Siempre inconfundible con su espesa barba y su trompeta, la historia de Cristián Cuturrufo (48) se inició en Coquimbo, la ciudad donde vino al mundo en 1972. Fue hijo de músico, aunque como suele ocurrir, eligió un instrumento distinto al de su progenitor, pues su padre fue el acordeonista Wilson Cuturrufo, quien encabezó una de las familias más tradicionales en el cancionero del puerto pirata.
Decidido a que la música era lo suyo, ingresó a la escuela de la Universidad Católica, donde tuvo una formación académica y técnica como trompetista docto. De hecho, entre 1991 y 1993 integró el Ensamble Gabrieli.
Pero lo suyo era lo más callejero, quizás algo más suelto y menos sometido a los formalismos. Él siempre se definió como un creador inquieto y voraz, sin muchos guiones establecidos. Por lo mismo, tras sus estudios capitalinos, y tras decidirse por un jazz menos purista, viajó a Cuba, la tierra donde los instrumentistas del género suelen maridar los ritmos sincopados con música latina, africana, funk, son y pizcas de rock. Ahí profundizó su vínculo con la música popular.
Esos años marcados por la travesía cubana fueron un punto de quiebre: Cuturrufo abría su apetito creativo hacia la diversidad estilística, lo que marcaría la escena jazz de los 90 y los 2000 en Chile, con otros ejemplos como Ángel Parra Trío o Los Titulares. Gracias a todos ellos, el jazz en el país nunca fue el mismo, adquiriendo además un estatus más popular que a momentos lo sacó de los círculos habituales de instrumentistas y especialistas.
Quizás la mejor definición de Cuturrufo la entrega el sitio Música Popular: “Él fue investido como el trompetista más rápido y ardiente desde que el jazz fuera dominado por Daniel Lencina en los ’70″.
“A mí me gusta la cumbia, el bolero, el chachachá”, dijo en una entrevista reciente con La Tercera. “Todos se juegan por ser jazzistas, yo digo preocúpense de ser buenos músicos para tocar de todo. Yo vengo de la música popular, y me formé en lo clásico en la Escuela de Música Jorge Peña Hen de La Serena. Tengo esa formación”.
Jazz recién salido del horno
Sus principales referentes en la trompeta fueron en sus inicios los estadounidenses Fats Navarro y Dizzy Gillespie, y el cubano Arturo Sandoval. Ya con una trayectoria más establecida, a partir de 1996 dirigió sucesivos proyectos por los que desfilaron gran parte de los jazzistas de los ’90: los saxofonistas Ignacio González, Jimmy Coll y David Pérez, los guitarristas Jorge Díaz, Daniel Lencina Jr y Federico Dannemann; los bajistas Felipe Chacón, Christian Gálvez y Cristián Monreal, y los bateristas Iván Lorenzo, Carlos Cortés y Andrés Celis, entre otros.
Su debut, Puro jazz (2000), obtuvo buenos comentarios de la crítica especializada, tras lo que se integró a dos agrupaciones: Los Titulares, el cuarteto que por esos días encabezaba Francisco Molina, exbaterista de Los Tres; y los grupos Vernáculo y Cutus-Clan, dirigidos por su hermano, el percusionista Rodrigo Cuturrufo.
Luego siguió extendiendo su ruta en solitario y su tránsito por géneros ya conocidos, como el latin jazz en un trabajo titulado precisamente como Latin jazz (2002), y el bebop en Recién salido del horno (2003).
Además, y siempre pensando en el alcance mayor que podía tener su obra, también registró discos junto a Valentín Trujillo, el célebre “tío Valentín”, como Jazz de salón (2004) y Villancicos (2005).
Quizás como un impulso hacia otras audiencias, discos como Cristián Cuturrufo y la Latin Funk (2006), con su agrupación habitual, y Swing nacional (2007), junto a otro clásico, el trombonista Héctor Parquímetro Briceño, le hicieron ganar un merecido público joven, con sucesivas giras por Chile y el extranjero. Hasta apareció en un título con el elenco estelar que grabó un concierto en el club Blue Note de Nueva York, junto a Christian Gálvez, Nelson Arriagada y Alejandro Espinosa, registro publicado por el sello Pez bajo el título The Chilean Project live at the Blue Note (2016).
De la noche santiaguina a Egipto
Pero su huella no se remite sólo a álbumes, canciones y shows. Cuturrufo también tuvo una destacada trayectoria como gestor cultural. En ese sentido, produjo el Festival de Jazz de Las Condes, que en su momento llegó a reunir a 3.000 espectadores en el Parque Alberto Hurtado. Pero lo que más se le recuerda son sus locales: The Jazz Corner (2013) y Boliche Jazz (2017), coordenadas ineludibles del circuito nacional debido a los pocos clubes de jazz que había por esos días en Santiago.
Su último álbum fue Socos, en 2019, su primer título en vinilo y el que en entrevista con Culto describió así: “Honestamente, creo que es un patrimonio para el jazz chileno, por la sonoridad que tiene, por quienes grabaron conmigo, y por el nivel de sensibilidad y riqueza musical que lograron los músicos que tocaron ahí. Yo creo que hay músicos que nunca tocaron de la misma forma como en este disco”.
En el calendario más reciente, en el 2020 ya de la pandemia, pudo presentarse en el Festival de Jazz de El Cairo junto a su trío, integrado por dos músicos excepcionales: Jorge Campos (bajo) y Pedro Greene (batería). Fue uno de los pocos eventos musicales del planeta desarrollados en el año del Covid-19, lo que él siempre situó como un hito en su carrera, una historia única en un año único.
En diciembre, programó un show de aforo reducido (60 personas) en el Centro Cultural Las Condes junto a su trío. Poco tiempo después, en febrero, se encargó de producir en formato online el Festival de Jazz de Las Condes, emitido vía Youtube.
La semana pasada, participó de una serie de encuentros ciudadanos en Vitacura encabezados por el periodista y candidato a constituyente Patricio Fernández. Pero hace unos días se contagió de Covid-19 y estuvo internado en estado grave en la Clínica Las Condes. Murió este viernes 19 en la tarde.
Fueron los últimos destellos que entregó un músico esencial en la escena chilena: el jazz local adquirió una nueva naturaleza y gozó de otros alcances gracias a la figura única de Cristián Cuturrufo.