Qué interesante se convierte la vida cuando hemos dejado de ser parte de ella. Este consejo de Oscar Wilde lo vengo siguiendo hace un rato. Miro las noticias a la espera de cualquier embate, contratiempo o sorpresa. El vértigo me traspasa y en ocasiones me lleva a la carcajada y, en otras, a la confusión. Líbrese quién pueda del hastío y las malas vibraciones. Rescato una lectura y registro lo que diviso.
Isla decepción. Es el título de la novela de Paulina Flores. La recomiendo, definitivamente. Años atrás publicó la colección de cuentos Qué vergüenza, de indudable calidad. Con este libro se lanza en una historia de marineros y emigrantes en el extremo sur. Se lee con placer, la prosa es precisa, llena de matices e imágenes, con un ritmo que mantiene la atención. Tiene momentos cinematográficos, los diálogos están escritos con oído y pulso. Aparecen barcos pesqueros, familias, amores. La intimidad, la violencia y la ternura se juntan y tensionan en este libro arriesgado y emocionante. La contundencia narrativa de Isla decepción, inspirado en hechos reales, certifica que estamos ante una autora con un estilo denso y vertiginoso, que muestra personajes golpeados por la circunstancias sociales. Su bisturí es filudo: cala y desmonta lo que describe con verosimilitud. Involucra al lector y lo sacude.
Lectura: El aumento en el consumo de libros es de las pocas noticias positivas. Una oportunidad que las autoridades deberían aprovechar. Chile no tiene una política para mejorar la comprensión lectora de millones que no entienden más de dos párrafos, no obstante, firman contratos y se endeudan. Son analfabetos funcionales. Darle importancia a la lectura –en cualquiera de sus formatos– es necesario para salir de la pobreza. Los constituyentes tendrán la facultad de mover aspectos que ayuden a densificar el estatuto formativo del país, su matriz cultural. La discusión está volátil, frívola y violenta. Hay que darle espesor al discurso del país a la hora de redactar una Constitución.
Matinales. Ver televisión desde el palco de la alta cultura es ridículo. Hacerlo con inocencia, en calidad de zombi dopado, tampoco es una opción. Observarlos en plan antropológico es quizá esencial para entender la cultura que impera. Los matinales, por ejemplo, tienen una estética de cotillón desde que fueron creados, como si estuvieran a punto de celebrar no se sabe qué. Quienes más opinan son los conductores, que deberían pasar la palabra. Y cuando hablan no es a título personal, sino que utilizan un “nosotros” que los convierte en supuestos representantes de los espectadores. Ni informar, ni generar conciencia. Como plaza pública no cumplen con requisitos mínimos de pluralismo e integridad intelectual. Cero aporte a la cultura. Están para aleonar y sacar risas a punta de brutalidades.
Libertad. Palabra que no se está pronunciando lo suficiente. Muchos políticos –de izquierda y derecha– la sacaron de su vocabulario, no saben darle un significado fuera del plano económico. Cometen un error. La libertad y la igualdad no se excluyen en lo cotidiano. Es una ficción perversa oponerlas. Es un concepto determinante para el futuro. Y en lo inmediato, estamos atrapados en una situación pandémica donde lo policial se confunde con una dictadura sanitaria. Por otra parte, la tecnología asedia con el negocio de la información privada. Huir de las zonas de comodidad es urgente, pues son las redes invisibles que disminuyen el espectro de lo real.
No hay futuro: Es la consigna de moda. El apocalipsis se predica en varios ámbitos, en particular, en la ecología y en las ciencias ocultas. La historia de la idea del fin del mundo está descrita minuciosamente en el libro Rastros de carmín, de Greil Marcus. Ha tomado diversas modalidades: religiosas, políticas e individuales. Se expandió con facilidad durante la Edad Media y vuelve cíclicamente. La última vez fue en los años setenta y, sus íconos, los punks. La violencia y la soledad están asociadas a esta imaginario, al igual que la muerte y sus máscaras. La distancia ante el paisaje del horror ayuda a darse cuenta que es un relato que excita y perturba.
Pamela Jiles y la Quintrala: La personalidad de la diputada quizá hay que indagarla a partir de un antecedente histórico: la Quintrala, sobrenombre de Catalina de los Ríos y Lisperguer. Sí, a ese personaje de la Colonia que se ha convertido en un arquetipo del poder femenino en su expresión nacional. Benjamín Vicuña Mackenna la describió en sus escritos con detalle. Son hijas de la clase alta adinerada, atractivas físicamente, crueles y amenazantes. La Quintrala ha sido revisitada en calidad de heroína otras veces. Fue representada en una vieja telenovela por Raquel Argandoña, mujer de estirpe afín. Su capacidad para generar miedo la hace popular. El atractivo de la destrucción la envuelve, y la sagacidad le permite mantenerse viva con la energía del sadismo. Más inteligente e intuitiva que sus enemigos, le gustan las leyes para romperlas y ocuparlas en contra de quienes somete, con la irracionalidad de los mitos.