La sociedad chilena estaba cambiando a principios de la década de 1920. Con la llegada a La Moneda de “El León”, Arturo Alessandri Palma, el pueblo chileno tenía la esperanza de que las transformaciones que se requerían de manera urgente –y que el agotado parlamentarismo se estaba viendo incapaz de solucionar– al fin vieran la luz.
“Como hoy, durante la década de 1920 se vivía una profunda crisis sistémica, que combinaba profundas fracturas sociales (la ‘cuestión social’), un sistema económico mono-exportador (basado en la industria del salitre) que comenzaba a hacer agua por todas partes, y un sistema político incapaz de hacerle frente, y mucho menos resolver, todos esos problemas”, explica a Culto el Premio Nacional de Historia, Julio Pinto.
Es que la irrupción del salitre sintético estaba causando estragos en la economía nacional, y con ello, un impacto en el empleo y en la situación política, debido a la disminución de los ingresos fiscales que en tiempos anteriores se habían nutrido desde el impuesto al salitre. Solo en Santiago se recibieron cerca de 15 a 20 mil cesantes provenientes del norte, según se consigna en Historia del siglo XX chileno (Sudamericana, 2001).
Ese contexto de cambios, no solo impactaba a nivel macro, también a pequeña escala. Deseosos de transformar las cosas, y movidos por un deseo de reformas, un grupo de jugadores del club Magallanes decidió escindirse y formar un nuevo club. Los lideraba un hombre tan carismático como hábil con el balón. David Arellano.
Así, el domingo 19 de abril de 1925, se fundó Colo Colo, en el estadio El Llano, como consigna Edgardo Marín en su libro Centenario: Historia Total Futbol Chileno 1895 a 1995 (Editores y Consultores REI, 1995), y no en el restorán Quitapenas como asegura el mito popular.
Profesor normalista, hijo de la educación pública, David Arellano convenció a un grupo de aficionados por el balompié que debían tomarse las cosas en serio. Por aquellos años, le profesionalismo era una idea en pañales, pero, señal de que los tiempos estaban cambiando, el capitán de los albos apostaba por el fútbol entendido como un deporte, más que como un juego. Es decir, entrenando.
“Es un equipo que gana. Un equipo organizado, que entrena, que se presenta en las canchas impecablemente uniformado y hace decir que se trata de un equipo de ‘juego científico’”, explica Marín.
En ese abril que vio nacer a Colo Colo, había pasado solo un mes desde que el país vio nacer –entre el 8 y 11 de marzo– a una improvisada Asamblea Constituyente (la llamada “Constituyente chica”) en el Teatro Municipal, formada por obreros, artesanos, intelectuales y dirigentes sociales (entre ellos, la educadora Amanda Labarca y el poeta Pablo de Rokha), con el fin de preparar el terreno para una entidad prometida por Alessandri –desde su exilio en Roma tras pedir permiso al Congreso para ausentarse, en 1924, producto de un golpe militar– que redactaría una nueva Constitución.
Pero los hechos sucedían rápido, y Alessandri apareció de regreso en el país el 20 de marzo. Sin embargo, olvidando su promesa, él mismo designó a las personas que conformarían dos comisiones que se ocuparían de la nueva carta magna. Una encargada de elaborar un anteproyecto constitucional (“comisión chica”) y otra que debía discutir el mecanismo para aprobar el texto (“comisión grande”). De estas, solo la primera llegó a funcionar.
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Dos años después, los tiempos seguían cambiando. Carlos Ibáñez del Campo se había instalado en La Moneda merced a una argucia. Como ministro del Interior, intentó sustituir al presidente de la Corte Suprema, quien era hermano del Presidente, Emiliano Figueroa, este renunció, y en menos de un mes, Ibáñez organizó unas elecciones donde corrió como candidato único.
Decidido, Ibáñez se lanzó a concretar un programa de modernización del Estado, el cual creía la base para poder dar respuestas a la llamada “Cuestión social”, es decir, las condiciones de vida de la mayoría de la población que había sido siempre postergada enfocándose sobre todo en las Obras Públicas.
Ibáñez financió su programa básicamente con créditos otorgados desde Estados Unidos y los recursos que –todavía– dejaban las actividades mineras del salitre y las incipientes minas de cobre. “Tales recursos permitieron financiar el vasto plan de obras públicas del gobierno, sus políticas de fomento y la expansión del aparato estatal”, se explica en Historia del siglo XX chileno.
Este mayor peso del Estado no era casual, se daba gracias justamente a la Constitución de 1925. “Dotó al país de un nuevo marco institucional que facilitó la ampliación de las funciones del Estado hacia los ámbitos económico y social, lo que permitió atenuar (por algunas décadas) algunas de las expresiones más intensas de la ‘cuestión social’ –explica Julio Pinto–. Brindó también el marco jurídico para el reconocimiento de derechos sociales que el anterior ordenamiento político no consideraba, tales como la salud o la previsión social”.
Pero en esos días de mayo de 1927, en que Ibáñez se aprestaba a ganar la elección, llegaba una noticia a Chile.
“¡Dolor!”, titulaba el periódico deportivo Los Sports (acaso una antecesora de la señera revista Estadio) en su edición del 13 de mayo. Y en una gran foto central, la imagen del alma mater colocolina, David Arellano, fallecido diez días antes, en Valladolid, España.
“Nadie creía; nadie quería convencerse de la triste realidad. Y solo cuando tomaban en sus manos el mensaje transparente y devoraban ansiosos las cuatro líneas implacables se rendían doloridos a la evidencia, y las frentes se inclinaban en muda interrogación hacia la tierra -¡Arellano ha muerto! Y la noticia, negra como una traición, se extendió rápida por todos los ámbitos”.
Ocurre que Colo Colo se encontraba de gira por Europa, siendo el primer equipo chileno en realizar esto. En medio de un partido contra el Real Unión Deportiva, un rodillazo en el estómago causó el inicio del desenlace fatal.
Sin su líder, la delegación del “Cacique” volvió a Chile tiempo después, dispuesta a seguir adelante en un nuevo comienzo sin su histórico capitán y fundador. Los tiempos estaban cambiando.