La actriz Roxana Campos no recuerda si fue el 24 de diciembre de 1979 o el de 1980 cuando junto a Andrés Pérez presentaron en la Plaza de Armas El viaje de María, pero sí tiene claro que esa obra “era preciosa”, que ella andaba en un carrito que simbolizaba a un burro y que el director se subía a un andamiaje a decir las bienaventuranzas. Y, por sobre todo, se acuerda de que ese día ninguno de los actores del elenco llegó a cenar a sus casas. Estaba prohibido hacer teatro en la calle, así que todos terminaron detenidos en la 1° Comisaría de Santiago. Los dejaron ir unas horas más tarde.
“Él y todos quienes hacían teatro callejero en ese tiempo sentían que había que llevar el arte a la gente para que las personas dijeran ‘qué maravilla que es esto’ y se interesaran en el teatro”, recuerda Roxana.
El posterior perfeccionamiento profesional de Andrés no fue un salto que surgió desde la academia, sino que, justamente, fue impulsado por su trabajo en la calle. En 1982 dirigió la obra de teatro callejero Bienaventuranzas. La entonces agregada cultural de Francia en Chile, Claire Duhamel, fue a una de sus funciones y se dio cuenta de que ese trabajo tenía similitudes con lo que estaba haciendo el Theatre du Soleil. El resto es más o menos conocido. Que lo invitaron a París por tres meses a mirar -sólo mirar- cómo trabajaba la compañía de Ariane Mnouchkine; que le dijo a Ariane que quería ser algo más que un oyente y que ella le respondió ‘claro’ al mismo tiempo que le pasaba una escoba; que un día Ariane le dio la oportunidad de demostrar que era un buen actor y lo dejó subir, sin la escoba, al escenario; que luego de esa prueba sobresaliente ensayó junto a todos e interpretó con mucho éxito a Gandhi en la obra francesa La indiada; y que, finalmente, se quedó 6 años por allá.
En 1986, dos años antes de regresar definitivamente a Chile, vino de vacaciones y montó en la calle la obra Todos estos años junto a Roxana Campos, Francisco Reyes, Willy Semler, María Izquierdo y Aldo Parodi, entre otros. En algunas de las escenas de esa obra, los personajes hacían unas barricadas y, en una época donde los fuegos artificiales de uso doméstico estaban permitidos, recurrían a las famosas “viejas” para simbolizar metralletas en el escenario.
Carmen Romero, en ese tiempo era periodista del Fortín Mapocho, pololeaba con Francisco Reyes y lo acompañaba a los ensayos. “Y, como a Andrés le gustaba integrar a todo el mundo, se le ocurrió que yo fuese la productora. Así que yo me conseguía el andamiaje y los espacios donde iban a actuar que, generalmente, eran frontis de las iglesias, porque Andrés decía que eran lugares más seguros. También pasaba la gorra. Y mi gran misión era distraer o entretener a los carabineros que siempre llegaban a ver qué pasaba”, recuerda la hoy directora del Festival Santiago a Mil.
Un día llegó una pareja de carabineros y Carmen les explicó que era una obra de teatro callejero muy linda y les relató el argumento de la historia, pero sin explicitar su lectura política. Y también les dijo una mentira: que Carlos Flores estaba haciendo un programa de ellos para la televisión. Flores efectivamente tomaba registros con una cámara, pero no había ningún proyecto televisivo.
Muchos años después, eso sí, con entrevistas actualizadas a sus protagonistas, Carlos Flores convirtió esos registros históricos en un documental.
Los carabineros se entusiasmaron con la obra, se reían porque era muy divertida, hasta que, de repente, apareció un uniformado de mayor rango y les interrumpió la fiesta con un “¡qué pasa aquí!”. Uno de ellos se cuadró y, con el choque de botas y su mano en la frente, le contestó muy serio “¡teatro callejero, mi capitán!”
Tras la función, al elenco le dio mucha risa la convicción de este entusiasta espectador uniformado, así que decidieron bautizarse como Compañía Teatro Callejero Mi Capitán.
Luego ese grupo se fusionó con la compañía Teatro Provisorio, de Horacio Videla, y con el Teatro La Memoria, que, en ese instante, dirigía Aldo Parodi. Así nació La Negra Ester y, junto con ella, el Gran Circo Teatro.
La herencia
Hoy, con un elenco renovado y comandado por Rosa Ramírez, el Gran Circo Teatro continúa el legado de Andrés Pérez.
Pero no es el único lugar donde resuenan sus enseñanzas.
Horacio Videla, uno de los fundadores de El Gran Circo Teatro, y actualmente director de la compañía TEATRO ONIRUS, explica: “Andrés traía la técnica del Soleil pero también era coreógrafo y tenía un rollo con la corporalidad. Además, él tomó todas las técnicas del teatro de calle del cual era parte, porque él fundó el TEUCO, el Teatro Urbano Contemporáneo”.
Del Ariane absorbió mucho. Tanto en Soleil como en el Gran Circo la figura de “protagonista” prácticamente no existe; todos los actores prueban todos los personajes. Se trabaja de esa manera hasta que -decía Pérez- “el personaje encuentra al actor” y se hace evidente para todos cuando eso ocurre. Además, es una propuesta que se aleja un poco del teatro realista, porque permite que los actores improvisen hasta encontrar el alma del personaje, sin prejuzgarlo.
“Había una escena del Nemesio Pelao en que se moría un personaje que probábamos la Gala Fernández y yo. Ambas llorábamos cuando ensayábamos la escena. Y de repente el Andrés nos dijo ¿probemos otra cosa? Aunque estén llorando con toda su verdad, no está resultando’. Entonces la escena terminó siendo una cagadera de risa. La enseñanza es que no hay que prejuzgar a los personajes, porque uno no conoce los misterios de la vida”, dice Mariana Muñoz, directora de la obra Amores de cantina y ex Gran Circo Teatro, una clara heredera de Andrés Pérez
Y sigue: “Él puso en valor la exploración en la cultura popular chilena y nos enseñó que el teatro era para todos, que se podía vivir en comunidad”.
A Andrés Pérez no le gustaba hablar de método, pero a muy grandes rasgos esa era su forma de trabajo. A través de esas técnicas, él puso en jaque a la “cultura huasa” simbolizada, entre otros, por Los Quincheros. Él proponía reinvindicar la otra chilenidad, la que nace desde la cultura popular y, mayoritariamente, de los mundos marginales del país como el que, por ejemplo, rescataba Roberto Parra en La Negra Ester.
“Para Andrés y para nosotros lo importante era hacer teatro, no importaba dónde fuera, pero, claro, no teníamos la vocación del teatro burgués con butacas de felpa; nos gustaba más lo masivo. El teatro callejero despierta en el público y en los actores algo que es muy tribal, en el fondo es una comunidad que disfruta su propia cultura”, dice Videla.
El militante de la belleza
Andrés Pérez, quien fue seminarista en su juventud, sentía verdadera devoción por el teatro y se declaraba “militante de la belleza”. Su propuesta era encontrarse con la gente, integrar mundos diferentes, por eso le gustaba dejar camarines abiertos y que el público fuese a ver a los actores en el intermedio. Y por eso estaba tan feliz de que, en una de las últimas funciones de El Principito en la Plaza Bogotá del Barrio Matta, los niños inesperadamente subieran al escenario.
Mariana Muñoz reflexiona: “Él tenía una predisposición a salirse de los lugares no tradicionales y a encontrar nuevos espacios como el Teatro Esmeralda o las Bodegas Teatrales de Matucana. Le interesaba el uso del espacio público, y creo que eso tenía que ver con el objetivo de ir a la gente y no esperar a que los públicos vinieran a los centros establecidos para las artes”.
Pérez incursionó en diferentes formatos, incluso hizo óperas, reconquistó el teatro Esmeralda, secuestró las noches con sus fiestas Spandex y, en sus últimos años recuperó las bodegas de Matucana, el lugar de donde fue expulsado un año antes de morir. Pero su amor por el teatro de calle se mantuvo intacto. “Poco antes de que se muriera, hicimos El Principito. Estrenamos en la Plaza de Armas y luego itineramos por diferentes plazas de Santiago. Él decía que el sentido de esa gira era devolverle la belleza a las calles”, dice Mariana Muñoz.
Esa obra se ensayó por meses en las Bodegas de Matucana y tuvo el apoyo de la Municipalidad de Santiago para su itinerancia.
“El único pie forzado que pedimos para hacer esa itinerancia fue que Lavín -alcalde de Santiago entonces- no saliera en las fotos y él estuvo de acuerdo. Nos tiró un salvavidas”, dice el actor Ivo Herrera, ex Gran Circo Teatro.
Cuando se habla del legado de Andrés Pérez hay que tener en cuenta que los tiempos no son los mismos. Lograr que un actor hoy se dedique por tiempo completo a un proyecto de ese tipo es prácticamente imposible. Ivo Herrera dice: “Vivimos en el siglo XXI donde está la obligación de producir algo rápido para poder mostrarlo comercialmente y sacar la rendición económica correspondiente. Anda a decirle a Fondart que te quieres demorar 6 meses en ensayar, no te lo va a permitir”.
Y Mariana aporta otra característica del teatro de Andrés. “Hay creadores herméticos a los que no les importa tener poca audiencia y está bien porque son exploraciones de otro tipo, pero él quería generar acontecimientos, espacios de comunidad, de encuentros afectivos y cariñosos”.
Quizás eso explica el éxito internacional de La Negra Ester, una obra que, dicho sea de paso, también se estrenó en la calle, en la Plaza O’Higgins de Puente Alto. “Yo nunca he conocido a nadie en ningún lugar del mundo que supiera insertar su trabajo como una pieza imprescindible del mundo social”, dice Horacio Videla y cuenta que a Andrés le asombraba que los críticos de teatro sólo comentaran la obra y que no hablaran, por ejemplo, de que habían recuperado un espacio como el Teatro Esmeralda, y de que en el intermedio había fogones: “Le asombraba que no fuesen capaces de leer ese mundo colateral que también es parte del espectáculo”.
Porque para Andrés eso era lo esencial; el público. Hacer una fiesta para ellos y nunca, por ningún motivo, suspender una función. Carmen Romero, directora de Santiago a Mil y entonces productora de La Negra Ester, cuenta: “Andrés era como un monje del teatro. Decía que mientras duraba una función, nunca iba a pasar nada malo. Una vez suspendimos una función al aire libre en Módena, Italia, mientras él estaba en París. Y él me llamó para saber cómo nos había ido. Le dije que había lloviznado un poco, que el cielo estaba negro y que, por eso, suspendimos. Y me dijo ‘pero por quéeeee suspendieron, ¿y llovió finalmente?’, ‘no’ le dije yo. Y él me contestó ‘no debiste suspender, si tú sabes que cuando hay teatro, no llueve’”.
Se lo decía porque, efectivamente, ella lo ‘sabía’. Cuando se hicieron las primeras funciones de La Negra Ester, en diciembre de 1988, pasó lo que nunca pasa en diciembre: llovió. Llovió con pica una noche anterior a una función. Pero en el día acampó un poco. Y aunque todos querían suspender, porque no sabían si nuevamente caerían gotas, Andrés les aseguró que durante la función no llovería. Efectivamente fue así. “Estaban todas las graderías mojadas, pero la función se hizo igual”, dice Carmen Romero.
Por ese tipo de cosas, cuando murió Pérez, el director teatral Fernando González dijo: “Andrés Pérez tenía claro que uno puede hacer lo que quiera con su vida, siempre y cuando la función sea lo más importante, por eso siempre provocaba ese positivo nervio del estreno, porque, como él decía, ‘para el público una función siempre es su estreno’”.
Día del teatro, a celebrar
Este 12 de mayo, en Teatroamil.tv conmemorarán el natalicio de Pérez con cinco registros históricos y gratuitos, entre ellos el documental Teatro callejero, mi capitán, dirigido por Carlos Flores, y De la pérgola a la negra, un concierto musical que incluye a parte del elenco original de La Negra Ester.
Además, la Red de Compañías Teatrales de Chile, a través de una serie de intervenciones en distintas zonas del país, recordará la performance que realizó la compañía El Gran Circo Teatro tras la expulsión de las Bodegas Teatrales de Matucana.
La Acción M11 será transmitida en vivo desde las 8:00 am del 11 de mayo, a través de la página de YouTube de Compañías Teatrales Chilenas en Red.