Dea Kulumbegashvili, una chica de nombre difícil, muy joven, nacida y formada como cineasta en Georgia, la nación de la cual provenía Stalin, y que hoy está golpeando a la cátedra con su debut en Beginning (Mubi) dice que ella sabe cuándo una toma le funciona y cuando no. No es solo un asunto de cumplir o llevar a cabo, en tiempo y nivel adecuados, un programa de rodaje.

El cine que realmente vale la pena, según ella, es aquel que, aparte de contar con buenas actuaciones, con encuadres correctos y con buena factura técnica, es capaz de agregar un plus difícil de definir pero que hace que las imágenes irradien, brillen y “se prendan”, por decirlo así.

En el buen cine, a su juicio, siempre ocurre algo que está más allá de lo consabido en el guión. Siempre debiera ocurrir algo aun al margen de la historia que se está contando. Puede ser un detalle en segundo plano, un silencio que no fue libreteado originalmente, una mirada que se cruza con otra en un momento exacto, incluso la casualidad de una brisa que movió la cortina. Esos son los momentos de epifanía.

Heidegger, que definía el arte como un espacio donde acontece la verdad -la verdad, no la estética, no la belleza ni mucho menos “la onda” del momento- estaría de acuerdo con la cineasta georgiana. Un plano puede parecer casi igual a cualquier otro, pero el artista de fuste sabe distinguir cuál está vivo y cuál es pura caligrafía. Esta distinción no es menor en una época en que gran parte de la cultura audiovisual se alimenta de imágenes estandarizadas, ramplonas e intercambiables.

Aparte de ser una experiencia muy radical en términos de puesta en escena, que difícilmente capturará grandes audiencias, Beginning es una película muy terrible. En principio pareciera hablar de la intolerancia por lo que muestra: en una pequeña comunidad de esa nación euroasiática queman un templo de los Testigos de Jehová. La cinta sin embargo no va por ese lado.

El protagonismo lo toma la mujer del pastor a quien un policía miserable somete a experiencias denigrantes que la harán sentirse sucia e indigna frente a su marido, frente a la comunidad y ante sí misma. Ese sentimiento va a detonar la tragedia. El personaje no tiene cómo reaccionar a la bajeza que fue sometida. Lo único que puede hacer es vivirla desde la represión, al menos hasta el momento en que decida hacer saltar literalmente su mundo en pedazos. Pareciera que la represión, sobre todo desde el prisma femenino, se va a convertir en el gran tema de los próximos años.

Hay buenas razones para pensar eso. En Beginning la represión es una cárcel de la que la esposa del pastor no puede escapar. En Fragmentos de una mujer (Netflix), cinta dirigida por el cineasta húngaro Kornél Mundruczó a partir de un guion escrito por su propia pareja, Kata Weber, la represión es la de una profesional que no tiene cómo sobreponerse a la culpa generada por un parto que salió mal; ni su madre, una mujer extremadamente posesiva, ni su marido, con el cual ha venido perdiendo puentes de comunicación, saben cómo ayudarla en su duelo, en su dolor, en su incapacidad de expresar sentimientos.

Si en Beginning la represión es un presidio, en Fragmentos es una jaula; pareciera casi lo mismo. Pero en otra película también muy aclamada, en la rusa Beanpole (Mubi), del joven director ruso Kantemir Bagalov, que es la historia de dos mujeres que sobreviven al sitio de Leningrado, una de las páginas más atroces de la II Guerra Mundial, la represión también ocupa un espacio central porque el mundo para ellas se ha vuelto algo peor que una jaula y peor también que una cárcel; se ha vuelto un manicomio, del que, de nuevo, tampoco es posible escapar.

Estamos notificados. En tiempos del #MeToo veremos muchas películas sobre mujeres empoderadas, como Gloria, de Sebastián Lelio, o como la comedia Jefa por accidente, que produjo poco tiempo atrás J.Lo y dirigió Peter Segal. Son tributos voluntaristas a la superwoman que hay en cada mujer. Pero miradas menos complacientes que ésas están mostrando y hablando de experiencias que tienen otro tonelaje y otra densidad. Conviene ponerles ojo.