El mundo que habitamos hoy, Eduardo Parra lo conoce hace cerca de una década: “Aunque no me lo vayan a creer, yo ya llevo casi diez años de confinamiento. No lo encuentro tedioso. Llevo mucho tiempo en esto”.
Debido a las secuelas más adultas de una poliomielitis que lo empezó a aquejar cuando tenía tres años, y sin nunca poder reponerse del todo de la muerte de Eduardo “Gato” Alquinta, el fundador y tecladista de Los Jaivas decidió en 2009 abandonar el conjunto para asumir una función mucho más reposada.
“Inmediatamente después de bajarme del escenario, comencé a dedicarme a los asuntos de la web del grupo. Diez años frente a la déspota pantalla. Ya es bien sabido que soy yo quien dio el puntapié inicial a la vida de Los Jaivas en el internet y todo lo que eso trae consigo. Desde ese momento, mi manera de vivir cambió totalmente. De nómade pasé a sedentario”.
Eso es debatible: aunque en rigor dejó los conciertos y las giras extensas, Parra nunca renunció a la ruta y los caminos que se abren, casi como si fuera un acto imposible desprenderse del movimiento permanente que agitó la historia del grupo.
De hecho, a principios del año pasado se instaló junto a su esposa y su hijo en el municipio colombiano de Fusagasugá, localidad de clima cálido que ocupa una meseta flanqueada por cerros y ríos, a cerca de 50 kilómetros de Bogotá y que le ha permitido dejar atrás 43 años de residencia en París. Es el lugar, según revela, donde quiere pasar el último tramo de su existencia.
“Pensábamos en un cambio radical, estar en el campo, en una idílica casita en plena pradera, fundamentalmente lejos del mundanal ruido. Estábamos un poquito cansados de la capital de Europa, donde a diario, en tiempos normales, hay sólo como población flotante un millón de personas; donde para llegar de un extremo al otro hay que pensar al menos en dos horas de un viaje congestionado, polucionado. Queríamos emigrar, regresar a nuestra tierra y ver el campo, que es lo que estamos haciendo ahora, donde a lo lejos se divisan varios pueblitos encaramados en los montes de vegetación salvaje”.
Luego sigue: “A pesar del cristal de la pandemia, que tiene marcada tendencia a dramatizar el momento, he logrado recuperar un mundo ideal que siempre subsistió en mi cerebro, en mi corazón, en mi mente, en mi alma”.
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Eduardo Parra Pizarro (77) es el mayor del trío de hermanos –con Claudio y Gabriel– que inauguraron la historia de Los Jaivas en 1963, en un núcleo original que también formaron el “Gato” Alquinta y Mario Mutis. De inmediato se estableció como el pianista y tecladista, aunque con el curso de los años consolidó un rol aún más sustancial: debido al amor por la poesía que mostraba desde sus días colegiales, se convirtió en el autor de gran parte de las letras de la agrupación.
Y también fue quien enfrentó una de las primeras experiencias traumáticas de un colectivo que debió habituarse a historias que semejaban pesadillas. Cuando en 1976 atravesaban el exilio en Argentina, el músico fue arrestado sin mayores explicaciones y pasó dos meses en prisión. Un año después partieron en barco a París, para vivir en comunidad en la legendaria casona del municipio de Châtenay-Malabry.
A principios de los 80, en un descanso de un show en la ciudad francesa de Orléans, una barra de iluminación se desprendió desde las alturas y, aunque no lo golpeó de forma directa, consiguió quebrarle una vértebra. El incidente agudizó un cuadro ya adverso: por esos días, experimentaba una paulatina parálisis que le afectaba varias partes de su cuerpo, generándole debilidad muscular, problemas en las articulaciones y la atrofia de una pierna. Para intentar mantener a raya el avance de la enfermedad, tomó durante años un fuerte calmante llamado dextropropoxifeno, el que se transformó en su tabla de salvación y que le ha permitido tener en la actualidad sus padecimientos de salud bajo cierto control.
Aunque otra clase de dolor llegó en 1988, cuando su hermano Gabriel, el más grande baterista de la música popular chilena, falleció en un accidente automovilístico en Perú. “Quedé en un estado que desconocía. Los Jaivas estábamos en un hoyo negro y sin fondo. Había muerto Gabriel y yo me había separado de mi primera mujer”, recuerda, en referencia además a Verónica Fernández, la esposa con quien en los años 70 tuvo a sus tres primeras hijas, Blanca, Fresa y Rosita.
Pero en esos mismos días opacos de fines de los 80, mientras encabezaba junto a Patricio Castillo (colaborador de Los Jaivas y miembro de Quilapayún) un grupo de música latinoamericana que tocaba en un restaurante chileno de París llamado Underground, conoció a la colombiana Sandra Villegas.
“Ella estudiaba en el día y en la noche trabajaba ahí. Yo iba con los músicos a ese restaurante para pasar las penas y olvidar mi profunda tristeza. A Los Jaivas nadie los sacaba de su pena, estaban mudos, sin saber qué hacer. Pero por mi parte yo era muy feliz, porque la había conocido a ella. Ella no conocía a Los Jaivas, pero en el restaurante todos me conocían. Tuve mucha suerte. París es una ciudad mágica y donde se dan posibilidades en el momento menos pensado”.
También entrega un detalle cargado de simbolismo, como si la salvación ahí se hubiera sintetizado en el nombre de su nueva pareja: “Imagina, no por nada ella se llama Sandra María del Consuelo. Nunca volví a ver a París como cuando nos conocimos”.
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Pese al retorno definitivo del quinteto a Chile, la pareja siguió viviendo en Châtenay-Malabry y en 1999 tuvieron a su único hijo, Víctor Parra Villegas, quien estudió música y piano en el conservatorio de la zona, proyectando hoy una incipiente carrera como cantante de hip hop y reggaetón bajo el nombre de Ryvale.
Pero, pese a la adoración por la ciudad de la luz –”todos nuestros días ahí fueron un sueño”, subraya-, finalmente determinaron que ahora Colombia sería su nuevo y quizás último hogar como familia.
“Fueron varios años de reflexión pensando en varios países de Sudamérica, incluso en Chile, donde en el Elqui tenemos un terreno. Finalmente decidimos establecernos en Fusagasugá, un lugar con un clima muy agradable, nunca hace frío. La población suma 147.631 habitantes y aquí la cordillera de los Andes no es un fabuloso paisaje lateral como en Chile; aquí uno vive encima de una cordillera verde. Además, nuestro departamento lo elegimos en una zona rural. Pensamos que este será el lugar donde viviremos, si Dios quiere, hasta el final de nuestra existencia”.
Después sigue: “Estar ahora en mi amada cordillera de los Andes me causa mera cercanía. Volver a los inolvidables años de mi niñez se me hace una razón que siempre existió en mí. Me siento como en mi casa. Los caballos y vacunos en el potrero de enfrente, más que traerme una nueva mirada de las cosas, me devuelven a mi devota mirada infantil, aquella que siempre soñó con que el futuro estaba más cerca de lo que creíamos y que ese futuro se iba a parecer mucho más al pasado nostálgico que siempre llevamos en la sangre”.
El instrumentista nunca ha olvidado Sudamérica y su retorno también se lee como un ajuste de cuentas con su juventud: la última vez que residió de forma estable en la región fue cuando Los Jaivas estuvieron en Argentina entre 1973 y 1977.
“Yo me fui llorando a mares. Todos llorábamos a mares junto a nuestros amigos y amigas. Fue un llanterío nunca visto. Las despedidas en barco son terribles. Ahora que te lo cuento, me corren las lágrimas. Siempre pienso que nunca deberíamos haber dejado Buenos Aires. Para mí fue injusta esa partida, nos faltó mucho de vida y experiencias en esa ciudad. Quizá cómo habría sido seguir viviendo ahí. Seguro habríamos cumplido nuestro gran y único sueño de recorrer América de polo a polo, como lo escribí en Todos americanos. Nuestro sueño superior que tristemente se vio interrumpido”.
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Pero la nueva vida latinoamericana iniciada en 2020 ha tenido turbulencias propias de la temporada más turbulenta de todas. Cuando hace un año llegaron a Colombia, sólo lo hicieron bajo el plan de estar unos meses acomodando los primeros detalles, para luego regresar a Francia a solucionar asuntos pendientes, y después volver de forma definitiva a Fusagasugá. Entre otros factores, el Covid-19 y las restricciones de viajar dijeron lo contrario: el clan no ha podido retornar a París a cerrar de una vez su largo capítulo europeo.
Incluso, Parra se debía someter a una operación de cambio de cadera en la ciudad gala, la que ha debido postergar. Tampoco han podido liquidar muebles o su departamento, para así quedarse con lo esencial que transportarán vía contenedor a Colombia. Entre ello, una pertenencia fundamental: “Esperamos que en el contenedor quepa el piano que tenemos en nuestro departamento en Châtenay”.
El mayor de Los Jaivas nunca se ha despegado de la música ni menos de la banda con la que pasará a la historia. Por eso, lamenta el prolongado paréntesis pandémico que ha golpeado a una institución longeva que aún disfrutaba de indiscutida vigencia.
“El estado de pandemia que viene soportando el grupo hace más de un año es desesperante y fatal. Y aunque no hemos hecho como otros que se decidieron a trabajar en streaming, creo que estamos a punto de hacerlo. Entonces, hoy nuestro presente y futuro se basa en dos acciones: una de ellas se está procesando a través de la Fundación Cultural Los Jaivas, en un proyecto que pretende atesorar como patrimonio nacional toda la obra del grupo. La segunda es el presente, y tiene como objetivo trabajar con los niños en una idea que data de años”.
El ayer y el hoy vuelven a conjugarse en el léxico de Eduardo Parra. Hay un dato revelador. Cuando tenía sólo 15 años, fue el primero del grupo con ansias de recorrer el mundo y dejó el colegio para peregrinar sin brújula por Sudamérica, aunque sólo llegó hasta Tocopilla. Por eso, en la última década, no pasó de nómade a sedentario, como él mismo califica. Sencillamente continuó un destino trazado desde siempre.
*Eduardo Parra hoy administra dos sitios web de la banda: losjaivas.net y revistadelosjaivas.com. Además, tres cuenta de Twitter: https://twitter.com/RevdelosJaivas, https://twitter.com/HectorE50381272 y https://twitter.com/LosJaivas_Chile. También el instagram y el facebook de la revista de Los Jaivas.
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