El próximo 3 de julio, White blood cells cumple ya 20 años desde su publicación. Third Man Records, el sello propiedad de Jack White, se anticipa a la jugada y anuncia el inminente lanzamiento de una reedición aumentada del tercer disco de The White Stripes, el que lanzó al dúo a la fama a comienzos de siglo y, probablemente, el más significativo de su discografía. El proyecto y la efeméride invitan a una serie de preguntas: ¿Qué tan bien envejeció White blood cells? ¿Envejeció realmente? ¿Cuál fue el real impacto del álbum a la luz del tiempo y de lo que vino inmediatamente después?
Para adentrarse en esos temas es necesario viajar mentalmente hasta mediados de 2001, a los días en que la industria discográfica comenzaba a tambalearse, el mp3 se volvía un bien esencial de consumo, las boybands y Britney Spears daban sus últimos zarpazos (los memorables, al menos), Eminem se alzaba como el astro rebelde del mainstream y el derrotero del rock parecía depender de la última pachotada de Fred Durst o de algún horroroso single de Nickelback. Ese era más menos el panorama cuando a The White Stripes saltó a lo grande y pareció borrar con todo.
Diez años después de que Nirvana se tomara el mundo por asalto desde Seattle con Smells like teen spirit, un dúo del Medio Oeste repetía la jugada con Fell in love with a girl, un himno generacional que no se declaraba como tal, más breve, igual de furioso y -como el de Kurt Cobain- capaz de mover el curso de la historia musical.
Tal como ocurrió con Nevermind, el gran suceso del rock de la década anterior, White blood cells escondía algo mucho más elaborado y profundo detrás de su aparente simplicidad y crudeza lo-fi. Y si en el caso del segundo disco de Nirvana las expectativas de la compañía Geffen se quedaron cortas una vez que el disco llegó a las tiendas, Simpathy for the Record, el sello independiente que editó White blood cells, derechamente no estaba preparado para afrontar el suceso que este generaría.
Bastante ayudó el videoclip de Fell in love with a girl, dirigido por Michel Gondry, realizado a partir de la estética Lego e instalando masivamente el rojo, negro y blanco como bandera cromática del dúo. El mito dice que Jack White quería en realidad a Mark Romanek después de ver su clip para Devil’s haircut de Beck, pero que el sello se equivocó de nombre. También ayudó el mito que por ese entonces construían con su silencio Jack y Meg White (¿eran pareja, hermanos? No lo sabíamos) y la ausencia del bajo y de casi cualquier ornamentación en la propuesta del dúo.
Pero al centro de todo estaba la música. Y había muchas más cosas por descubrir junto a la crudeza y velocidad de Fell in love with a girl. Por sobre todo, una conjunción mágica y fluida de la tradición del rock garage y el protopunk de su natal Chicago (The Stooges, MC5) con las ensoñaciones bluseras de los White y su admiración por los clásicos del Delta del Mississippi. Algo que ya estaba presente en los dos primeros discos del grupo, pero que en White blood cells se simplificó y amplió, sumando piezas de folk, influencias del pop y de los Beatles, y una aproximación sarcástica al country como la de Hotel Yorba.
Aquellos fueron un par de meses de lanzamientos realmente significativos para el rock y el indie del nuevo siglo, y el tercer disco de The White Stripes pareció articular todo el movimiento revisionista que vendría, al tiempo que impulsó a otras propuestas paralelas. Sin ir más lejos, el primer disco de The Strokes salió al mercado sólo días después, mientras que el éxito de The Moldy Peaches y su estética lo-fi también encuentra un paralelo con un tema como We are going to be friends, uno de los más memorables de Jack White. De pronto, el mundo se olvidaba del nü metal por un tiempo y desempolvaba los viejos discos de The Velvet Underground, Television, Magazine, los Buzzcocks e Iggy Pop.
Para el rock, sería el punto de inicio de una ola revisionista que, si bien algo efímera, dejó huella durante la década pasada en toda una generación de oyentes y de músicos. La de Franz Ferdinand, The Hives y The Libertines. La posta la tomarían Arctic Monkeys, Interpol, The Killers, entre otros. De ahí salen buena parte de los nombres que tuvieron algo interesante que decir desde la década pasada con una guitarra eléctrica colgada en los hombros.
La reedición aumentada de White blood cells, que incluirá 13 temas inéditos, tomas en vivo de las canciones y un documental del proceso de grabación, no sólo servirá para volver a repasar el punto de inicio del último fenómeno rockero en la masividad. También el de los White Stripes antes de Elephant, Get behind me Satan, un riff que hoy se corea en los estadios de fútbol y una disolución que parece definitiva.