Marianne Faithfull (74) dice que perdió la memoria. Para una mujer que fue testigo y protagonista de la era más mitificada del siglo XX -los años 60 en que estuvo de fiesta con los Beatles, en que grabó y amó a Mick Jagger pero lo pasó mejor con Keith Richards, y en que su pareja fue el dealer que precipitó la muerte de Jim Morrison-, es lo más parecido a ver una sala del Louvre hecha cenizas: vestigios de historia pura que se han perdido para siempre.

Alto: el daño no es total. “Recuerdo muy bien el pasado lejano. Son cosas recientes las que no recuerdo. Y eso es espantoso”, expresó a The Guardian en enero, aludiendo a las secuelas que le había dejado el contagio de Covid-19 que sufrió en 2020. Ni siquiera se acordaba cuando los malestares se acentuaron y fue trasladada hasta cuidados intensivos de una clínica londinense.

“Estaba en un lugar muy oscuro. Probablemente era la muerte”, definió en el mismo diálogo. Pero Faithfull no murió. Otra vez. Por enésima vez pudo contar que estuvo a punto de emprender el viaje pero finalmente el despegue no fue definitivo, tal como ha sucedido con otros capítulos que desde los 70 enumeran adicción a la heroína, bulimia, anorexia, abortos, intentos de suicidio, indigencia, cáncer de mama, hepatitis C y la fractura de una cadera después de una cirugía.

La cantante en 1966. FOTO: Terence Donovan a través de la web http://www.mariannefaithfull.org.uk/

En todas esas ocasiones, no sólo zafó de la divinidad que garantiza una muerte joven, sino que también logró seguir respirando gracias a lo más difícil para todo artista acorralado en el encandilamiento que provoca su propio mito: un puñado de discos excelentes que de igual forma sinceraron a una mujer cuyo destino se había descascarado sin remedio. Álbumes incluso muy superiores a aquellos realizados en sus días de juventud divino tesoro.

A partir de 1966, formó junto a Mick Jagger la pareja más representativa de las luces y sombras de ese decenio. El frontman de mirada lasciva que simpatizaba por el demonio junto a una mujer de cuna aristocrática que jamás había querido ser cantante y cuya virtud inicial era poseer el rostro de un ángel recién caído desde el cielo, lo que usó el mánager de The Rolling Stones -Andrew Loog Oldham- para convertirla en su producto estrella, evidencia de un negocio aún machista pese a jactarse de libertario (“parecía ser sólo una torta para el postre”, se autodefinió alguna vez).

Faithfull y Jagger cuando eran una pareja explosiva y fotogénica. FOTO: Michael Cooper a través de la web http://www.mariannefaithfull.org.uk/

Cuando en 1970 terminó su relación con el cantante -frustrada por el segundo plano, sumida en la heroína y tras un aborto espontáneo-, vino la debacle. Mientras los Stones se casaban en Saint Tropez o grababan en la Costa Azul, ella por decisión propia se refugió en el Soho londinense para dormir entre casas abandonadas, yonquies, okupas e indigentes de diversa calaña, casi como una forma de declarar que lo había vivido todo, que la historia de pompa y celebridad había sido tan fortuita que ya no le pertenecía.

Tras casi diez años al borde, el resurgir vino con Broken english (1979), quizás el mejor álbum/menos masivo de una cantautora durante los 70, la década donde las voces femeninas convirtieron sus canciones en cirugías a corazón abierto: debería estar al lado de las obras cumbres de Joni Mitchell, Carole King, Patti Smith o Fleetwood Mac.

Si no lo está, no sólo tiene que ver con cierta falta de justicia que para muchos ha sentenciado la trayectoria de la británica. También guarda relación con su voz tosca, ahogada, poco encantadora -nunca fue un prodigio interpretativo-, deslizándose ya no entre esas guitarras tan rockeras, sino que entre teclados amenazantes, sintetizadores que resuenan como burbujas en un mundo hechizado donde una bruja clama venganza. Por algo Witches’ song se titula uno de los temas situados al inicio del trabajo.

De hecho, siempre ha admitido que, en particular a fines de los 70, sintió un indisimulado remordimiento por Jagger, Richards y todos quienes la elevaron y la dejaron caer, por tratarla a la par sólo cuando se trataba de las fotos, las fiestas y las orgías: Sister morphine, el track que anuncia el cierre de Sticky fingers (1971) de los Stones, fue una composición que escribió junto al grupo, pero los músicos no la sumaron a los créditos hasta 1990. Según argumentaron, creyeron que en su momento la artista podía gastarse todo lo ganado en drogas.

Como homenaje a esos años que le despertaban amor-odio en partes iguales, en Broken... despachó un cover de Working class hero, la proclama obrera con que Lennon también parecía apartarse de su pasado de artificios. Es, por lejos, la mejor relectura que existe de la canción.

Ya desde fines de los 90, Faithfull no ha querido seguir pasando cuentas. Si en un punto se había sentido abandonada por sus camaradas de generación, había llegado el minuto de buscar aliados entre los más jóvenes. PJ Harvey, Beck, Damon Albarn, Mark Lanegan y Jarvis Cocker han aparecido entre sus colaboradores, mientras que James Hetfield, el gruñón amante del pop de los 60, la sumó a la canción The memory remains de Metallica.

Ese mismo pinchazo de sangre moderna le permitió despachar otro disco conmovedor, Negative capability (2018), con su garganta todavía más resquebrajada, con problemas en la columna que la obligaron a grabar apoyada en un bastón, mientras se oye el eco apesadumbrado de quien habla desde la soledad que casi siempre significa el último tramo de la existencia (cuesta no remecerse en el inicio con Misunderstanding).

La también actriz en una imagen de 2016. (Photo by JACQUES DEMARTHON / AFP)

Ayer, la inglesa dio una nueva muestra de su naturaleza invencible a través de la única forma que sabe: editando un nuevo álbum. She walks in beauty es el nombre del trabajo que terminó apenas pudo sortear las consecuencias del coronavirus, producido por Warren Ellis (Nick Cave and the Bad Sees), su gran colaborador del último tiempo.

Por lo mismo, ha dicho que no sólo es su nuevo disco, sino que casi con toda seguridad será el último: la enfermedad ha mermado sus pulmones y ha restringido hasta niveles críticos sus capacidades vocales. Pero con Marianne Faithfull nunca se sabe. La última vez simplemente puede ser el inicio de la siguiente.