Una serie de ensayos críticos sobre dramaturgia creados por mujeres chilenas, financiados por el Fondart 2019 de investigación. Ese iba a ser inicialmente el resultado del trabajo de Lorena Saavedra, Patricia Artés y Maritza Farías, integrantes del Núcleo de Investigación y Creación Escénica (NICE). Pero algo cambió en el camino.
Durante más de dos años de trabajo, el equipo seleccionó un total de 119 obras, de las que leyeron 104, ya que 15 de esos textos no se pudieron encontrar. La lectura de estas creaciones conmovió a las investigadoras y se dieron cuenta de que más que comentar estos trabajos, primero era necesario darlos a conocer, ya que muchos de estos escritos sólo aparecen mencionados en los libros sobre el teatro chileno o -en palabras de las investigadoras- han sido derechamente olvidados por la historia.
Así, decidieron que fuesen las propias dramaturgas quienes entregaran directamente al lector, en sus propias palabras, su visión de mundo por medio de sus obras.
De esa manera surgió el proyecto Evidencias. Las otras dramaturgias, una antología para la cual las profesionales recopilaron 12 obras de teatro escritas por autoras chilenas durante un siglo. Desde Sentimientos vencidos (1919), de Luisa Zanelli, hasta Voces en el barro (2000), de Mónica Pérez. La publicación será presentada oficialmente el miércoles 17 de marzo, a las 18 horas, en la explanada del Centro Cultural Gabriela Mistral. Según la fase en que se encuentre Santiago se determinará el aforo del recinto para recibir a los asistentes, en paralelo a la transmisión en vivo de la actividad por medio de las redes sociales del GAM.
Los 119 títulos que se encontraron durante la investigación aparecen en una lista dentro del libro, mientras la docena de textos que finalmente seleccionaron para la antología comparten cierta característica, definida tempranamente por las gestoras del proyecto.
“Comenzamos a fijarnos en los textos que tuviesen una semilla emancipatoria de la mujer. Porque no es que los textos que hayamos escogido en este primer volumen sean obras de teatro feministas, sino que en las autoras, al momento de escribir, aparecen temáticas y cuestionamientos del propio rol de la mujer, las propias contradicciones, el propio contexto en que se vivían”, explica a Culto Maritza Farías, actriz y docente.
En esa línea, las obras elegidas fueron, además de las mencionadas, Melchorita, de Rosa Idilia Cabrera (1924); Mar, de Gloria Moreno (1936); Deshonra, de Ana Ayala (1941); Campamentos, de Dinka Ilic (1955); La telaraña, de Gabriela Roepke (1958); El camino más largo, de María Asunción Requena (1959); ¿Quién tuvo la culpa de la muerte de la María González?, de Isidora Aguirre (1969); Cariño malo, de Inés Stranger (1990); Que nunca se te olvide que no es tu casa, de Lucía de la Maza (1997), y Por encargo del olvido, de Ximena Carrera (2000).
Según explican las autoras, al momento de escoger estos 12 títulos buscaron alejarse de la premisa de las “grandes” o “mejores” obras de la dramaturgia chilena hecha por mujeres. “El criterio de la gran obra nosotras dijimos que no era pertinente, porque no estamos valorando en términos de las estructuras dramáticas, ni los procedimientos de las dramaturgias en relación a la misma historia del teatro, cómo se ha construido. Los criterios fueron en base al nivel de autoconsciencia de las mujeres de sus relaciones de poder y de género, de la construcción de lo femenino”, comenta Patricia Artés, actriz y directora.
Por ejemplo, en El camino más largo, de María Asunción Requena (1959), se cuentan las dificultades que enfrentó la segunda mujer titulada en Medicina en Chile y Latinoamérica, Ernestina Pérez, pues su familia se avergüenza y considera una deshonra su ambición de convertirse en profesional. Además, ella ama sinceramente a un hombre que no la aceptará si no renuncia a su vocación. Finalmente, su caso es uno de los pocos en el libro en que una mujer logra imponer su deseo más poderoso y no sucumbir ante la presión de la sociedad.
¿Por qué estas obras, al menos para el gran público, terminaron quedando en el olvido? “La historia del teatro la han escrito mayormente los hombres. Y los hombres se han validado a ellos mismos, y desde esa perspectiva han situado a hombres que han escrito y que han desplegado los imaginarios de lo nacional, de la cultura, principalmente situada desde las capas medias (...) dejando a las mujeres replegadas en otro plano”, asegura Lorena Saavedra.
“Muchas de las dramaturgas que estudiamos fueron quedando en el olvido y son parte de la historia de la cultura de Chile. Por ejemplo, Gloria Moreno fue la mamá de la directora de la revista Ritmo en los años 50-60. Delie Rouge fue una de las fundadoras del MEMCH (Movimiento Pro-Emancipación de las Mujeres de Chile). La gran mayoría tenía sus actividades y había un trabajo más allá de la escritura, había un compromiso con ese cuestionamiento y con esa reflexión”, dice Farías.
“Y cuando estas mujeres aparecen o se señalan unas pocas, sus temas están también siendo minimizados o están quitándoles el espesor político y social que muchas de esas obras contienen. Y están vistas desde una perspectiva de lo femenino en términos peyorativos y también desde el lugar de lo folclórico que podrían emanar estas obras”, comenta Saavedra.
De hecho, ella toma el caso de la autora de El camino más largo, María Asunción Requena. “La mayoría de su obra está situada en lo folclórico y lo costumbrista. Pero todo lo que tiene que ver con lo político, con lo social (...) ha quedado en otra vereda”, explica.
Evidencias. Las otras dramaturgias estará a la venta en Ediciones Oxímoron, que es la casa editorial que publica el libro, a 15 mil pesos, con posibilidad de envío del ejemplar a domicilio. Además, el texto se venderá en la librería del GAM, Librería Metales Pesados y en la galería Drugstore a 20 mil pesos.
El amor romántico, uno de los ejes transversales en las obras
A lo largo de las dramaturgias se evidencian ciertas temáticas o motivos frecuentes. Para muchas protagonistas de las obras, “el amor es el deseo a la vez que su prisión”, como se dice en un punto del prólogo del libro. Farías explica esta sentencia a través de un ejemplo, con una obra que no está incluida en el libro, pero que les gustaría sumar a un futuro volumen.
La marcha fúnebre, de Elvira Santa Cruz, una obra de principios del siglo XX, cuenta la historia de una mujer, hija de un congresista chileno, que se casa muy feliz. Sin embargo, su marido resultó ser irresponsable y ella tuvo que mantener el matrimonio enviando a empeñar las joyas que eran de su madre fallecida para sustentar la casa. Su marido quiso incluso ofrecerla como esposa a un hombre extranjero que estaba en Chile por negocios. Ante eso, ella decide que se va a separar, y que se irá a Estados Unidos junto a su hijo y su padre. Llega a sus oídos que su marido estaba internado en una clínica psiquiátrica, porque le había dolido mucho la separación y se había vuelto aparentemente loco. Y ella finalmente decide no irse y quedarse, porque según Maritza Farías, el deber de toda buena esposa y de toda buena mujer era estar al lado de su marido y ayudarlo a salir de esta crisis.
“En esta obra, uno puede ejemplificar claramente cómo el amor romántico puede ser un anhelo, un deseo muy genuino del querer amar a alguien y tener una relación feliz, pero también una prisión, porque está coartando la propia libertad y se está aceptando y resignando a acontecimientos con los que ella no está de acuerdo”, explica. “Hay una presión social que le cae encima y que es una autopresión que existe hasta hoy en las mujeres. De seguir haciéndose cargo, no solamente de las parejas, de hasta los problemas de los hermanos, los sobrinos, de los amigos; el cuidado, la entrega”.
Patricia Artés agrega: “Para los varones, ellos no necesitan a nadie más que a ellos. Las mujeres hemos sido construidas como incompletas, que tenemos que completarnos de otras maneras, con este otro ser (...). Si eso no se constituye, tú fracasaste como mujer. En muchas de estas obras, los personajes experimentan ese fracaso del amor romántico, con matrimonios de mierda, que no funcionan, e igual quieren poder salir de eso con la ilusión del príncipe azul, del amante. Las más osadas justamente dicen, yo quiero hacer otras cosas y mi felicidad depende de mí misma, como en El camino más largo, Melchorita”.
Otros ejes comunes que se identifican en las obras son las violencias, que son ejercidas sobre los cuerpos de las mujeres sin distinción de su sector socioecónomico y en distintos niveles de agresión; y otro eje fundamental es la educación, como una respuesta y una forma de emancipación de la mujer.
“La escritura de lo femenino a partir de lo femenino siempre revelará la filiación entre la experiencia personal de la autora y esa otra historia -al borde de la Historia- de la cual ella también es parte”. Esta es una frase que dice Cecilia Katuranic en su antología de obras de Inés Stranger, y que aparece citada en el prólogo del libro. Para Patricia Artés, es necesario tener referentes femeninos. Asegura que las mujeres tienen un paisaje común de experiencias y que al comunicarlo, este sale del ámbito privado y se politiza.
“Las emociones y las experiencias también tiene una validez, no son menos válidas porque yo estoy hablando de una situación doméstica, íntima”, dice Farías.
“La mujer, por la propia historia, se ha configurado como un colectivo, que ha tenido que aunar fuerzas para contrarrestar esto que se le ha impuesto. Entonces aparece, sin duda, un inconsciente colectivo que se traspasa en generaciones, se va aumentando hasta que termina en una explosión en que ya hay cosas que no pueden seguir siendo toleradas”, señala Saavedra. “Cuando se está escribiendo, se está escribiendo por una, pero también por todas”, concluye.