“La vida no está separada de las obras”, declara más de una vez Vicente Ruiz (1958), actor, director, coreógrafo, dramaturgo, profesor de danza, videísta y gestor cultural, además de figura clave de la performance, la vanguardia escénica y la resistencia cultural en Chile desde la década del 80.
A partir de esa sentencia se puede entender todo su trabajo desde entonces y también su reaparición en escena: este jueves 3 de junio, tras casi una década, Ruiz presentará su primer protagónico en una pieza unipersonal y performática, La desaparición del tiempo, una obra que define como muy conectada con el presente y que debuta en la plataforma de streaming Escenix, con acceso gratuito entre las 21:30 y 22:30 horas de ese día (luego quedará alojada en el sitio y podrá verse con entradas a $990). Una pieza registrada en una sala sin público y que -entre otros temas- aborda la vida virtual, el encierro planetario y la restricción en las libertades durante la pandemia.
“Yo tenía una necesidad imperiosa de hacer algo con esta nueva edad mía. Esta ‘edad vieja’, o como queramos llamarlo. Y constatarme como intérprete y como creador en el hoy, en el encierro. Es como abrirse y contactarte con los demás a partir de contenidos que corresponden a lo que uno hace hoy día y a lo que nos ocurre a todos con esta cosa, que no sabemos dónde estamos. Porque estamos conectados pero estamos encerrados. ¿Entonces dónde estamos realmente?”, se pregunta el artista, quien con más de 60 años volvió a bailar sobre el escenario.
“Estoy muy contento, porque es una obra actual mía, donde me presento como estoy hoy”, agrega Ruiz, quien durante el año pasado estuvo como curador de un ciclo en Escenix de diversas propuestas performáticas online, a cargo de talentos jóvenes del continente. En paralelo, en el último tiempo, instituciones como el Museo de la Memoria y los DD.HH. han rescatado y vuelto a exhibir algunas de sus obras icónicas. Entre ellas, Travesti Shakespeare, performance que montó en 1988 y que es reconstruida en un documental de Enzo Blondel estrenado la semana pasada.
Pero Ruiz dice que no quiere quedarse sólo en la memoria, que necesita seguir pensando hacia adelante, como ha sido la constante en su carrera. Cuenta que la pandemia y el estado de las cosas lo motivó para volver a lo suyo. “Yo no bailaba desde el año 2014, que fue la última vez que bailé en México. A pesar de que soy una persona todavía entrenada, desde 2019 que no corro en la calle, entonces yo mismo no estaba seguro de poder resistir la exigencia de hacerlo”, explica.
“La gente que bailaba que es de mi edad, ya no baila. Nadie baila. A lo más, algunos, bastante menores, se dedican a hacer clases. Tenemos que permitir que la gente asuma en su edad la danza, la danza interpretativa o la performance”, reflexiona.
¿De dónde surge el concepto de “la desaparición del tiempo”?
Es un concepto que tiene que ver con la aparición y la desaparición. Existir es lo mismo que ir dejando de existir. Cuando existes en el tiempo, al mismo tiempo se te está acabando el tiempo. Entonces, en ese sentido, la presencia, que aparece a través de la tecnología, también es una desaparición de la presencia. Eso hace posible el sexo virtual, la educación virtual, la medicina virtual. Al final no hay nunca un “algo”. Hay una aparición y una desaparición. Antonin Artaud decía que la vida no está separada de la obra, y que en el caso de la peste, se genera una crisis en donde no hay casi gobernabilidad, no hay institucionalidad. Entonces el llamado es que el arte desestime la institucionalidad del mercado y sus reglas.
¿Cómo ve el diálogo entre la performance y las plataformas virtuales o de comunicación actuales? ¿Hay una relación simbiótica allí?
Para todos es inevitable el recurso de las redes. En ese sentido, ya cambió para siempre. Pero ya había cambiado: la danza ya venía avanzando con la video danza hace como 10 o 15 años, estaba el videoarte, ya venían cosas. El teatro se demoró un poco pero ya tenemos otro teatro que no va a morir. Yo este semestre hice clases de danza virtual y la verdad es que los cuerpos de los jóvenes se transformaron. Yo lograba sentirlos cuando daban y ellos lograban sentirme a mí cuando yo entregaba. Hay algo ahí, que tiene que ver con una suerte de empatía a la distancia, que pasa mucho con el sexo virtual. Estamos frente a un lenguaje, uno que estamos llamados a asumir y que todavía puede entregar más. Y que no tiene nada que ver con dejar de sentir, a mí me parece un fenómeno muy interesante que no necesariamente es destructivo.
Han pasado varios años desde su última aparición en una pieza performática. ¿El escenario actual del mundo fue lo que lo inspiró y lo motivó a volver a subir al escenario?
Esto (la pandemia) me revitalizó. No es lo mismo, pero las primeras performances que hice, como Hipólito, en los años 80, eran como la aparición del cuerpo después de una desaparición del cuerpo. Veníamos de un período político donde había desaparecidos y el cuerpo estaba secuestrado, encerrado en el toque de queda, como hoy. Entonces, cuando aparece Hipólito con 20 personas en escena, piscinas, motos, desnudos, hombres con vestido, ahí el cuerpo empieza a aparecer. Y con el cuerpo aparece una generación, que el summun de eso es la performance que hicimos con Patricia Rivadeneira, que cumple 30 años en 2022.
La desaparición del tiempo no es el único proyecto que hoy tiene ocupado a Ruiz. “Ahora estoy preparando una nueva pieza en torno a El Gavilán de Violeta Parra, estoy muy metido estudiándola”, adelanta. “Hay como 8 o 9 grabaciones de esa canción y cada una es distinta que la otra. Cada una tiene una diferencia, de canto y de interpretación de la guitarra, entonces es una pieza que no se sabe cuál es la verdadera. Como la performance, tiene esa acción de lo efímero y de lo de única vez”.
En paralelo, Matías Cardone y Julio Jorquera (Mi último round) trabajan en un nuevo documental en torno a la figura y la obra de Ruiz. Titulado El tiempo real -en honor al nombre de la metodología de su trabajo performático-, se estrenará en 2022 y tendrá entre sus personajes a Patricia Rivadeneira, la actriz que creó Escenix e histórica colaboradora creativa del director, con quien trabajó en piezas como la mencionada Hipólito, Chilena Dignidad, con el colectivo las Cleopatras y junto a la cual, hace 29 años, sacudió a un Chile en transición con un desfile de modas en el Museo Nacional de Bellas Artes, en el que la actriz se desnudó, crucificó y envolvió con la bandera chilena.
La acción, que motivó una extensa y escandalizada cobertura de la prensa de la época (”Barbaridad en el Bellas Artes” y “Terremoto por desfile porno” fueron algunos de los titulares de los diarios en aquel entonces), será además parte de una muestra programada para el próximo año en el mismo Museo de Bellas Artes, titulada Under: del Trolley a Matucana 19. Será el regreso de Ruiz al recinto y una forma de fijar y poner en perspectiva un trabajo que por naturaleza es único e irrepetible, a través del cual, desde los años 80, visibilizó temas tabú y algunas grietas de la agenda pública de la transición a la democracia, como la causa mapuche, Colonia Dignidad y la censura.
“Ese momento se acabó en 2019. Fue de 1990 hasta el 2019, se acabó con Lastesis, Delight Lab, entre otros”, dice en relación a algunos de los proyectos que más lo han remecido últimamente y sobre lo que considera un quiebre en las formas de las acciones de arte en Chile, que actualmente se mueven en el espacio público y en categorías algo más inclasificables.
A pesar de ese cambio de escenario, a la incertidumbre en el ambiente y a la escasa actividad presencial para las artes escénicas, Ruiz parece entusiasmado con un caótico presente que, en su caso -y tal como hace más de tres décadas-, vuelve a ser catalizador de ideas, críticas y búsquedas. “Hay nuevamente presión, opresión, represión y sensación de impunidad frente a la ley. Hoy lo que tienes es sólo tu cuerpo, encerrado, y eso debe empezar a extenderse, a buscar la forma en que este cuerpo, a través de un lenguaje que se tiene que inventar todavía, tome contacto con los demás”.