El capítulo parte con la señorita Hoover llorando porque contrajo la enfermedad de Lyme. Mi profesora de lenguaje (Paola o Paula o Paulina) prendió el proyector, una de las novedades del colegio subvencionado. Hoy veremos Los Simpson, creo que dijo, y gritamos. El chico que me gustaba saltó para bajar la pantalla ecran enrollada en el techo, que sólo alcanzaban los más altos del curso. Apagaron las luces y cerraron las cortinas color vino tinto de ambos costados de la sala. Nos sentábamos de a tres, yo estaba en la mitad de la fila delantera. Detrás de todos se sentó ella, sobre una mesa, con un mug humeante en la mano.
El maestro sustituto de Lisa entra disparando al techo. Hace la clase vestido de vaquero y continúa hasta el fin de la suplencia sin tocar el programa educativo de Hoover. Guarda como un regalo el dibujo que le hicieron los niños burlándose de él. “Vamos Janey, todos tienen una gracia, quiero ver la tuya, eso es todo”, dice, y Janey y los otros se atreven a mostrar, a destacar, a creer que hay algo bueno en ellos. Canta, les lee un libro y llora. Un hombre que no tiene miedo a ser sensible, dice Lisa a su mamá, y Homero y Bart se ríen de él. Paola, Paula o Paulina, además de hacer estas clases poco convencionales, nos incitaba a exponer sobre lo que quisiéramos a la clase (yo diserté, muy ñoña, de The Wall) y nos hizo decorar un libro amarillo donde escribir las tareas y cualquier cosa que quisiéramos. En ese cuaderno, que adorné con una flor gigante de paño lenci y mostacillas, hice mis primeros cuentos.
Paola. La acabo de guglear y encontré una clase suya en Facebook live del liceo donde trabaja ahora. En mi memoria su cara y su voz eran una mezcla de su imagen real con la de una docente de la universidad muy simpática que nunca recuerda mi nombre. No se parecen.
—Ven ahí los dibujitos, son un poco infantiles pero no encontré otros— Se ríe. Es una clase de cuarto medio y los dibujos son unas caricaturas de niños volando en libros. —Es el amor por la lectura en el fondo, que la lectura sea un acto de goce, de entretención. No hay malos lectores chiquillos, no hay.— Escucharla y verla me ayuda a diferenciar cuáles son las frases que realmente dijo y cuales inventé yo. Diálogos completos se desvanecen. Solo eran recuerdos inventados.
Ella en sí es un conjunto de recuerdos. Uno de los más fuertes es cuando vimos El sustituto de Lisa, estrenado el 25 de abril de 1991 y que tuvo como invitado especial al premiado actor estadounidense Dustin Hoffman, voz del maestro sustituto y protagonista de la película El graduado, inspiración de algunas de las escenas más importantes del episodio, que también es uno de los mejores de la serie gracias a un diálogo muy simple (que yo recordaba como el final del capítulo: lo que vino después me fue irrelevante). Mister Bergstrom se va a Washington y Lisa lo sigue al terminal de trenes. Se siente ofuscada, enojada, perdida. Le ruega que no la abandone, que lo necesita. Él le responde:
—Te diré que harás. Siempre que sientas que estás sola y que no tienes en qué apoyarte, esto es todo lo que debes saber.— y le extiende una nota. Cinco minutos después termina el capítulo (que además fue la primera aparición de Rafa Górgory). Me giro y veo a la profesora, llorando. Se queda viendo fija los créditos. Parece que recuerda a alguien. Lamento no recordar qué dijo después.
Resulta que lo que viene después de esa escena sí es relevante. Lisa, abatida por el abandono de una figura masculina que la respetaba y entendía, vuelve a Homero, su intelectualmente limitado padre que no tiene interés en ninguna de sus aficiones. Y se lo deja claro. Lisa, obligada por Marge, le explica a su papá porqué está triste. Homero le responde: “Oye, el que no me importe no quiere decir que no entienda”. La indiferencia paterna se traduce en ausencia, lejanía. Para aquellas que también han buscado valoración en un padre que no termina por ser tal, esta escena duele. Pero se arregla.
Alguien pregunta en un foro online en inglés con la apariencia del internet del 2000 porqué todo el mundo ama El sustituto de Lisa. TheForbiddenDonut contesta, y de la mejor forma posible. Rescato esto: “El final combina un diálogo natural y creíble en una escena muy convincente e imposible de rechazar. El hecho de que Homero se dé cuenta de que no ha sido un buen padre e intente reconciliarse con Lisa es desgarrador por el puro hecho de que no sabe ser una persona como el Sr. Bergstrom, sólo es él mismo, lleno de todas sus imperfecciones. Pero al final, eso es todo lo que necesita, ser él mismo, (…) su hija entiende que eso es suficiente para ella; Homero sí la quiere y no hay nada más que pueda ofrecerle”. Todo esto con el sonido de una cajita musical de bailarina de ballet en el fondo. Padre es el que cría, como dicen las señoras. Pero también puede ser el que enseña. Homero aprendió ese día a criar.
La subtrama con Bart compitiendo con Martin por la presidencia de la clase tiene la maravillosa línea del primero: “¡No es suficiente! ¡Hay que exigir más asbesto! ¡Más asbesto, más asbesto, más asbesto!” Sublime. O antes, cuando Martin propone traer a la biblioteca más libros de ciencia ficción de los mejores autores del género, llámese Isaac Asimov, Lois McMaster y Arthur C. Clarke. Wendell le pregunta por Bradbury y Prince responde: “Conozco su trabajo”. Al final gana él y la serie parodia el titular erróneo del Chicago Tribune “Dewey defeats Truman”: “Simpson defeats Prince”.
Una nota del diario británico Independent, a propósito del aniversario 25 del episodio, manifiesta: “casi todo el mundo tiene un momento en el que Los Simpson salieron de la pantalla del televisor (…) Un momento en el que se sintió que, sí, su dulce simplicidad había reducido una pequeña parte de la vasta e insondable complejidad de la existencia humana a una forma consumible”. Paola, la profesora de lenguaje, también era maestra sustituta. Fue la primera persona que promovió un concurso de escritura en el colegio. A la primera que le mostré un texto. A la única docente que le dije qué me hacía llorar.
El maestro Bergstrom me hace recordar a John Keating de La sociedad de los poetas muertos, profesor bacán pero que nunca pude enganchar mucho porque era un colegio para niños ricos. El Keating de Robin Williams se va porque un chico se suicida. Brutal, pero excepcional, hollywoodense. Bergstrom se va porque eso es lo que pasa en los colegios municipales o subvencionados, a los profesores los despiden o los llaman de otra escuela que paga (ojalá) mejor. Es el problema de la clase media, el que te quiere te abandona por alguien que lo necesita más, dice Mr. B.
Paola partió y yo igual, un año antes que ella. Tu educación es una porquería, dijeron Los Prisioneros, y es verdad, pero hay luces dentro. En 2020 sigue haciendo clases, me alegro un montón. Han pasado siete u ocho años desde la última vez que estuve en su sala compartiendo este capítulo que hoy cumple 30 años. Se despide, virtualmente, de los menos de diez chicos conectados. Les pide que persuadan al resto, es preparación para la PTU y les sirve. Les dice que los extraña. Saluda con la mano y sonríe. Quisiera escribirle, pero me da miedo. El maestro sustituto no volvió a salir en la serie (miento, hizo un cameo mudo en La niña está bien). Quizás valga más quedarse con el recuerdo.
Gracias, Paola, por extenderme una nota.