A los 22 años, con seis películas estrenadas, Kate Winslet se podría haber convertido en la segunda intérprete más joven de la historia en obtener un Oscar a Mejor actriz. De haber logrado la estatuilla en la ceremonia de 1998 por su protagónico en Titanic (el galardón fue para Helen Hunt por Mejor… imposible), sería hasta hoy la segunda más precoz en ese listado, incluso por sobre Jennifer Lawrence.
En una época en que la ruta de ascenso en Hollywood era mucho más rígida para sus nuevos talentos, un eventual triunfo a esa edad habría transformado la carrera de Winslet en otra cosa. Quizá no habría cocinado su estupenda hilera de papeles en la década siguiente, en que lo hizo prácticamente todo y casi todo a un nivel sobresaliente: desde la dulzura de Descubriendo el país de Nunca Jamás (2004) hasta la devastadora crudeza de Secretos íntimos (2006) y el viaje onírico y romántico de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004).
Con una victoria tan temprana en los Premios de la Academia, reconocía la actriz británica en 2015, “hubiera sentido la presión de haber hecho algo y tener que mantener ese nivel de racha ganadora. En vez de eso, pude seguir trabajando y esforzándome”.
De nuevo a contramano de lo que dictaban las tendencias de la industria, la intérprete eligió como uno de sus papeles estelares tras ganar -por fin- el Oscar en 2009 (El lector) el rol central de una miniserie de HBO. Dirigida y coescrita por Todd Haynes (Carol) a partir de la novela de James M. Cain, Mildred Pierce proporcionó cinco horas de Winslet indagando en las tempestades de una mujer y su familia en medio de la Gran Depresión.
La actriz en su momento aseguró que se imaginaba volviendo a cargar a futuro con una historia de esa extensión y peso dramático, pero no de inmediato. “Fue absolutamente absorbente”, dijo sobre el papel que le dio su primer y único Emmy.
Una década después, cuando todos sus colegas se pelean por encabezar nuevas historias en la televisión, Winslet volvió a HBO para encarnar otro personaje contundente en una miniserie, esta vez en forma de un thriller policial que registra los crímenes de un pequeño pueblo de Pensilvania. Su protagonista en esa producción hoy en pantalla, Mare of Easttown, es una policía pero –acorde a buena parte de su recorrido actoral– tiene retazos poco habituales en el género: la rodea el tormento, tras la muerte de su hijo y los estragos que dejó su divorcio, y al mismo tiempo una dosis de desidia y cinismo como respuesta a un mundo que es demasiado abrumador y complejo.
La actriz australiana Angourie Rice interpreta a su hija en la historia y habla de su experiencia compartiendo con “una leyenda de la industria”. “Ella trajo mucha energía, alegría y humor al set”, define en diálogo con Culto. “A ella realmente le importaba la serie y se preocupaba por la gente que trabajaba. Y eso es realmente inspirador y admirable”.
Un despliegue que puede explicarse por el rol de productora ejecutiva que tuvo Winslet, involucrada de cerca en las decisiones creativas y a diario presente en las grabaciones. Pero esa es la trastienda. En escena la actriz encarna a Mare, “un desastre la mayor parte del tiempo”, como ella la definió, con un sentido de familiaridad y una cuota de enigma, una técnica interpretativa envidiable curtida en el trabajo silencioso más que en las luces del estrellato.