Nadie esperaba que la noche del Oscar 2021 le hiciera justicia a su fama, o que retomara sin más su tradición de espectáculo autocelebratorio de la gran industria. Eran más bien de prever la austeridad, la contención y una sensación ambiente de que el sólo hecho de que las estatuillas no se entregaran vía Zoom ya era gran cosa. Y así fue. Sin embargo, la ausencia del bling bling, de ovaciones y de risotadas por doquier no fue la única disrupción atribuible a los estragos pandémicos.
Por un lado, la Academia de Hollywood ha venido operando por años una diversificación e internacionalización de su membresía, en un gesto que ha corrido de la mano con la nominación de películas ajenas al público que repleta las salas, así como de un descenso sostenido del rating de la ceremonia oscaril. Por otro, el Covid-19 ha tenido las salas cerradas por meses y meses, llevando a viejos y nuevos estudios a prescindir de ellas, privilegiando el streaming, o bien llevando a grandes producciones a postergar el estreno quién sabe hasta cuándo. Y si plataformas como Netflix eran vistas con recelo o desdén hasta hace muy poco, con el mismísimo Steven Spielberg pidiendo ponerles atajo, ahora estuvieron en el centro de la pista. Pero incluso así, incluso en medio del tono necesariamente luctuoso y justiciero de la noche de las estatuillas, con un DJ reemplazando a la orquesta, nos quedaban las películas.
En esta pasada, acaso más que en cualquier otra, las cruzadas culturales, las definiciones identitarias, la celebración de la diversidad y los updates políticos definireron la selección de las cintas (así como el diseño del show, en esta versión asordinada de sí mismo). Eso, además de una aparente certeza de por dónde iba la mano: como si con antelación las cosas hubiesen estado más claras que de costumbre; como si los cuoteos hubiesen causado más estropicios que en otras ocasiones. Con todo, las ganadoras han de responder por sus propios méritos, y “a la Fifa” los que pregunten por qué un western tan digno como Noticias del gran mundo se quedó sin nada -tras ser nominada sólo en categorías técnicas- o por qué una dramedia tan extraordinaria como The king of Staten Island no entró en ninguna papeleta (ojo, hubo un tiempo en las comedias ganaban óscares como si nada).
Hecha a la luz de equilibrios prodiversidad de amplio alcance, la presente selección dio significativa cabida a la realización y la interpretación afrodescendientes, mientras la conexión asiática establecida hace un año con Parasite, ahora se expresó en películas asiático-americanas que encontraron el favor de buena parte de la crítica.
Respecto de Minari (cinta sensible e inquieta, con actuaciones increíbles y sabiduría para mirar), el anunciadisimo Oscar a mejor actriz secundaria cumplió un rol semejante al que se le entregó por Mejor guión original a Promising young woman, manifiesto feminista en clave de comedia negra. Para que se vayan con algo . Los premios gordos, en tanto, se los llevó Nomadland, para sorpresa de muy pocos.
Admiradora de Terrence Malick (que no se llevó el Oscar ni en su mejor momento), la directora china Chloé Zhao creó un retablo realista al tiempo que lírico, reivindicador del gesto contracultural, que puede perder en comparación con cintas análogas del Nuevo Hollywood, como Mi vida es mi vida, pero que en los tiempos que corren se erigió como obra maestra incontestable, como clásico por defecto. Protagonizada y coproducida por Frances McDormand (en esto último, junto a Brad Pitt), la sequedad de su personaje y sus modos refractarios no lo hacen el más valioso de sus personajes –Fargo, te invocamos-, aunque posiblemente ella piense otra cosa, tal como otra cosa pensaron los votantes de la Academia.
Visto por el lado amable, se ha premiado como pocas veces a una película “de expresión” que, además, evitó el fiasco que habría significado ver a David Fincher coronarse por un despropósito como el de Mank. Lo que no tiene vuelta es el microsegundo en que El agente topo pudo hacer la gracia y tras el cual cayó derrotado por el pulpo de My octopuss teacher. Medio mundo andaba diciendo que la cinta de Maite Alberdi ya había ganado con la mera nominación, que la que las tenía consigo era la sobreestimada Colectiv, sobre periodismo y corrupción en Rumania, además nominada a Mejor película internacional. Pero no: el premio fue a la historia un octópodo que establece un curioso vínculo con Pippa Reed y Tom Foster, los documentalistas, y en eso sí que cualquier cálculo ideológico o identitario se habría perdido.
Para todos los efectos, el Oscar luce hoy cumplidor con el espíritu de los tiempos. Queda por saber qué irá a ser de su relevancia y de su conexión con lo que solíamos llamar el gran público.