No hay como la primera vez, dicen. En el caso de El agente topo, el decir viene con efecto multiplicador: primer nominado chileno al Oscar a Mejor documental y primer filme local con dirección femenina en verse nominado, fuera de haber estado, además, entre las precandidatas a Mejor película de habla no inglesa. Marca hitos, entonces, la cinta de Maite Alberdi, como viene ocurriendo localmente desde 2013, cuando No, de Pablo Larraín, se codeó con las mejores “extranjeras”.
Sumar el filme a las otras nominadas chilenas por la Academia de Hollywood (Una mujer fantástica, el corto Historia de un oso, así como a los premios de la última década en Cannes (Allende, mi abuelo Allende), Berlín (Gloria, El botón de Nácar), Locarno (Tarde para morir joven) y Sundance (Joven y alocada), de seguro habla bien y da visibilidad, aun si no alcanza para sacar grandes conclusiones ni para evitar los chovinismos triunfalistas. Es, sin embargo, un factor por considerar, al que necesariamente deber unirse varios otros.
Para comenzar, está el desarrollo sostenido del documental, donde por lo demás las directoras tienen proporcionalmente mucha más participación que en las ficciones (de Tiziana Panizza a Lorena Giachino, de Alejandra Carmona a Paola Castillo, Macarena Aguiló y Carolina Adriazola). El género ofrece asimismo y desde hace rato nombres nacionales que son inesquivables de la historia del cine (Patricio Guzmán, Ignacio Agüero), dando cuenta de aproximaciones muy diversas, que es donde residen sus fortalezas e idiosincrasias más salientes.
De lo anterior se deriva otro de los factores en juego: el sello personal. El de Maite Alberdi rezuma interés por lo visto y su juego con lo no visto, por lo incierto y lo ambiguo de la realidad sensible (incluso para incerteza o ignorancia de quienes figuran en sus filmes, como cierta crítica le ha reprochado) y por personajes que, dada su condición, su edad o su ocupación suelen quedar fuera de la gran pantalla, así como de la vida del resto de la gente. De lo anterior deriva cierta distancia con un cine chileno que, en general, no es ni ha sido muy dado a tocar la fibras sensibles, a hacer un trabajo intensivo con las emociones, cuestión que refrendará cualquiera que se haya asomado a Netflix –o al Normandie- a ver El agente topo. ¿O es que a algún espectador le será indiferente la soledad de la vejez, más aún en tiempos de confinamiento?
Lo último, para detener la lista en alguna parte, es recordar que el Oscar no es un tribunal de justicia. Que hay que hacer campaña y hay que hacerla en serio, aunque si desalentara competir, en castellano, con una película producida por Barack Obama o con casas productoras acostumbradas a las estatuillas.
En esto, El agente… tuvo un recorrido de aquellos: una campaña que al decir de una involucrada en el filme, “no fue millonaria, pero sí original”. Por lo pronto, es una coproducción de cinco países –cosa inhabitual en los documentales- que no instaló una oficina en EE.UU. ni anduvo mandado mails a cada votante de la categoría para llamar su atención (por cada correo se pagan US$ 5 mil a la Academia), pero que supo recorrer el mundo, ante todo virtualmente. Su directora, en tanto, se llenó de contactos vía zoom con pares y colegas de la industria, en plan promocional.
Lo anterior se sumó a un diseño claro de campaña en el que tuvieron un rol central las productoras Julie Goldman, Carolyn Hepburn y Sally Jo Fifer, con experiencia en no ficciones nominadas a las estatuillas: en vez de partir mostrando la película en algún certamen europeo, como pudo ser, arrancaron en enero de 2020 en Sundance, generando tal boca a boca que hasta estrellas como Gal Gadot andaban pidiendo ver la película. Meses más tarde, ya no hizo falta: El agente topo había asomado en Hulu y en Netflix, jugando con armas imbatibles como la universalidad, la identificación emotiva y, digámoslo, el ser una cinta que no se parece a ninguna otra. Y así fue como, entre decenas y centenares de títulos, se hizo un lugar, dejando fuera a documentales tan cacareados como Dick Johnson is dead y Notturno.
¿Es este el caso de la película justa en el momento indicado? Quizá ¿Es la ilustración de la buena estrella del cine chileno? No necesariamente, aunque vuelve a testimoniar que la creación local es capaz de mostrarle al mundo material de interés, y que tanto reconocimiento no puede ser sólo coincidencia.
Por si hiciera falta repetirlo, ganar un Oscar o quedarse con las manos vacías no es prueba de nada, sin perjuicio de que llevárselo el próximo mes llegaría a tener contornos épicos. Poniéndonos prácticos pero rebuscados, sin embargo, el modo en que sus connacionales podrían reconocer a Maite Alberdi pasa por el lenguaje, que no crea la realidad pero la nombra. El habla común dice “película” cuando designa cintas ficcionales y “documental” para el resto. La directora habla de sus creaciones como “películas” y le gustaría que el resto hiciera lo mismo, partiendo por El agente topo. Aunque sea por hoy, consideren los lectores hacerle caso.