En algún minuto de su vida, y llevado por su afán de nombrar las cosas, el narrador y poeta chileno Alejandro Zambra se definió como “escritor nocturno”, dado que solía escribir en el horario en que todos duermen. Quizás una etiqueta similar podría asignársele a Luisgé Martin (1962), el escritor madrileño, dado que fue de noche en que dio vida a su más reciente publicación.

“Yo nunca he vivido de la literatura, tengo un trabajo con un horario. Escribo, sobre todo, por las noches, después de cenar y hasta la madrugada –cuenta Martín a Culto–. Escribo poco cada día, pero trato de mantener una continuidad que me permita vivir dentro de la historia que estoy escribiendo”.

Por estos días, Martín tiene su más reciente novela (la décima de su trayectoria) presente en los escaparates nacionales. Se trata de Cien días, editada por Anagrama, y que logró el Premio Herralde de Novela 2020.

Esta novela trata básicamente la historia de Irene. Una española que viaja a Chicago a estudiar sicología, aunque en concreto, lo que busca es indagar sobre la sexualidad. Lo hace desde una óptica bastante fría y analítica, en la que no falta por supuesto, el estudio en terreno, donde analiza con ojo clínico a los hombres con quienes comparte su lecho. Le interesa sobre todo, el tema de la infidelidad.

Aunque esa mirada científica se le complica cuando se enamora de Claudio, un músico argentino, quien luego perece, y la novela toma otro cariz más policial, pero sin perder la cosa erótica. Esto hace que Cien noches sea un viaje por varias sensaciones cruzadas.

Y para complejizar el asunto, y muy en línea con la literatura contemporánea, Cien noches no tiene una estructura lineal, pues va saltando en el tiempo y el relato aparece salpicado de otros artefactos.

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Una costumbre que Luisgé Martín tiene a la hora de escribir sus novelas, es llevar un cuadernito para ir apuntando en él todas las ideas que se le ocurren. Cien noches no fue la excepción. En todo caso, cuenta que si bien la idea le llevaba rondando años, el proceso de escritura fue relativamente breve.

“El proceso de escritura no fue demasiado dilatado –dice Luisgé–. La empecé en el verano de 2019, me puse con ella de manera intensiva en noviembre de ese año y acabé el primer borrador a finales de marzo. Pero a la novela le llevaba dando vueltas varios años”.

Tres lugares fueron los que vieron a Martín tipear su novela: un centro turístico de la costa valenciana, Berlín (a fines del 2019), y la capital española. “Sobre todo la escribí en Madrid, en mi casa, como suelo hacer”, cuenta.

Al leer Cien noches, nos topamos con la analítica y a la vez desatada visión de la sexualidad que tiene Irene, al menos hasta conocer a Claudio. Por ello, es inevitable pensar en un cuestionamiento a la idea del amor romántico. Pero Martín pone la pelota al piso y asegura que ese no fue su norte.

“No, en absoluto. De hecho, creo que Cien noches es una novela bastante próxima al amor romántico, pero a un amor romántico sin los estereotipos sexuales que le otorgamos casi siempre”, dice.

De hecho, Martín asegura que es otra idea, la de infidelidad, la que guía las páginas de esta novela. “Pensé este libro para poner en cuestión la idea de infidelidad, que a mi juicio es una idea envejecidísima que no ha tenido ninguna evolución en los últimos cinco siglos, y que debería ponerse al día”.

-De alguna forma, en Cien noches se entrelaza lo policial con lo erótico, ¿por qué esta decisión?

-No sé si fue una decisión o una evolución natural en el proceso de escritura. Yo no tengo las novelas completamente cerradas cuando comienzo a escribirlas, solo tengo algunas ideas generales y una intuición de adónde voy a llegar. En Cien noches sabía desde el principio que la persona de la que se enamorara Irene, la protagonista, tendría que morir. El hecho de que muriera asesinada surgió durante la escritura, y eso me llevó a una trama policial que no era el centro del libro pero que tenía una importancia evidente en él.

-¿Qué libros resonaban en tu cabeza mientras escribías Cien noches?

-Cuando escribo, prefiero mantenerme apartado de recuerdos, influencias y libros semejantes, porque tengo facilidad para el mimetismo y me parece peligroso. Solo hay un libro que empecé a releer y que tuve en la cabeza cuando trabajaba en Cien noches: El buen soldado, de Ford Madox Ford. Un libro que yo leí muy tarde, por consejo de amigos, y que me parece de lectura obligatoria, y que además, en este asunto de la infidelidad, es casi una Biblia.

Otra cosa que Martín leyó, pensando en construir el personaje de Irene, fueron textos científicos sobre sexualidad: “Leí durante la escritura —y modularon algunos episodios de la novela— algunos informes sexológicos y estudios de psicología. Irene tiene una mirada científica de la realidad emocional, y yo quería tenerla también”.

-En concreto, ¿qué leíste al respecto?

-Leí informes y libros sobre sexología y sobre patologías criminales que le iban a servir a Irene. Leí estudios académicos sobre sexualidad, que a pesar del paso de tiempo han evolucionado poco.

-Esta novela tiene una estructura bien particular, fragmentaria y polifónica. ¿Qué resultó lo más complicado a la hora de darle esa estructura?

-La estructura surgió poco a poco. Al principio ni siquiera estaba claro que hubiera una parte narrada en primera persona, pero a medida que fui concibiendo el personaje de Irene, resultó imperativo. Por lo demás, las estructuras de mis novelas suelen ser bastante lineales, pero en este caso había dos líneas temporales y algunas historias fuera de la trama que yo quería incluir. Y así surgió, con papel y lápiz.

-Sobre el personaje central, Irene, ¿te inspiraste en alguien puntual para construirlo?

-El personaje de Irene no está inspirado en nadie, pero tiene rasgos de tres personas: dos amigas y yo mismo. Siempre me cuesta, en una novela, fotografiar a una persona, pero es evidente que tomo datos y hechos de la realidad.

-¿Qué aspectos de tu propia biografía podemos encontrar en esta novela?

-De mi biografía, nada o prácticamente nada. Irene comparte aproximadamente mi edad y por tanto algunos intereses, algunas miradas hacia el mundo y algunos rasgos generacionales, pero por lo demás no hay nada de lo que le pasa a ella que me haya pasado a mí. Me habría encantado tener esa relación desinhibida con el sexo, pero no la tuve. De todas formas, como decía antes, Irene tiene que ver conmigo por todo lo que duda y lo que piensa, por las cosas que se plantea y las cosas sobre las que indaga.

Una botella para un premio

“Me enteré por un WhatsApp de mi editora. Abrí una botella de vino (no tenía champán frío) y lo celebré”. Así fue cómo Luisgé Martín supo y celebró la obtención del 38º Premio Herralde de Novela, justamente por Cien noches.

Consultado si acaso estaba sorprendido por el premio, Martín contestó: “No creo que el verbo sorprender sea el correcto. Digamos que me alegró mucho. Y que me compensó de otros fracasos anteriores. Los premios siempre tienen un punto de azar: por los gustos del jurado, por los autores que se han presentado ese año...”.

Cien noches se suma a otros títulos ilustres de la narrativa contemporánea que han recibido el mismo galardón, como Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño (1998); Nuestra parte de noche, de Mariana Enriquez (2019); Después del invierno, de Guadalupe Nettel (2014); El testigo, de Juan Villoro (2004), entre otros.

Expedientes amistosos

Entre medio de las páginas de Cien noches, encontramos unos curiosos artefactos que de alguna manera hacen un especial juego con el lector y el relato de la novela. A la manera del mundo judicial, hay unos expedientes donde se da cuenta de una investigación contra un determinado sujeto, por adulterio.

Lo curioso, es que no solo hay voces ficcionadas, también se encuentra gente real como los escritores Edurne Portela, Manuel Vilas, Sergio del Molino, Lara Moreno y José Ovejero.

“Yo quería que en la novela aparecieran varios relatos independientes, autónomos, que contarán casos singulares de infidelidad. Necesitaba que esos relatos tuvieran miradas diferentes y voces diferentes”, cuenta Martín sobre la idea.

Tras escribir uno, decidió dar el paso y solicitar a otros autores que también lo hicieran. “Se me ocurrió que la mejor manera de conseguir esa distancia entre unos y otros era pedirle a otros escritores que los hicieran. Ellos escribieron a ciegas, sin conocer el contexto en el que iban a ser insertados. Pero me pareció, sobre todo, que era una idea divertida”.

-¿Costó convencerlos para que accedieran a participar en el ejercicio?

-No, no me costó nada convencerlos. Con los cinco autores tengo una relación personal de amistad, y se lo pedí desde esa amistad. Admiro su literatura y estoy feliz de tenerlos dentro de una de mis novelas.

Cien noches ya se encuentra disponible en las librerías nacionales.