Si hay una especie de mito alrededor de George Orson Welles (nacido un 6 de mayo de 1915 en Wisconsin), es que la transmisión de su radioteatro La Guerra de los Mundos (basado en la novela homónima, de H.G. Wells) produjo un nivel de histeria colectiva exagerado. Cuando iban a la guerra, los antiguos griegos solían invocar al hijo del dios Hermes, Pan, para que esparciera la confusión entre las huestes rivales. De ahí la palabra “pánico”. Sin embargo, un documental de 2013 emitido por la cadena PBS pone paños fríos a la situación.
Lo que pasó a contar de las 21.00 horas del domingo del 30 de octubre de 1938, fue que la transmisión de La guerra de los mundos causó un pánico, pero muy pequeño.
El documental de PBS permite explica que de las decenas de millones de estadounidenses que escucharon sus radios ese domingo por la noche, pocos estaban sintonizados con La Guerra de los Mundos. Sin embargo, destaca que ningún erudito ha aislado o extrapolado jamás un número real de giratorios de dial. En esos años, con la tecnología a base del papel y lápiz y rudimentarias máquinas, los datos recopilados simplemente no eran lo suficientemente específicos como para saber cuántos oyentes podrían haberlo escuchado.
Lo más cercano al people meter de la época, explica el documental, era el servicio de calificaciones C.E. Hooper, el cual telefoneó a 5.000 hogares para su encuesta nacional de calificaciones. La encuesta fue: “¿Qué programa estás escuchando?”, de ellos solo el 2% respondió una “obra” de radio o “el programa de Orson Welles”, o algo similar.
De esa forma. el 98% por ciento de los encuestados escuchaba otra cosa, o nada en absoluto, esa noche del otoño septentrional de octubre de 1938. Hay que agregar un factor: el programa de Welles iba a la misma hora de uno de los programas nacionales más populares de la época: Chase y Sanborn Hour, del ventrílocuo Edgar Bergen, un programa de variedades y comedia. Era como poner a Welles contra una rutina de Kramer.
Culpa de la prensa
Pero las leyendas suelen más atractivas que lo real. Así, el documental señala que se debió a una jugada de los periódicos, quienes, descontentos porque las radios estaban acaparando los auspicios, decidieron jugarles sucio. Así, aprovecharon la oportunidad que ofrecía el programa de Welles para desacreditar a la radio como fuente de noticias.
Los periódicos exageraron el pánico para demostrar a los anunciantes y reguladores que la gestión de la radio era irresponsable y no se podía confiar en ella. El señero New York Times tituló “Terror por radio”, y reprochó al dial por aprobar la salida al aire de una “ficción espeluznante” con flashes de noticias “ofrecidos exactamente de la manera en que se habrían dado las noticias reales”.
“La nación en su conjunto continúa enfrentando el peligro de noticias incompletas e incomprendidas en un medio que aún tiene que demostrar ... que es competente para realizar el trabajo de las noticias”, añadió la nota.
Incluso, en el documental se cuenta que en 1954, Ben Gross, editor de radio del New York Daily News, publicó unas memorias en las que recordaba que las calles de Manhattan estaban desiertas cuando su taxi se dirigía a toda velocidad a la sede de CBS justo cuando terminaba la Guerra de los Mundos. Al otro día había que trabajar.
Sin embargo, la leyenda del pánico durante esa transmisión fue creciendo durante los años siguientes. En 1940, un académico disparó el mito en la mente del público basándose en un informe sesgado compilado seis semanas después de la transmisión por el Instituto Estadounidense de Opinión Pública, The Invasion From Mars, de Hadley Cantril de Princeton.
El paper estimó que alrededor de 1 millón de personas estaban “asustadas” por La guerra de los mundos. Una cifra ínfima considerando que, según las cifras de la Oficina de Censo de los Estados Unidos, la población del gigante del norte llegaba a 129,8 millones de habitantes en 1938.
Como sea, La guerra de los mundos acabó convirtiéndose en un clásico post mortem, y cuya leyenda fue más trascendente que la transmisión misma. Basta con hacerse la pregunta, ¿quién habrá leído la novela y escuchado el mito?