Además de estrella pop inigualable, innovador crónico, actor ocasional y una de las fuerzas creativas más abismantes de la música popular de las últimas seis décadas, David Bowie fue, hasta su muerte en 2016, un lector empedernido. Voraz, incluso.
A mediados de los 90, ya cincuentón y mientras experimentaba con el drum & bass y la electrónica industrial, el británico vertía su afición por los libros redactando críticas literarias con periodicidad frenética en BowieNet, su primer sitio web y una suerte de proto-blog (en eso también fue pionero).
En vista de esto, la cadena Barnes & Noble le pidió escribir reseñas para ellos. Pero su compulsión por la lectura no fue un hábito que surgió en la adultez sino mucho antes, cuando aún era David Jones, un niño como cualquier otro del distrito de Brixton en Londres, asiduo a las historietas y a las novelas de ciencia ficción.
Incluso en sus etapas más turbulentas, Bowie leía y mucho. A mediados de los 70, instalado en Estados Unidos y consumido por la adicción a la cocaína, el artista mantenía su costumbre de viajar en tren -detestaba volar- cargando una especie de biblioteca portátil dividida en baúles con una colección cambiante de aproximadamente 1.500 títulos.
La historia la corrobora su compatriota John O’Conell, periodista y columnista musical, en El club de lectura de David Bowie, una ilustrativa colección de ensayos en la que el autor repasa, uno a uno, los 100 libros que el propio músico consideraba como los más importantes e influyentes de su vida y -por ende- de su carrera.
La edición en español del volumen, publicado originalmente en 2019, se suma al catálogo de las librerías chilenas durante estos días y oficialmente a partir de marzo. Una oportunidad para sumergirse en una de las facetas menos conocidas de uno de los artistas fundamentales del siglo XX y para descubrir cómo la literatura, tanto como el cine y las artes visuales, modelaron sus decisiones artísticas e inspiraron varios de sus éxitos, a veces con asombrosa literalidad.
“Esta no es la historia de la vida de David Bowie: tienes muchos otros lugares en los que encontrarla. Pero sí es un repaso de las herramientas que utilizaba para navegar por ella”, aclara O’Connell en las primeras páginas de su investigación, cuyo título en inglés es el más apropiado Bowie’s bookshelf: “el librero de Bowie”.
Una estantería que el autor de Heroes preservaba con celo. Cuando en 1998 la revista Vanity Fair lo sometió al célebre cuestionario de Proust, con preguntas como “¿Cúal es tu idea de la felicidad?” y “¿Cuál es la virtud que más destacas de otra persona?”, el músico respondió “leer” y “la habilidad de devolver libros prestados”, respectivamente.
El protagonista, eso sí, facilitó bastante la tarea al autor: tres años antes de su muerte por un cáncer hepático y como parte de la exposición “David Bowie Is”, el Museo Victoria & Albert publicó el listado con los 100 títulos que el músico había seleccionado como sus lecturas fundamentales. Un ejercicio similar al que en la década del 80 emprendió el escritor argentino Jorge Luis Borges antes que su muerte dejara el proyecto inconcluso cuando llevaba sólo 74 reseñas. Si bien ambos creadores dejaron listas muy variadas en autores y géneros, no hay ningún título que coincida entre los escogidos por cada uno.
En cuanto a novelas, no todas las elecciones de Bowie son precisamente sorprendentes. El extranjero de Camus, Lolita de Nabokov y En el camino de Kerouac eran lecturas casi obligatorias para todo adolescente inglés de la posguerra. Los paralelos entre 1984 y su disco Diamond dogs (1974) -que inicialmente sería un musical basado en la obra maestra de George Orwell- son tan evidentes como los de La naranja mecánica y su época como Ziggy Stardust. Que “Girl loves me”, de su último disco Blackstar, también incluya frases en nadsat -la jerga ficticia del protagonista Alex y su pandilla- sólo refuerza la convicción de que la distopía de Anthony Burgess fue referencia permanente en la carrera del músico.
Los vínculos se vuelven más interesantes e intrincados con títulos como La conjura de los necios, la tragicomedia quijotesca de John Kennedy Toole ambientada en los 60 en Nueva Orleans, cuyo patético y a la vez entrañable antihéroe, Ignatius Reilly, tal vez el primer incel / troll de la literatura, se asemeja bastante al personaje que Bowie describió años antes en “Uncle Arthur” (1967), de su primer disco. O El marino que perdió la gracia del mar (1963), del japonés Yukio Mishima, cuya ambigüedad sexual, obsesión por el físico y suicidio ritual y performático parecieron calar hondo en el cantante, quien durante sus años en Berlín pintó y colgó sobre su cama un retrato del escritor. Tres décadas después, en la letra de “Heat” (2013), tomaría prestada una imagen que el autor nipón describe en Nieve de primavera.
Dinero, de Martin Amis, La maravillosa vida breve de Óscar Wao, de Junot Díaz, y clásicos de T.S. Eliot, Dante Alighieri y Homero también figuran en la lista, donde no hay ningún autor latinoamericano. La única mención a Chile la hace en realidad O’Connell, al referirse a los asesinatos a Orlando Letelier y René Schneider descritos en Juicio a Kissinger, de Christopher Hitchens; uno de los múltiples libros de historia y no-ficción que Bowie sumó a su ránking junto a otros de simbología del arte, ensayos sobre música y feminismo (como Sexual personae de Camille Paglia) e incluso cómics como The Beano, la historieta favorita del inglés en su infancia.
Además de sumar una playlist sugerida de Bowie para cada libro, O’Connell logra -a punta de investigación y entrevistas con cercanos al artista- ir enumerando otras lecturas que de seguro marcaron al artista y que quedaron fuera de la lista; desde la obra de Stephen King y novelas de temática nazi y ocultista -parte de la dieta del cantante en sus oscuros años 70-, hasta textos budistas y clásicos de ciencia ficción como Juan Raro, de donde el británico extrajo la idea del “homo superior” con que remata el coro de “Oh! you pretty things” (1971).
“Dispuestos en el orden correcto, los libros dibujan un recorrido por la vida de Bowie, de niño a adolescente y de superestrella narcotizada a introspectivo y huidizo padre de familia”, plantea el autor.