¿Cómo se vive cuando se tiene un padre famoso, pero no célebre?, ¿Cuando ese hombre es juzgado por la historia y los ciudadanos? Eso le pasó al escritor peruano Renato Cisneros (45).
Su progenitor fue nada menos que el general Luis Cisneros Vizquerra, “el Gaucho”. El “duro” del régimen de Francisco Morales Bermúdez a mediados de los ’70. El hombre que desde su escritorio decidía la vida o la muerte de los opositores de izquierda. Luego, repitió ese rol, como ministro del Presidente Fernando Belaúnde Terry, y el enemigo era el grupo guerrillero Sendero Luminoso.
La distancia que nos separa se titula el volumen que Cisneros hijo escribió contando la historia de su padre, fallecido en 1995, pero también busca hallar sus orígenes y poder entenderse. Para eso, hizo una concienzuda investigación que lo sumergió en los archivos familiares, y llegó incluso hasta su tatarabuela. Por supuesto, encontró más de una sorpresa. El libro fue publicado en 2015, pero acaba de volver a reeditarse vía Alfaguara.
“Es mi historia y, por sobre todas las cosas, es la posible historia de los lectores con sus padres. Me gusta pensar eso: que por muy íntimas que se sientan estas páginas, son capaces de retratar otras vidas, otras relaciones padre-hijo, otras tensiones domésticas”, dice Cisneros a Culto.
Cisneros Vizquerra tenia plena conciencia de rol, y lo alimentaba con declaraciones polémicas, como: “he escuchado decir que los muertos durante el toque de queda pasan de un millar. Eso es falso, no deben pasar de la docena”, “Si quieren hablar de represión en el Perú, digamos que hay una represión selectiva”.
¿Cómo has podido sobrellevar el recuerdo del padre con la imagen pública que él mismo alimentaba con sus declaraciones?
La izquierda detestaba a mi padre y la derecha lo veneraba. Su presencia polarizaba al ambiente político de toda una época. Pero los villanos no son villanos todo el tiempo. Un hombre como él, duro, inflexible, también tenía momentos de vulnerabilidad, así que sobrellevo su recuerdo recordando que fue un hombre lleno de contradicciones, y amo su recuerdo precisamente por esas contradicciones.
¿Cómo se vive siendo hijo de un personaje como Cisneros Vizquerra?
A pesar de discrepar con muchos de sus puntos de vista y de sus acciones, soy un orgulloso hijo suyo. Igual me toca lidiar con su bien ganada fama de represor y violador de derechos humanos. De tanto en tanto en las redes sociales surge algún despistado que cree insultarme recordando quién fue mi padre. No sabe esa gente que, si volviera a nacer y pudiera elegir qué padre tener, escogería al Gaucho Cisneros. Su personalidad llena de luces y sombras fue la mejor herencia que como escritor he podido recibir.
¿Qué es lo complicado de exponerse de esta manera en un libro?
Lo complicado fue escribir sin concesiones, sin pensar en los daños colaterales, sabiendo que muchos iban a sentirse traicionados y que no podía hacer nada al respecto.
¿Qué tal fue reencontrarte con estas páginas luego de cinco años?
Un poco extraño, como todo reencuentro. Más que por el resultado narrativo en sí, he sentido sana envidia por la energía y el tiempo que invertí en la investigación. Ojalá vuelva a tener aquella capacidad de involucramiento y tesón con futuros proyectos.
“Siento haberlo conocido más de muerto que de vivo”
De los antecedentes de tu padre que encontraste en la investigación, ¿cuál fue el que más te sorprendió?
En el ámbito sentimental, el retrato que de él hace mi abuelo en diversas cartas, y las propias cartas que mi padre escribió a los veinte años. Era un joven emotivo, lleno de dudas, muy parecido a mí a esa edad y muy distinto del hombre impenetrable y seguro de sí mismo que me tocó conocer. En el ámbito político, lo que más me sorprendió (o incomodó) fue saber que mi padre escondió en nuestra casa a un militar argentino acusado de genocidio (Guillermo Suárez Mason), e imaginar que durante la guerra contra el terrorismo en Perú pudo haber ordenado la tortura o desaparición de detenidos.
¿Cuándo comenzaste a tomar conciencia de ser el hijo del ministro de un régimen militar?
Mientras estuvo vivo, fui un admirador innegociable de mi padre. Disfrutaba verlo en la televisión, saberlo famoso. Solo con la investigación comprendí la magnitud de su importancia en el Ejército, y la trascendencia y gravedad de todo cuanto decía respecto a cómo exterminar a Sendero Luminoso. Siento haberlo conocido más de muerto que de vivo.
Por el rol público de tu padre, ¿crees que conociste más al hombre Luis Federico Cisneros o al Gaucho, el personaje público?
Ambos. Me interesaba explorar todas las facetas del Gaucho y desmitificarlo. Por ejemplo, saber cómo había sido en su rol de amigo, de soldado, de amante, de hijo, de ministro, es decir, cómo actuaba fuera de la paternidad, cuando sus hijos no lo veíamos. A los hijos nos educan para no husmear a los padres, pero los escritores sentimos una fascinación temeraria por aguaitar ahí donde se nos ha pedido no inmiscuirnos.
Con el tiempo, ¿sigue existiendo una distancia que los separa a él y a ti?
La distancia entre ambos era básicamente generacional e ideológica. Pero con los años voy comprendiendo mejor el carácter del Gaucho. Es curioso: cuando uno es niño demanda de sus padres una coherencia moral y ética que solo en la adultez adviertes que es imposible de mantener. Mientras más años pasan me siento más cerca de él. Envejecer es eso: parecerse al padre.
“El panorama es desolador”
Pese a residir en España, Cisneros no es indiferente a lo que ocurre en su país natal, donde este domingo se celebrará la segunda vuelta presidencial con dos candidatos de polos diametralmente opuestos. Pedro Castillo, por la izquierda; y Keiko Fujimori, por la derecha.
¿Crees que con la llegada de quien gane se solucionarán en parte los problemas políticos que ha vivido el Perú en los últimos años?
Nada más alejado de la realidad. Gane quien gane, el país vivirá una larga temporada de conflictividad social. Ninguno de los candidatos obtuvo una votación realmente representativa en la primera vuelta, de modo que su legitimidad está en discusión. El problema con Castillo –además de avivar el fantasma del comunismo– es que llegaría al poder sin mayoría en el Congreso y sin el respaldo de los poderes fácticos (la Iglesia, la empresa privada, los medios). El problema con Fujimori es exactamente el contrario: tomaría el poder con el aval de todos esos actores, sin más contrapeso que el que pueda ejercer la sociedad civil. Ambos son un peligro, sus regímenes pueden devenir totalitarios. Es un momento muy crítico para el Perú.
¿Tienes decidido tu voto?
Me parece importante fomentar el voto de conciencia, sea este por Keiko Fujimori, por Pedro Castillo, en blanco o nulo. A mí los dos candidatos me parecen impresentables, no puedo respaldar a ninguno. Entre la ruina económica y la ruina moral, elijo el voto de protesta.
¿Qué expectativas tienes para el Perú a partir de esta elección?
Pocas y malas expectativas. Lo cierto es que el modelo económico necesita reajustes. La izquierda radical quiere cambiarlo por completo, pero no tiene forma constitucional de hacerlo. Si la izquierda gana este domingo, no puede descartarse que las fuerzas políticas opositoras busquen la vacancia de Pedro Castillo, ya sea por la vía legal o a través de un golpe de estado (el propio Vargas Llosa ha deslizado esa alternativa). En cambio, si gana la derecha, que representa la continuidad del modelo, es seguro que se presentarán muchas protestas en las regiones más desfavorecidas del país. Como ves, el panorama es desolador, sin importar el resultado.
¿Qué te parece el manejo que se ha hecho de la pandemia en tu país?
El de Vizcarra me pareció muy fallido. Más allá de que le tocó lidiar con un sistema de salud que lleva décadas de precariedad, no puso el énfasis que debía en la adquisición de plantas de oxígeno o en el control de las cuarentenas. Fue insultante, además, que se vacunara a escondidas. Sagasti, en cambio, ha conseguido negociar con distintas farmacéuticas y poner en marcha un proceso de vacunación, lento pero seguro. Creo que se le va a extrañar a partir del 28 de julio.