*Rick James - Steet songs (1981)

La etapa inicial de los 80 fue lo más parecido a despertar con la resaca del funk, el soul, el R&B e incluso la música disco del decenio anterior, pero con un envoltorio más urbano, sobreproducido, heterogéneo, con las bestias de discoteca de los años previos conduciendo el pop global hacia un lenguaje que ponía en el mismo peldaño la elasticidad interpretativa, la provocación visual, el baile y los sonidos sintéticos facilitados por la tecnología.

Rick James y este álbum en el amanecer de la década es un buen retrato de los rumbos que se bifurcaban en la música negra, llegando incluso a rivalizar con Prince -otro nombre en plena ebullición por esos días- y que ya con su sola portada invita a algo más que un buen puñado de canciones: una noche de fiesta donde hay que vestirse de la manera más sugerente posible. Sobre todo si uno de los temas presentes es Super freak.

*Jungle Brothers - Straight out the jungle (1988)

La creatividad y versatilidad del pop afroamericano no sólo encontraba su eco en los grandes estudios o en proyectos milonarios, sino que a principios de los 80 también se practicaba en la aún embrionaria escena del hip hop, con shows y ediciones alejadas del radar oficial, aunque tan inventivas que con el curso del decenio consolidaron una escena colosal y dieron cuerpo a los años dorados del rap.

Todo con estructuras básicas adquiridas en gran parte en el circuito de discotecas -tornamesas, samples, cajas de ritmo, casetes, efectos hoy algo obsoletos- que dieron espacio para fusionar géneros con inusitada rapidez y promiscuidad, sin importar que el resultado fuera poco depurado. Jungle Brothers, nacidos en Nueva York, empujan una fórmula híbrida, donde hay acercamientos al jazz, cierto refinamiento soul, y un ánimo de juerga y comunidad que en paralelo impregnaba a la electrónica, además de guiños a Marvin Gaye, señal de que los nuevos tiempos tampoco abandonaban a sus héroes.

*Sparks - Angst in my pants (1982)

Cuando maquillarse, travestirse o jugar a una estudiada ambigüedad sexual era ya un atajo común -y se volviería aún más acentuado con la generación de glam metal que estallaría a mediados del decenio-, el dúo californiano Sparks reaparecía disfrazado en portada como novia y novio llegando al altar.

Alto: nadie los puede acusar de oportunistas. Como parte de la oleada de artistas glam que agitaron al mundo a principios de los 70 -encabezados por David Bowie y Marc Bolan-, los hermanos Ron y Russell Mael integraron una de sus apuestas más originales, saltando del histrionismo rocanrollero hasta la sutileza del cabaret. Este álbum extiende esa huella con algunas de las composiciones más vibrantes de su catálogo (Angst in my pants, Moustache, I predict), casi siempre a alto voltaje, totalmente frescas e impermeables al paso del tiempo.

A Sparks se les llamó alguna vez los “Queen alternativos”: quizás era una forma de encontrar un concepto para una banda única en su generación.

*Emmanuel - Íntimamente (1980)

Cuesta encontrar discos con todas sus canciones convertidas en singles memorables (ni siquiera The Beatles), pero el catálogo hispanohablante tiene aquí un caso inequívoco, ideal para quienes deseen encontrar en la balada un cobijo contra el actual ostracismo. De la mano del autor español Manuel Alejandro -todo lo que lleva su firma es una mordida al corazón-, el mexicano hilvana una obra donde siempre admite su condición de hombre herido (Todo se derrumbo dentro de mí, Quiero dormir cansado, Tengo mucho que aprender de ti), aunque tanta derrota finalmente encuentra consuelo en esa oda a la pasión descrita con delicadeza como es Con olor a hierba.

Emmanuel, en 1980 y con 25 años, ya tenía entre sus manos el álbum mayúsculo de su carrera y una de las piezas más bellas de la balada escrita en nuestro idioma.

*Caetano Veloso - Estrangeiro (1989)

Parte de la vida más adulta del gran genio del Tropicalismo, cuando ya había sorteado el exilio en Londres y diversas frases de exploración creativa, además de gozar por fin de un prestigio global no sólo confinado a la naturaleza endogámica del mercado brasileño. Quizás por lo mismo, Caetano al cierre de los 80 suena como un creador a la caza de melodías sin grandes pretensiones, piezas de buen pop latinoamericano labradas entre jazz, boss nova, rock y una pizca de samba, además de colaboradores de indiscutido virtuosismo, como Arto Lindsay, Naná Vasconcelos y Carlinhos Brown.

El trepidante inicio con O Estrangeiro -al piano, entre guitarras que parecen entrometerse sublevadas y menciones a Ray Charles y Stevie Wonder- figura entre los mejores comienzos para un álbum del cantautor de 78 años.

Más que el cierre de una etapa, Estrangeiro advierte el Caetano que disfrutaríamos en la adultez: aunque sin superar su era de gloria, hasta hoy su obra no cede al piloto automático.

*The Human League - Dare! (1981)

Los 80 son por excelencia y definición la década en que la música popular deconstruyó los formatos más tradicionales en que se había asentado, irrumpiendo propuestas donde las estrellas no necesariamente podían ser rostros omnipresentes -emerge la cultura de los DJs y de bandas que podían cambiar su elenco sin mermar su impacto- y en que las máquinas cubrieron la creación de una narrativa futurista, casi plástica, en que a momentos la presencia humana hasta podía ser decorativa. Son los años en que domina el pop electrónico, con un entramado que va desde sintetizadores y teclados hasa cajas de ritmo, además de una larga lista de álbumes increíbles encabezados por Depeche Mode, Soft Cell, New Order o Gary Numan.

En los primeros años del boom computarizado, pocos grupos dieron un salto tan culatitativo como The Human League: melódicos y oscuros, con cierto talante intelectual pero también mucho vigor bailable, tan agudos como la generación post punk pero tan frescos como el naciente synth pop.

Era modernidad pura, la puerta al futuro que estaba a la vuelta de la esquina, un trabajo lleno de detalles al servicio de canciones despachadas para la radio, tal como lo había dictado David Bowie no mucho antes. Para hacer aún más poético todo, Lester Bangs, el crítico de música música más mitificado de la historia y símbolo de insolencia ante el arte digitada por la industria oficial, se murió escuchando Dare!: cuando lo encontraron fallecido en su departamento en Nueva York debido a una sobredosis, el vinilo de los ingleses giraba como un testigo silencio en su tornamesas.

*Fulano - En el Bunker (1989)

El viaje en reversa a la música chilena de los 80 tiene como estación inevitable a Los Prisioneros y, en menor medida, a Electrodomésticos, Congreso o Sol y Lluvia, entre otros. Pero el paisaje sónico más nutrido de todos estuvo diseñado por Fulano. Si las letras de ese decenio pertenecieron a Jorge González, la verdadera descarga eléctrica de vanguardia y sonidos desafiantes le perteneció al conjunto comandado por la voz de Arlette Jequier.

Integrado por instrumentistas que ya acumulaban una destacada trayectoria, Fulano tejió una identidad atípica para la escena nacional, donde el rock, el jazz y la fusión eran parte intrínseca de su discurso antidictadura, quizás demostrado en el inicio algo tenebroso de este álbum con La historia no me convence, solo me atraganta -título de tremenda elocuencia, por lo demás-, en la sutileza de Buhardillas, en el rabioso groove de Rap-rock y, por supuesto, en los dardos hacia claros destinatarios de Adolfo y Benito, Augusto y Toribio.

En años donde la cultura chilena empezaba a zafar de la penumbra, Fulano entregaba un flashazo de luz que sorprende hasta hoy.

*Living Colour - Vivid (1988)

La penúltima década del siglo XX fue el primer gran período del “todo vale” en la música pop: la mezcla desprejuiciada como credo para maridar géneros que antes parecían incompatibles y para vislumbrar un mañana donde los límites serían cada vez más difusos.

Los estadounidenses Living Colour no sólo empezaron a fracturar esas diferencias al hacer perder el aire a una leyenda del rock más convencional -Mick Jagger los vio en un recital, quedó maravillado y sirvió como aval artístico de sus primeros años-, sino que también llevaron al rock duro a encontrar otros vértices en ritmos afromaericanos como el hip hop, el funk y el jazz, en un álbum que casi nunca tropieza y donde simbólicamente hay un homenaje a Talking Heads, encaración eterna de autores desprendidos de etiquetas.

*Leonard Cohen - I’m your man (1988)

El consenso sugiere que los 80 no fueron un instante estelar para los clásicos. Por simple agotamiento tras dos décadas en la cima o por no adaptarse a una industria que devoraba un pop de genética más moderna, los héroes del mundo baby boomer fueron relegados por estrellas mucho más lozanas.

En perspectiva, sería más riguroso afirmar que las leyendas buscaron reinventarse con resultados dispares, aunque no siempre deslucidos: David Bowie entregó su versión más agitada de la new wave en Let’s dance (1983), mientras Paul McCartney despachó bellas y emotivas melodías en Tug of war (1982).

Pero el caso más sorprendente fue Leonard Cohen. Nacido en la cantautoría y la poesía de los 60, en este trabajo se reconvierte en un crooner de sonido sintético, como si saliera desde un sarcófago y encontrara a su alrededor sintetizadores para clamar canciones que tratan de su propia vida y también del difícil mundo que empezaría a asomar a principios de los 90.

I’m your man fue el manifiesto del que posteriorente muchas glorias de la música tomaron apuntes: un veterano con clase y olfato también puede ser el reflejo de los tiempos actuales.

*Kate Bush - Hounds of love (1985)

Experimental y fantasmagórica, como una Stevie Nicks de contornos más celestiales, la británica es una coordenada ineludible del pop ochentero pensado como un terreno amplio en ideas, multidisciplinario, aunque sin olvidar su apetito por alcanzar la masividad en radios o canales de videomúsica.

Con un inicio de carrera más bien oscilante, Hounds of love la devolvió a los aplausos y a una paleta estilística donde cada canción es un universo distinto, con bordes celtas, sinfónicos, rockeros y electrónicos. La segunda parte del trabajo semeja un libro donde cada capítulo resulta cautivante, como una obra a la que hay que retornar cada cierto tiempo para seguir descubriendo detalles. Ni antes ni después, Bush volvió a editar una producción tan definitiva.

*Echo & the Bunnymen - Ocean Rain (1984)

Los 80 también fueron la etapa en que el pop se pintó la cara en tonos tenues y góticos, y en que las guitarras y los bajos sonaron graves y pesados para aparentar cierta sensibilidad mortecina. Sin embargo, los nativos de Liverpool hicieron algo así como el viaje inverso: nacidos en esa generación de tipos sombríos, su música fue adquiriendo tonos brillantes, más esplendorosos, junto con guitarras que anunciaban una neo psicodelia más limpia y melódica.

En el saldo, álbumes como Ocean rain rebosan canciones con cierta vocalización enigmática -como si Jim Morrison se huviera hecho post punk-, pero dotadas de una épica propias de una banda que siempre se imaginó tocando en grandes estadios.

El privilegio cayó en sus coetáneos de U2, pero este título trae uno de los mejores temas de la década: The Killing moon. Con eso, basta y sobra.

*Tom Petty - Full moon fever (1989)

El rock estadounidense de autor -aquel vivencial que retrataba bajo un sonido más primario pequeñas historias para hacerse universal- no tuvo un protagonismo apabullante en los 80. Bruce Springsteen, con su estética y estrellato, fue el gran nombre que pudo rivalizar con las estrellas inglesas que invadieron MTV.

Sobre el cierre de la década, Tom Petty hace lo suyo con un disco de melodías redondas, donde resplandece su talento como instrumentista y compositor, y donde exhibe como colaboradores a los camaradas que siempre tuvieron fe en su rock directo y sin artilugios desmedidos: George Harrison, Jeff Lynne, Bob Dylan, Roy Orbison y Del Shannon.

*Mecano - Descanso dominical (1988)

Aunque el rock argentino -en particular Soda Stereo- escribió en esta parte del planeta el manual de cómo un conjunto debe crecer, explotar y hasta crear, la huella de Mecano se adscribió a un sentido más orgánico, donde importan las letras, la estética y la variedad de estilos posibles en un sólo álbum.

La huella dactilar de la banda, esa esencia que hace únicos a un conjunto de creadores, se fortalece aún más en este trabajo, referencia obligada para varias generaciones de artistas en constante metamorfosis, sin sacrificar su capacidad para reproducir grandes hits. De hecho, aquí están No hay marcha en Nueva York, Mujer contra mujer o La fuerza del destino: algunos de los tracks que los eternizaron como parada obligada del catálogo hispanohablante.