John Lennon/Plastic Ono Band. John Lennon no tamashii. Mientras en 1970 el planeta conoció el disco debut del ex Beatle con su nombre y apellido antecediendo al de su nueva banda, en Japón se estrenó bajo un título que puede traducirse como El alma de John Lennon. Aunque distintos, ambos corren el mismo velo: aquí hay un ser humano sin más aditivos que él mismo.
Pese a que ya había ejemplos de cantautores descascarando sus vulnerabilidades -sin ir más lejos, Las últimas composiciones de Violeta Parra (1966) es el manifiesto de un alma en penumbra-, la ópera prima del inglés constituyó el primer autorretrato de un astro de la música aplastado por las penurias de una infancia difícil y los conflictos de una juventud megaexitosa.
El protagonista del fenómeno artístico más rutilante que jamás haya existido, y que alguna vez se autoproclamó más célebre que Jesucristo, también se podía desvanecer hasta quedar reducido a dolores tan terrenales como el abandono de su madre, los problemas de fe o el hasta nunca definitivo a los compañeros con los que había forjado su leyenda.
Para romper con una banda endogámica y fotogénica como The Beatles, formó un grupo de elenco flexible, que incluso tuvo a Eric Clapton en uno de sus singles de presentación (Cold turkey) y cuyo nombre de Plastic Ono Band nació de un conjunto imaginario ideado por Yoko Ono, donde cada integrante sería una torre de plástico sin vida ni rostro. Para alejarse de la exquisitez melódica con la que cantaba en los Fab Four, comenzó a interpretar sus composiciones tal como lo hacía su esposa, bajo aullidos casi intolerables com o única forma de arrancar lo que había guardado por años.
Y para dejar de camuflar con alegorías sus inseguridades, tal como escribía en The Beatles (el pánico a la fama en Help!, la nostalgia por la madre que murió atropellada en Julia), decidió que todos los títulos de sus nuevos temas no dieran espacio a segundas lecturas: Madre, Aislamiento, Héroe de la clase trabajadora, Dios, Amor. Tratándose de una travesía tan íntima, John Lennon igual lograba trazar un paisaje universal.
A partir de ahí, todo autor narrando los callejones sin salida de su propio destino en un soundtrack para las masas -Morrissey, Fleetwood Mac, Kurt Cobain, Jorge González- tiene parte de su cuna en la primera vez en que Lennon caminó en solitario.
Aunque se suele ubicar a Mother como la pieza más elocuente del álbum, con esos campanazos de inicio que sugieren la imagen del cantante entrando en un confesionario y aquello de “madre, me tuviste/ pero yo nunca te tuve/ padre, me dejaste/ pero yo nunca te dejé”, el tema por lejos más representativo de Lennon modelo 1970 es God.
Con el piano celestial de Billy Preston, la batería de pulso apesadumbrado de Ringo Starr y el bajo sin pretensiones de Klaus Voormann -los músicos que dieron vida al tono austero del disco-, el británico parece avanzar entre cadáveres desperdigados repitiendo que ya no cree en ninguno de ellos, ni siquiera en quienes lo cambiaron para siempre: Elvis, Dylan y los Beatles. La única fe que le queda se remite a él y Yoko. Nihilismo y enojo punk siete años antes del punk.
“El sueño se acabó” es la frase con que remata lo más cercano a una reencarnación en vida y que dejó sin habla a los críticos de la época. “No podías creer que dijera eso”, corrobora Jann Wenner, fundador de la revista Rolling Stone y su mejor amigo por esos días, entrevistado en el documental del trabajo en la serie Classic Albums.
Pero los sueños también tienen una naturaleza inmanejable y tramposa. Pese a que quería remarcar una y otra vez su propio punto final en la historia Beatle, los miembros de la Plastic Ono Band que integraron el trabajo -sumado a la amistad que seguía sosteniendo con George Harrison- eran todos viejos camaradas de los años 50 y 60, casi como si hubiera querido enrostrarle a Paul McCartney que la estela del cuarteto seguía siendo suya. Pero, cuando estaba despierto y enfrentaba a la prensa, Lennon seguía apelando a la imagen más recurrente del sueño: “El sueño se acabó y al menos yo tengo que volver a la supuesta realidad”.
El último lanzamiento de John Lennon/Plastic Ono Band está disponible desde ayer en plataformas digitales y en su edición más colosal ofrece 159 tracks -once horas de música- que incluyen de todo, desde demos caseros hasta improvisaciones en estudio, las que lo muestran como un creador que aún en su minuto más desgarrado seguía pensando como un meticuloso artesano de la canción y la melodía.
Por ejemplo, los demos de Mother y God suenan en esqueléticas versiones en guitarras, pese a que ambas posteriormente fueron interpretadas en piano: el Lennon-cabeza rapada-flechado por Yoko de los 30 continuaba trabajando como el Lennon-de melena-flechado por la Beatlemania de los 20, cuando parte de los temas más expresivos de los Fab Four, como Tomorrow never knows y Strawberry fields forever, se originaron sin más artificio que el rasgueo de su guitarra.
Al seguirse sumergiendo en la nueva producción, aparecen una serie de jams que él y su grupo hicieron de clásicos del rock and roll de Chuck Berry, Fats Domino y, atentos, Elvis Presley: ¿no era que había dejado de creer en Elvis? Aún más. En estas sesiones, también hay espacio para tocar algunas líneas de himnos Beatle de la última era, como Get Back y I’ve got a feeling: ¿había terminado realmente el sueño?
El primer álbum de Lennon es, a su vez, el que mejor lo reproduce en su dimensión torrencial, fracturada y en las contradicciones que lo atraparon hasta el final de sus días. El mayor cantautor del siglo XX caía tan honesto y humano como cualquiera.