“Viernes 19 de marzo. Jazz guachaca con Cristián Cuturrufo en Kahuin Restorán”. Ese era el anuncio que el recinto de Peñalolén se alistaba a escribir tanto en flyers digitales como en su pizarrón de entrada para promocionar el show que el trompetista daría esa noche junto a un grupo de vecinos con los que habitualmente hacía música.

Pero esa misma jornada, el lugar situado en la comunidad ecológica finalmente debió divulgar en sus redes un mensaje distinto: “Querido Cutu, descansa en Jazz (1972-2021)”. Tal como buena parte de la escena cultural chilena, el centro de eventos se vio golpeado por la repentina muerte de uno de los artistas capitales en el desarrollo y la masificación reciente del jazz nacional, a los 48 años y debido a una serie de complicaciones derivadas del Covid-19.

Por lo demás, el mismo sitio no sólo se había transformado en el refugio en vivo más frecuente del instrumentista en el año de la pandemia: apenas una semana antes, el viernes 12 de marzo, fue el escenario donde ofreció la última presentación de su vida. “Desde El Cairo al Kahuin. Campos, Cuturrufo & Greene. Jazz al aire libre”, fue el afiche promocional de esa vez.

Su hermano mayor, el también músico Rodrigo Cuturrufo, completa: “En el último año, él estaba en un punto clave de mucha fuerza. De felicidad máxima y total. No le tuvo miedo al Covid, no estaba ni ahí. Le tocó nomás. No se dio ni cuenta”.

El afiche que anuncia el último show de Cuturrufo, en el restaurante Kahuin y junto al trío que formaba desde 2018 con el bajista Jorge Campos y el baterista Pedro Greene.

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Aunque la pandemia obligó a los músicos de todo el planeta a olvidarse hasta hoy de las giras y los aplausos, Cristián Cuturrufo nunca pareció dispuesto a rendirse tan fácilmente. En julio del año pasado viajó hasta la casa de su madre en su natal Coquimbo para trabajar una serie de demos con el proyecto Vernáculo, encabezado precisamente por su hermano Rodrigo y que mezcla el jazz con la festividad de la Virgen de Andacollo. El disco se llamaría Sweet baile chino y lo grabarían el próximo 25 de abril en Buenos Aires. Pero el coronavirus torció los planes.

Eso sí, su travesía más estelar de 2020 quizás no estaba en la Cuarta Región sino que mucho más lejos, en Egipto, hasta donde llegó en noviembre para participar en el Festival de Jazz de El Cairo junto al trío que integraba con el bajista Jorge Campos (Congreso, Fulano) y el baterista Pedro Greene (Blops, La Marraqueta). Invitados por la embajada chilena en ese país, dieron cuatro conciertos y ofrecieron una clínica -donde mostraron cuecas y tonadas- a la orquesta filarmónica local.

Cuturrufo estaba exultante con la experiencia y a todos les resaltaba el carácter único de su expedición egipcia: era uno de los pocos eventos del mundo que se realizó con cierta normalidad en el año del encierro. Pedro Greene recuerda: “Fue una experiencia formidable para nosotros, conocer esa tierras, tocar allá en época de plena pandemia, mostrarles a la gente de allá la música chilena. Fue una gira maravillosa”.

Incluso Cuturrufo se dio un gusto con sabor a historia. Junto a su esposa, la gestora cultural Magdalena Cousiño, replicó a los pies de la Gran Esfinge la legendaria foto que el jazzista estadounidense Louis Armstrong se tomó en el mismo lugar con su mujer Lucille en 1961, alzando su trompeta hacia el cielo. “Es mi humilde homenaje. Aluciné estar ahí”, repetía a sus cercanos cuando mostraba la imagen.

A la izquierda, Louis Armstrong junto a su mujer Lucille en 1961. A la derecha, Cuturrufo con su esposa, la gestora cultural Magdalena Cousiño, en noviembre de 2020.

Al volver, “Cutu” estaba decidido a retomar una pequeña agenda de shows, estimulado además por el contexto sanitario menos severo que se daba por esos días y que permitía instancias de aforo reducido. En diciembre realizó con el trío una presentación en el Centro Cultural de Las Condes -aunque se grabó sin público y se emitió vía YouTube- y empezó a convertir el Kahuin en su espacio predilecto para tocar los viernes antes del toque de queda. Hasta ofrecieron una cita especial de Navidad el 23 de diciembre.

Marcelo Hartard, uno de sus dueños, recapitula: “Él vivía a la vuelta, estaba muy cerca de aquí, por lo que se convirtió en nuestro músico más emblemático del último tiempo. Era nuestra punta de lanza, porque también era una persona muy simpática y querida, era el alma de la fiesta”.

El viernes 12 de febrero, Cuturrufo tocó en el reducto junto al propio Jorge Campos y al guitarrista JC Blues. Después de eso, se tomó dos semanas de vacaciones y retornó a su casa materna en Coquimbo, pero sin ánimo de grabar demos o hablar de armonías: esta vez quiso descansar, comer churrascas, disfrutar de un fogón armado por sus hermanos y beber una copa de Capitán, el cóctel de pisco y cinzano que se había convertido en la especialidad de la casa.

Cuando a principios de marzo volvió a su residencia en Santiago -donde vivía con su mujer y sus tres hijos-, retomó la actividad de cada viernes en Kahuin y programó un recital junto a su trío para el viernes 12. En esa semana, ensayaron dos veces en la casa de Jorge Campos. El músico comenta: “Estábamos muy conectados y muy contentos. Estábamos probando temas nuevos, porque en abril nos íbamos a un lugar en la playa a grabar nuestro primer disco, todo con música original de los tres. (En los ensayos) Cristián estaba un poco decaído, no podría decir qué le pasaba, pero se mostraba feliz de seguir preparando el show”.

Por esos días, la música no era el único foco del trompetista. Desde hace un tiempo estaba entusiasmado con la candidatura a constituyente del periodista Patricio Fernández por el distrito 11, que incluye a Peñalolén, la comuna donde vivía. Incluso, el jueves 11 de marzo, 24 horas antes de su último recital, tocó en un acto de campaña del fundador de The Clinic en una plaza de Vitacura.

Fernández comenta: “Para mí lo más conmovedor de su partida es que nos estábamos viendo mucho. Se embaló mucho con mi campaña. Cuando llegó a tocar, lo vi tan vivo como siempre, transpirando mucho porque hacía calor, armando una cuestión muy simpática con unos cabros chicos que se pusieron a cantar en torno a la trompeta”.

Fernández y Cuturrufo se habían reunido durante esos días en el restaurante La Picá de Juanito, en Peñalolén, un boliche a la antigua casi perdido en las profundidades de la comuna -con sillas de plástico y mesas pequeñas- que el jazzista había convertido en su centro de operaciones, donde se sentaba con su laptop a organizar su agenda.

“Era un lugar que el Cutu habitaba todos los días y donde estaba el mundo popular de Peñalolén. Ahí me decía ‘tú tenís que juntarte con estos’ y me presentaba a feriantes, mecánicos, gente de una organización religiosa evangélica... todo un grupo de personas con las que convivía de forma muy natural”, describe Fernández.

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Cuando el viernes 12 de marzo llegó el momento de volver al escenario de Kahuin para el trío Campos, Cuturrufo & Greene, el ambiente era el de siempre en el último tiempo: el lugar funcionaba al aire libre, con mesas distanciadas y con una capacidad de no más de 40 personas. El conjunto preparó un show que mezclaba composiciones de Campos con clásicos del género, varios de ellos de Miles Davis, aunque también versionaron a Víctor Jara y los norteamericanos Steppenwolf. La cita se extendió por ocho temas, no sobrepasó los 60 minutos y culminó con This is it, del propio Davis.

“Lo que más recuerdo es el atardecer, el verano, un poco oscuro tipo ocho PM, las velitas encendidas. Improvisamos también, porque siempre nuestros conciertos eran muy libres. Por eso nos iba a ver la gente, porque lo nuestro era una gozadera, no sólo hacíamos jazz, sino que cosas muy distintas”, apunta Campos.

La publicista Matilde Orellana no se perdía presentaciones de Cuturrufo en los últimos años y estuvo en las mesas de adelante durante ese show final: “Ese día fue un recital atómico. Increíble. Pero sí yo comenté que el Cutu estaba más tranquilo. Siempre era él quien lideraba todo, pero ahora estaba sentado, se paró muy poco, quizás se le veía con menos energía, dejando que Campos estuviera más al frente. Después me llamó la atención que no se acercara a las mesas a conversar y despedirse, siempre lo hacía. Pedíamos un bis también y siempre accedía, pero esta vez no hubo bis. Me llamó la atención que alguien que nos abrazaba siempre, esta vez optara por no hacerlo”.

El trío de Cuturrufo, Jorge Campos y Pedro Greene en el show de 12 de marzo en Kahuin, el último que el trompetista dio en su vida. Foto: gentileza Matilde Orellana.

Efectivamente el instrumentista se fue de inmediato a su hogar a descansar y Campos se ofreció a llevarle su trompeta. Durante el fin de semana del 13 y 14 de marzo, casi no tuvo contacto con sus cercanos y familiares. Su hermano Rodrigo le envío varios mensajes vía WhatsApp sin obtener respuestas.

Según cuenta, el martes 16 le mandó un mensaje más urgente expresándole su preocupación: “Le puse ‘guatón culiao, ¡responde!’ Así, con esas palabras. Y me escribe: ‘estoy pal gato, nunca me había sentido así, estoy pal pico. Me he sentido horrible. Mañana me voy a hacer el PCR’”. El músico había agendado una hora para realizarse el examen al mediodía del miércoles 17.

Sin embargo, esa misma mañana se asfixió y sufrió dos paros cardiorrespiratorios, por lo que debió ser trasladado de urgencia en helicóptero a la Clínica Las Condes. Ni siquiera pudo realizarse el test. “Increíble lo del helicóptero: era una estrella hasta para eso”, rememora con una sonrisa Rodrigo.

Cuturrufo estuvo dos días en el recinto y murió en la tarde del viernes 19 por una falla multisistémica como consecuencia del Covid. Sus tres hermanos tuvieron la misión de avisarles a sus padres en Coquimbo -el papá de ellos es el acordeonista Wilson Cuturrufo- y de hablar con la prensa. Rodrigo sigue: “Tristemente le tocó nomás. Se sentía mal y no creyó nomás. Yo creo que se fue sin saber que tenía Covid. No creía. Pensó que lo podía aguantar, pero la enfermedad come así. La pena ha sido grande, pero es la pena más hermosa que voy a tener en toda mi vida, por las muestras de cariño gigante que hemos recibido”.

El músico añade que su hermano tenía una frase favorita para desafiar la adversidad: “Él siempre decía: ‘ni un brillo’. Por ejemplo, ‘ni un brillo los huevones fomes’. O ‘ni un brillo la cuarentena’. Así que si yo tuviera que rematar con algo sería con eso: ‘ni un brillo el virus’”.

Magdalena Cousiño, la mujer del trompetista, también se contagió de coronavirus, pero con síntomas leves. Contactada para este artículo, optó por restarse, aunque expresó su anhelo en torno a la huella de una figura única en la música chilena: “Quiero que su memoria cruce el espacio sideral”.