La gran apuesta de Netflix captura el vínculo entre el director Craig Foster y un pulpo en las cercanías a Ciudad del Cabo, Sudáfrica. El filme estudia la rutina del animal durante un año completo, al tiempo que detalla cómo el lazo afecta la vida del realizador y la relación con su hijo.

Todo ello, más allá de la excelente fotografía del documental y una narración trepidante, guarda otro mérito destacado por los especialistas: la emotividad que tramsite la historia y cómo muestra a los pulpos en su dimensión más salvaje, como animales dotados de admirable habilidad y de inteligencia para moverse en el gigantesco ecosistema oceánico.

Aunque estrenado el año pasado, el largometraje ganador de Oscar a Mejor documental se empezó a fraguar en 2010. Esa temporada, Foster empezó a bucear en un frío bosque de algas submarinas en un lugar remoto de la Bahía Falsa, cerca de Ciudad del Cabo. Foster comenzó a documentar sus experiencias y, con el tiempo, conoció a un pulpo joven hembra que llamó su atención. Decidió seguir visitando su madriguera todos los días durante un año para ganarse su amistad.

Fotograma de Mi maestro el pulpo, disponible en Netflix.

Durante el desarrollo del filme, Foster describe el impacto que causa en su propia vida su relación con el pulpo. Él mismo se muestra sorprendido con la “actitud” que va adquiriendo el octópodo: se exhibe amistoso ante él, temeroso ante los depredadores, cauteloso cuando las condiciones naturales cambian.

De esa manera, lo va filmando por más de un año, volcando toda su vida a la labor bajo el océano.

Una de esos días que parecía ser de mera rutina, el pulpo es atacado por dos tiburones, pierde un brazo y se retira a su guarida para recuperarse, regenerando lentamente su extremidad durante tres meses. En un ataque posterior, el molusco muestra una creatividad increíblemente mejorada para sobrevivir pegándose a la espalda del tiburón. Más tarde, tras aparearse con un pulpo más grande y producir un gran número de huevos, muere de forma natural mientras cuida de sus huevos y un tiburón se lleva su cuerpo.

Ahí, el minuto más conmovedor de la cinta no está bajo el agua, sino que en el testimonio del realizador, quien asume el profundo vínculo que había logrado fortalecer con el pulpo. Para él, es una suerte de lección de vida acerca de la fragilidad ante la inmensidad de la naturaleza y de la persistencia que se debe tener ante las complejidades de existir en cualquier ambiente, en un credo que intenta transmitirle a su hijo.

Se puede ver en Netflix.