Sergio Larraín: las otras caras del mayor fotógrafo chileno
El único fotógrafo nacional en integrar la agencia Magnum es el foco del documental Sergio Larraín: El instante eterno, que debuta este viernes 4. Un viaje por sus tensiones familiares, su repentina reclusión en el norte ligado al misticismo y las críticas de quienes lo consideran un artista inconcluso. “Sus demonios lo traicionaban”, señala el director del filme, Sebastián Moreno.
Una vida de 80 años permite idas y vueltas, un recorrido que puede albergar una mescolanza de dolores, alegrías y traumas. Si la figura de Sergio Larraín Echeñique (1931-2012) sigue fascinando es en buena parte porque está atravesada por lo excepcional y parece aunar varias vidas en una, cada cual más enrevesada y contradictoria que la otra.
El chileno fue tanto un fotógrafo renombrado mundialmente, parte de la reputada agencia Magnum desde 1959 hasta su muerte, como también un padre muchas veces ausente y un hombre mayor que ejerció como maestro espiritual de los habitantes del pueblo de Tulahuén, donde terminó pasando casi la mitad de su existencia.
Encarnó la forma de un tipo reservado y de temperamento cambiante para sus amigos y familiares, y un muro infranqueable para cualquier mirada ajena, un misterio que incluso permaneció tras su fallecimiento. Aunque esa idea, sostiene el director Sebastián Moreno (49), terminó siendo más bien un mito. Una vez que decidió acercarse a la vida y obra del fotógrafo chileno más prestigioso, el documentalista dice haber confiado en la práctica de una investigación guiada por la falta de expectativas, en especial al momento de intentar acceder al círculo íntimo de un hombre “siempre en retiro, en fuga”, define.
Inesperadamente, en medio del proceso que el realizador comenzó hace seis años encontró una serie de tomos que contenían cartas de autoría del fotógrafo, empastados por él mismo y nunca publicados íntegramente. Apareció el Sergio Larraín epistolar, una de las revelaciones que contiene su largometraje documental Sergio Larraín: El instante eterno, que se estrena este viernes 4 en Punto Play (hasta el domingo 6).
“Me llevo pensando en mí mismo y eso es malo. Cuando uno piensa demasiado en uno mismo, se va haciendo cada vez más difícil pensar en muchas otras cosas. Y muy difícil meterse con otra gente. Uno comienza a soñar lo rico que sería abrazar a una persona, no importa quién, y que esa persona a uno lo quiera harto. Y luego uno se da cuenta que eso es malo y comienza a pensar en Dios y en Cristo”, es parte de una de las misivas que le envió a su hermana Luz desde Estados Unidos, cuando con 18 años partió a estudiar Ingeniería Forestal, un momento decisivo en la vida de quien fuera un niño “flacucho, un poco tímido y solitario, un hombre solo en la casa con tres hermanas mujeres”, según explica ella en el filme.
La carta ilumina una época de desarraigo de Larraín con sus orígenes y en particular con su padre, Sergio Larraín García-Moreno, decano de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica y más tarde fundador del Museo Chileno de Arte Precolombino. Un vínculo difícil que también se evoca en otra misiva que revive en el documental: “Papá, te quiero decir que nunca vas a tener el hijo que tú quisiste tener”.
Moreno, además, accedió a escritos de la época en que Larraín ingresó a Magnum y otros de incluso sus últimos años. “Al final de su vida lo que más hizo fue escribir cartas, era su forma de estar conectado con sus amigos y con su familia. Lo que pasa es que a veces estas eran muy duras, porque él no se guardaba nada, no se medía. Era muy mandón, muy categórico”, señala el cineasta de La ciudad de los fotógrafos (2006).
Gracias al acuerdo al que llegó con la agencia Magnum, el documental rescata buena parte del trabajo que desarrolló en su carrera, desde su conocida historia junto al jefe de la mafia siciliana en 1959, cuyas fotos se vendieron a decenas de medios en el mundo, hasta su labor en Chile, incluidos sus retratos de niños pobres de Santiago a mitad de siglo y su obra en Valparaíso por cerros, bares y prostíbulos. La cooperativa francesa a la que Larraín llegó a fines de los 50 mediante el fundador Henri Cartier-Bresson preserva la mayor parte de su obra, e incluso hay archivos que aún no han sido digitalizados.
También, de acuerdo a lo que cuenta Moreno, alberga una particularidad: el chileno es el único fotógrafo de la agencia que no aparece en el libro que contiene las hojas de contacto de sus miembros. “Quizás en el minuto en que se hizo el libro le preguntaron y él dijo que no, como estaba en esta postura de que no mostraran su trabajo”, sugiere.
El monje de Tulahuén
El Sergio Larraín fotógrafo en la cresta de la ola duró poco. A fines de los 60 decidió retornar a Chile, cambió su relación con la agencia francesa a colaborador y, fiel a su espíritu inquieto, dio un viraje total.
Algunos como Josef Koudelka no se lo perdonan. “Tenía un talento enorme, pero incompleto. No ha hecho un trabajo completo”, le dice a Sebastián Moreno en el documental, gracias a una improvisada entrevista que concretó mientras estaba filmando en la cooperativa en Francia y le recordó al nacido en Checoslovaquia una carta que él le mandó a Larraín, donde le decía “no me mandes más cartas, mándame fotografías”.
“Lo que le critican mucho los amigos artistas es que fue un artista inconcluso. Cortó su carrera profesional justo en el mejor momento”, apunta Moreno. “Y en estricto rigor es verdad, le quitó energía a ese trabajo fotográfico, que no necesariamente tenía que ser un trabajo por encargo”.
Tras una experiencia transformadora con el grupo Arica, liderado por el gurú boliviano Óscar Ichazo, Larraín se recluyó en Ovalle y en el pueblo precordillerano de Tulahuén en los 70. Así inició una segunda mitad de vida ligada al misticismo y el ostracismo, en que tuvo nuevos discípulos en sus talleres de yoga, pero debilitó sus contactos con el mundo de la fotografía, aunque nunca abandonó Magnum ni dejó de enviarles su trabajo.
El director de Guerrero (2017) cuenta que desistieron de participar en el documental artistas amigos del fotógrafo, como Sheila Hicks y Alejandro Jodorowsky, al igual que su primera esposa, la peruano-francesa Paquita Truel, madre de su primera hija, Bárbara (quien sí da su testimonio en el filme y se reencontró con él en su vida adulta). También hubo una negativa casi total entre quienes lo conocieron en Tulahuén.
“Muchos no querían hablar, porque seguían un poco esta doctrina que Sergio propagó, que tiene que ver con alejarse de la vanidad y el ego. El solo hecho de dar una entrevista ‘les alimentaba los perros’, como él decía”, indica Moreno. “Otros, como Óscar Gatica, comprendieron que era importante compartir la experiencia de vida”. Del mismo modo, el mediero del fotógrafo en la IV Región, Aroldo, le cedió un video fundamental de la película, en que se aprecia a Larraín vinculando su faceta espiritual y artística.
Otro aporte clave es el de Juan José Larraín, el hijo que tuvo con Paz Huneeus y al que se llevó a vivir a Tulahuén pese a la resistencia de su madre. Sus palabras dibujan la compleja relación con su papá, un hombre plagado de claroscuros.
“Eso fue una piedra en el zapato de Sergio, no tuvo buenas relaciones íntimas. Ahí estaba su locura tal vez, en el sentido de que los demonios lo traicionaban”, plantea Moreno.
Más que abogar por la creación de una fundación en torno a Larraín (hoy inexistente pese a su fama mundial y que ha sido foco de diversas muestras en el extranjero), el director apela a que se levante un centro nacional de la fotografía que dependa del Estado y que tal vez por esa vía se pueda canalizar una eventual repatriación de su archivo histórico desde Magnum.
Por ahora, se refiere a cuánto del enigma del fotógrafo chileno se puede disipar con su largometraje: “La película ofrece pistas para que uno construya su propio Larraín. Pero creo que también se abren muchas nuevas preguntas sobre su material, sobre su vida, sobre el grupo Arica, sobre qué pasó con todos estos personajes que lo rodearon”.
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