia, aunque todos tenían claro (brujos y mediums sí, como también neurólogos, siquiatras, sicólogos, coaches) que si ganaba Trump, comenzaba un cierto fin y los ánimos iban a exacerbarse aún más. Y los perdedores de ambos lados no iban a aceptar el triunfo del otro así como así. Otra posibilidad, me explican, es que tenían espías atentos a las redes sociales. De ahí nacen muchas ideas, con o sin talento: una chica va al supermercado y filma, comenta en su cocina, imitada-con-limitaciones de una comedia romántica de Nancy Myers, todo lo que compró en una cadena llamada TraderJoe’s y por qué se trajo tal o cual producto. ¿Hay tensión en eso? Por cierto: algo inesperado, ansiado, que estaba agotado. Y si se lo piensa, ¿acaso ir al supermercado no es digno de un safari? Dicen que firmará un contrato. No es tan nuevo: dime qué compras y por qué y, ya que estamos en confianza, en qué piensas usar todos estos tarros de mandarinas en almíbar. Justo muere de Covid Larry King, con sus suspensores. Un ser que en una época fue increíblemente poderoso. Durante unas décadas fue un entrevistador poderoso. Y notablemente blando, fascinado por la farándula, capaz de tratar de la misma manera a asesinos y a poetas, a neonazis y escorts. Su meta no fue elevar, sino nivelar. Inició, quizás, eso de que todo lo masivo no debe ser denso. Captó que de una noticia ruidosa podían salir estrellas, secundarios, que todos quieren pelar, todos quieren saber más. Es probable que King ayudara a fundar la idea de la noticia detrás de la noticia, de la noción de que todos, partiendo por los culpables y los indignos, pueden ser capaces de contar su versión si lo hacen bien y tienen carisma y elevan el rating.
Así, por esa magia que tiene la cultura pop, por ese “arte que aún no es arte” -en estos momentos en que los cines están cerrados y la televisión y/o pantallas nunca están apagadas-, de pronto estamos, al menos, en el mundo según Netflix, e incluso en la tele abierta y en otras manifestaciones populares, mirando cómo estamos recomponiéndonos. Jim Morrison erró: no es que nadie salga vivo de aquí, todos están saliendo dañados o distintos o dejaron salir su lado B, y otros, incluso, claudicaron a su parte A. Confusión y ruido que llevan a calma y silencio. Hay deseos de ver otras formas de evasión. Quizás por eso está surgiendo una tendencia que fusiona lo doméstico (la casa, la casa, la casa) con lo local (este país es más que mi mall), pero hay algo más que no es del todo nuevo pero llama la atención: el nuevo tipo de guías o mentores o gurús espirituales que van apareciendo. En muchos de los programas que se han convertido en mis favoritos -de cocina o de redecoración/remodelación- algo se altera al hacer maratones. Uno, por un lado, es impulsado a cambiar y, por cierto, al instante, no desea moverse de donde está echado. Netflix lo sabe: nos gusta soñar y vivir fantasías de hogares. Si las revistas de estilo y decoración comenzaron con la fetichización de las viviendas, dejando al decorador de interiores (arquitectura interior es el nuevo término) como un nuevo héroe para los más acomodados, ahora esto se ha vuelto “para todos”.
Para decirlo de otro modo, todo lo que se miraba en menos o se despreciaba, todo lo que transmitían como extras en los matinales o durante los domingos, ahora es lo que manda. De pasar a ver películas, durante la primera ola fría de la pandemia, me he dado cuenta que durante la segunda ola caliente (tibia, ni tan caliente), solo he podido ver programas que pertenecen a la parrilla oculta y acaso más ideológica de Netflix. Se pasó de soñar con lo que no puedes tener (las Kardashians, la farándula local, los programas de viajes) a alterar lo que tienes. Más que comprar, es qué hay que eliminar para tener una vida más minimal. La casa lo es todo y es delicada. Eso se aprendió pandémicamente. Quizás por eso llevo meses literalmente adicto (infectado ya no se dice, nunca debió decirse, tampoco ese adjetivo lais, que es infecto) a estos programas de reconstrucción hogareña.
De pronto, hay documentales acerca de la cultura del minimalismo, y el documental más comentado es contra las redes sociales. Algo que puede ser cierto (los gigantes saben todo, todo es algoritmo, somos clientes, no personas, Facebook es el mal), pero es poco probable que la gente abandone, así como así, lo que los transforma en miniestrellas o, al menos, les da una suerte de acceso al mundo permanente (idealmente solo tu mundo, para que nadie pueda dudar) y, por otro, creer al menos que otros acceden a tu sensibilidad y te admiran, te acompañan y te entienden.
La nueva ola ha dejado de lado la autoayuda para asumir, en estos tiempos de delivery y máscaras-de-diseño, que no podemos hacer las cosas a solas. Que se necesita ayuda. Eso que requiere un pueblo para lograr algo ya no se cuestiona. Por lo tanto, la necesidad (o la fantasía) de pedir ayuda es mucho más importante que esa otra que decía que “uno se las puede arreglar solo lo más bien, gracias”. ¿Estos programas son capaces de leer nuestras pulsiones colectivas más profundas, o acaso nos están vendiendo necesidades no satisfechas? Lo más probable es que las dos. Y otras razones más, sin duda. Y algo de azar, casualidad. ¿Fue María Kondo la precursora? ¿Cuán importante fue y es Queer Eye? El canal Bravo y el Gourmet han estado predicando hace décadas lo importante de la casa, de tu cuerpo, de lo que comes, de cómo te refugias. Netflix lo fue perfeccionando. Apostó a un tipo de programa que, no hace demasiado tiempo, habría sido considerado diurno o de tercera.
He constatado que no soy el único que dejó las noticias por los concursantes de Sugar Rush, sobre todo la temporada navideña. Los programas de cocina son varias cosas al mismo tiempo: los más largos tienen algo de reality, pero todos intentan indagar en sus pasados, sus orientaciones, su diversidad. No importa si cocinas bien, lo importante que estás honrando las tradiciones de tus padres al cocinar chilaques de nopal con una salsa nogada hecha con mantequilla “infusionada” con cannabis, que antes se conocía como marihuana. De ser la plaga más nociva, la hierba alucinógena ha sido abrazada, ahora que ha sido despenalizada, y es “consumida como todos”. Esto ha posibilitado juntar algo tan casero como el programa de cocina con la cultura de la droga. Castidad, weed y Netflix para ser el nuevo mantra rockero generacional. ¿Quién desea ver cómo unos comediantes se vuelan al jugar de jurados en un programa de cocina con weed? ¿Por qué ningún programa de La divina comedia terminó con alguien borracho o por qué nunca alguna actriz sirvió brownies canábicos de postre? Cocina a las hierbas no intenta sacarle partido al clavo de olor o a ese orégano que nunca usas, y en El ingrediente secreto nada es secreto, y quizás esa es una de sus inmensas gracias. Hablando de weed, ¿han visto Manjares divinos? No hay droga, pero todo parece ocurrir en un viaje del que la misma Alicia se habría bajado. Todos son elfos, dioses de blanco sacados de Furia de titanes. Una cierta estética a lo Jean Paul Gautier hace de este curioso programa uno de los más entrañables: todo ocurre en una burbuja y nadie desea que estalle.
Hay programas de comida gloriosos que calman y, sin duda, hacen soñar, pero cocinar mal y apurado tiene algo de urgencia. The Great British Baking Show llegó justo a tiempo, lo mismo que Nailed It!, que ahora tiene avatars que transcurren en varios países. Confieso que he enganchado con Las crónicas del taco y con el nivel francamente sofisticado de la chef Samin Nosrat. Su Sal, grasa, ácido, calor, me parece un programa que roza las crónicas viajeras de Evelyn Waugh y que deja claro que Anthony Bourdain era un genio, o que ayudó a cambiar el mundo. Sigo al chef Chang y su Ugly Delicious, pero me río con familias británicas intentando cocinar juntos. Me pareció genial (sí, genial) ¡Manos a las sobras!, un programa eco friendly que propone platos gourmet a partir de los restos en el refrigerador. Desde la temporada pasada, respeto más al director de cine Jon Favreau por crear y ser la cara visible de The Chef Show que por sus cintas de héroes de acción.
De la cocina se pasa a la casa. Y cada vez más parece ser que la cocina es la estrella del hogar. Insisto: ahora el mundo es más Nancy Myers. Se reían de que las verdaderas estrellas en sus comedias eran los dobles lavaplatos y las islas con mármol encima. Ahora todos sueñan al menos con remodelar, con tener que ir al Easy con una lista, el tema del pantone y elegir el color adecuado es lo que lleva a mucha gente a entrar en rencillas. ¿Teal Metálico o Top Tomato? Hay programas centrados en remodelar, construir desde cero, apostar por casas tiny, minúsculas y mínimas. Nunca pasa que los maestros no lleguen, que contraigan Covid, que dejen todo a medias. En la fantasía de la casa nueva, tal como en esos programas acerca de barbacoas, se muestra todo menos como se faena al animal o se bota un muro. O sucede eso que solamente ocurre en el cine: a lo más es un montaje corto o un uso de la elipsis. No importa cómo se hizo, sino cómo quedó. Hay concursos para diseñar interiores y en Remodelaciones de ensueño la meta es siempre mayor que elegir bien el color de las cortinas: es salvar vidas, es mejorarlas. Esto es parte de toda la moral de la realineación: maneras de salvarse; “calma, todo va a estar bien”, aunque todo se venga abajo. Comer mejor te mejora. No se trata de ganar, se trata de competir. El premio mayor no es ganar, es tener más exposición. La gente desea exponerse. Exponer su casa, su cocina. Pedir asesoría. Asumir el agote y la incapacidad de decidir. No son momentos de salvarse solo, es hora de pedir ayuda a expertos, aunque sea para salvar tu hotel o tu restorán o tu vida.
Marie Kondo predica que más es menos (puede ser…), aunque en Organízate con el método unas chicas de Instagram lograron tener su propio programa insistiendo en lo contrario: más que botar, hay que saber ordenar. Es clave un método, y siempre es más lindo organizar todo por gamas de colores. Y ya que uno debe ordenar y decorar, por qué no ir más allá y tratar de que tu casa o loft o casa flotante no sea un codiciado AirBNB en Quédate aquí.
Pero la comida puede estar creativa (y llena de droga) y la nueva cocina con linda luz, pero eso no basta. HBO adaptó no un libro, sino una aplicación llamada Calm (la tengo hace unos años) que se dedica a rediseñar sonidos ambientales. Calma pone en escena ese sonido de la lluvia leve al amanecer en una selva no socavada o un atardecer en un lago en medio de un bosque con una leve brisa no contaminada. Todo con textos esotéricos leídos lentamente por actores que apoyaron a la dupla Biden-Harris. En Netflix, la nueva new age (cierto: estamos en la era de Acuario y en efecto es nueva) se ha instalado. La idea de respirar hondo o poder meditar les parece clave, y lo es. Respiro hondo mientras escribo esto. Su Guía Headspace para la meditación, donde llevan el videoarte experimental de los 80 para crear un programa para meditar y “estar en el momento” y “poder parar”. Esto, claro, es la contradicción y el truco: si realmente me detengo y paro, si realmente nos enfocamos en nosotros y en el momento, no podemos seguir consumiendo ni viendo ni deseando ser mejores.